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domingo, 17 de septiembre de 2017

El juego cortesano (13)




Jhamir esperaba a la entrada del gran salón que utilizaban para comer cuando había invitados. Estaba seria y por ello Shennur apresuró su paso. Ya conocía bien esa expresión en el rostro de su esposa, llegaba tarde a comer. Cuando entró al salón, vio que sus huéspedes ya estaban en los divanes. Los divanes tenían una mesa a cada lado. En una había comida y en la otra dos jarras y dos copas. Por la sala había varios criados, listos con bandejas, cerca de una mesa que había junto a una de las paredes. Allí los cocineros y sus ayudantes iban dejando lo que iba saliendo de los fuegos. Los criados del salón se encargaban de trasladarlo allí donde un comensal se quedaba sin nada que llevarse a la boca.
Jhamir había sido muy cuidadosa a la hora de colocar los divanes, en semicírculo, para que los invitados se vieran la cara y pudieran hablar mientras comían. Shennur había cedido el diván central a su invitado de mayor rango, el príncipe Bharazar, que tenía a la derecha a la emperatriz Xhini y después a Jha’al, mientras que por la izquierda estaban Shennur, Jhamir y un tercer diván en ese momento vacío.
-       Siento la tardanza, alteza -dijo Shennur cruzando el espacio desde la puerta hasta su diván-. Asuntos de estado.
-       No hay que preocuparse, Shennur -quitó hierro Bharazar, que señaló el diván vacío-. Alguien se retrasa más que tú.
Shennur justo se sentaba en su sitio cuando entró el último invitado, un hombre mayor, no muy alto, de pelo blanco corto y una barba grande y descuidada. Bharazar le observó con detenimiento, pues había algo en ese hombre que le llamaba la atención.
-       Su majestad, dejad que os presente a Shannir de Terebhelon, padre de mi esposa -dijo Shennur, poniéndose en pie.
-       Me suena ese nombre, ¿tal vez sois el erudito que mi padre solía llamar cuando las cuestiones que tenía entre manos se le escapaban para su razonamiento? -preguntó Bharazar, tras bajar la cabeza como muestra de respeto.
-       Tenéis buena memoria, joven príncipe -respondió Shannir, tras hacer una reverencia ligera-. Y eso que erais bastante niño la última vez que nos vimos.
-       Mi padre tiene aquí todo lo que necesita para llevar a cabo sus estudios e investigaciones -añadió Jhamir que se había aproximado tras su progenitor.
-       Desgraciadamente vuestro hermano no suele llamarme, ni a mí ni a ninguno de los otros eruditos y estudiosos de la corte -indicó Shannir, con desdén.
-       ¡Padre, por favor! Estamos comiendo y no es el momento de tus quejas -espetó con indignación Jhamir.
El erudito se sentó rápidamente en su diván, lo que imitaron el resto de los que estaban todavía de pie, para no contrariarse con la señora de la casa. Los únicos que habían permanecido tumbados habían sido Xhini y Jha’al. Shennur se volvió hacia la mesa de las jarras, se sirvió en la copa de cristal un poco de vino tinto y la levantó para dar comienzo a la comida. Se llevó la copa a los labios y degustó el vino, que era dulce y carente de especias, por lo que supuso que su esposa había abierto uno de los toneles de vino bueno. Cuanto más especiado estuviese el vino, peor era la calidad de este y por ello debía echársele aditivos o calentarlo.
Los siervos fueron depositando las creaciones que llegaban desde las cocinas. Shennur vio como llegaban fuentes llenas de pescados, peces que habían llegado desde el mar, como el inmenso mero y los gráciles salmonetes. Los cocineros los habían destripado y los habían bañado en un aceite perfumado, para después marinarlos, y servirlos fríos. Eran verdaderas genialidades que estaban causando furor en la corte. A su vez también aparecieron otros platos fríos, hojaldres, verduras salteadas, patés, cremas y algún plato más dulce. Observó cómo los ojos de sus invitados seguían los caminos de las bandejas y se quedó complacido porque todo saliera a la perfección.

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