Jhamir esperaba a la entrada del gran salón que utilizaban para
comer cuando había invitados. Estaba seria y por ello Shennur apresuró su paso.
Ya conocía bien esa expresión en el rostro de su esposa, llegaba tarde a comer.
Cuando entró al salón, vio que sus huéspedes ya estaban en los divanes. Los
divanes tenían una mesa a cada lado. En una había comida y en la otra dos
jarras y dos copas. Por la sala había varios criados, listos con bandejas,
cerca de una mesa que había junto a una de las paredes. Allí los cocineros y
sus ayudantes iban dejando lo que iba saliendo de los fuegos. Los criados del
salón se encargaban de trasladarlo allí donde un comensal se quedaba sin nada
que llevarse a la boca.
Jhamir había sido muy cuidadosa a la hora de colocar los divanes,
en semicírculo, para que los invitados se vieran la cara y pudieran hablar
mientras comían. Shennur había cedido el diván central a su invitado de mayor
rango, el príncipe Bharazar, que tenía a la derecha a la emperatriz Xhini y
después a Jha’al, mientras que por la izquierda estaban Shennur, Jhamir y un
tercer diván en ese momento vacío.
-
Siento la tardanza, alteza -dijo Shennur cruzando el espacio desde
la puerta hasta su diván-. Asuntos de estado.
-
No hay que preocuparse, Shennur -quitó hierro Bharazar, que señaló
el diván vacío-. Alguien se retrasa más que tú.
Shennur justo se sentaba en su sitio cuando entró el último
invitado, un hombre mayor, no muy alto, de pelo blanco corto y una barba grande
y descuidada. Bharazar le observó con detenimiento, pues había algo en ese
hombre que le llamaba la atención.
-
Su majestad, dejad que os presente a Shannir de Terebhelon, padre
de mi esposa -dijo Shennur, poniéndose en pie.
-
Me suena ese nombre, ¿tal vez sois el erudito que mi padre solía
llamar cuando las cuestiones que tenía entre manos se le escapaban para su
razonamiento? -preguntó Bharazar, tras bajar la cabeza como muestra de respeto.
-
Tenéis buena memoria, joven príncipe -respondió Shannir, tras hacer
una reverencia ligera-. Y eso que erais bastante niño la última vez que nos
vimos.
-
Mi padre tiene aquí todo lo que necesita para llevar a cabo sus
estudios e investigaciones -añadió Jhamir que se había aproximado tras su
progenitor.
-
Desgraciadamente vuestro hermano no suele llamarme, ni a mí ni a
ninguno de los otros eruditos y estudiosos de la corte -indicó Shannir, con
desdén.
-
¡Padre, por favor! Estamos comiendo y no es el momento de tus
quejas -espetó con indignación Jhamir.
El erudito se sentó rápidamente en su diván, lo que imitaron el
resto de los que estaban todavía de pie, para no contrariarse con la señora de
la casa. Los únicos que habían permanecido tumbados habían sido Xhini y Jha’al.
Shennur se volvió hacia la mesa de las jarras, se sirvió en la copa de cristal
un poco de vino tinto y la levantó para dar comienzo a la comida. Se llevó la
copa a los labios y degustó el vino, que era dulce y carente de especias, por
lo que supuso que su esposa había abierto uno de los toneles de vino bueno.
Cuanto más especiado estuviese el vino, peor era la calidad de este y por ello
debía echársele aditivos o calentarlo.
Los siervos fueron depositando las creaciones que llegaban desde
las cocinas. Shennur vio como llegaban fuentes llenas de pescados, peces que
habían llegado desde el mar, como el inmenso mero y los gráciles salmonetes.
Los cocineros los habían destripado y los habían bañado en un aceite perfumado,
para después marinarlos, y servirlos fríos. Eran verdaderas genialidades que
estaban causando furor en la corte. A su vez también aparecieron otros platos
fríos, hojaldres, verduras salteadas, patés, cremas y algún plato más dulce.
Observó cómo los ojos de sus invitados seguían los caminos de las bandejas y se
quedó complacido porque todo saliera a la perfección.
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