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miércoles, 6 de septiembre de 2017

El tesoro de Maichlons (16)



-          Capitán Mullens, es siempre un honor poder verle, ¿qué tal su trabajo? -Rubeons se había acercado cuando había aparecido el guardia y se había largado Shon. Mullens se giró y vio al asesor real. Por un momento, Mullens enarcó las cejas, con una mezcla de sorpresa y desazón, para volver a tomar una apariencia neutra.

-          Señor Rubeons, usted por aquí -se limitó a decir Mullens-. ¿Este hombre es amigo suyo? Si es el caso, será mejor que no le deje montar escándalos en la vía pública. La ley es igual para todos. Por favor, sigan a los suyo.

Mullens empezó a andar seguido por su compañero, alejándose con pasos largos. El capitán no miró ni un solo momento hacia atrás, se fue, pues no quería quedarse junto a Rubeons, quien ya se postulaba como el siguiente Heraldo y por lo que sabía dirigía las redes de espías y asesinos reales con mano firme. Era un hombre poderoso, y como lo son los de su clase, peligroso, sobre todo si te enemistabas con él.

-          ¿A qué estabas jugando? -espetó Rubeons, cuando el capitán Mullens y su hombre se habían marchado y la paz volvía a reinar en el parque-. Ya te he avisado sobre el bastardo. Te dejo un segundo y te envalentonas con él. Menos mal que no estaba aquí el príncipe Ivort.

-          Solo quería hacer un experimento -señaló Maichlons, mientras buscaba a la muchacha, pero parecía que se había ido.

-          Hay experimentos que salen mal -se quejó Rubeons-. ¿Quieres ver algo más en la ciudad?

-          No, puedes llevarme a casa -negó Maichlons.

Rubeons se dio la vuelta y se dirigió hacia la salida del parque, donde esperaba el carruaje, esta vez con el criado esperando con la portezuela abierta. Esperó a que Maichlons entrase para seguirlo, no sin dar la dirección de la casa de los Inçeret. El retorno hasta la ciudadela fue silencioso. Nadie dijo nada, hasta que el carruaje se detuvo. Maichlons esperó a que el criado abriera la portezuela para bajar.

-          Mañana por la mañana te espera el rey, mejor que no faltes -le recordó Rubeons-. A las diez. El monarca no es como tu padre, no aparecer no es una buena idea.

Maichlons hizo un gesto con la mano, bajó por la escalerilla y se quedó mirando como el criado cerraba, se subía al pescante, el conductor hacía restallar el látigo, y el carruaje se marchaba, traqueteando por el adoquinado. Tras quedarse solo en la calle, miró a la fachada cerrada y luego al cielo. El sol estaba en un punto bastante alto, así que era una buena hora para comer algo. Hizo el amago de tomar la aldaba, pero se volvió y comenzó el camino hacia la taberna de la noche anterior. Esta vez no tuvo que deambular mucho por las calles, pues conocía donde se encontraba.

Al entrar lo primero que le alivió fue el contraste entre la luz del sol del mediodía del exterior, con la oscuridad interior, fresca y liviana. Maichlons fue directo a la barra y se sentó en un taburete. A esa hora los parroquianos seguían siendo mayoritariamente soldados, miembros de la guardia real. Había algún civil pero escasos.

-          Veo que le ha gustado el local -dijo el tabernero como saludo-. ¿Qué puedo hacer por vos?

-          ¿Vendes algo de comer? -preguntó Maichlons, con un deje airado.

-          Claro, tengo un estofado de cerdo para chuparse los dedos, o si quieres puedo sacarte unos conejos rellenos, o unas chuletas de buey, también tengo… -empezó a enumerar el tabernero.

-          El estofado me basta -le cortó Maichlons-. Pero añade unas cuantas jarras de vino, todas las que puedas -Maichlons buscó su bolsa con monedas, y tras revolver con los dedos dejó sobre la mesa unos cuantos florines-. Todo lo que llegue con esto.

-          Claro señor -asintió el tabernero, mientras retiraba las monedas.

Lo primero en llegar fueron seis jarras de vino. Maichlons probó la primero de ellas y tras beberse un par de vasos dio su aprobación. Para sorpresa del tabernero, Maichlons se había bebido dos jarras enteras para cuando le sacó una buena ración de estofado y pan del día. No le quitó los ojos de encima y para su asombro, vio como a la vez que el estofado se ventilaba una jarra tras otra. Para cuando terminó de comer, Maichlons estaba notablemente borracho. El tabernero nunca había visto a alguien beber alcohol de esa manera. Hasta algunos clientes se habían quedado sorprendidos de la actitud de ese soldado.

Maichlons intentó ponerse de pie, pero no pudo, cayendo de nuevo sobre el taburete, por lo que el tabernero llamó hacia la trastienda.

-          Lisvor, lleva a este buen cliente al piso superior, al cuarto del final, no está para irse a su casa -le ordenó el tabernero-. Cuando termines puedes irte a descansar.

Lisvor asintió y ayudó a Maichlons a ponerse en pie, o lo suficiente para que se moviera apoyado en ella. La muchacha observó al soldado que medio cantaba, medio decía frases sin sentido, pero que debía ser un hombre poderoso o rico para que el tabernero le cediese uno de los cuartos superiores para dormir la mona solamente. La verdad es que era apuesto, pensó Lisvor.

El tabernero siguió con la mirada a la joven ayudante y al soldado, al comenzar a subir las escaleras, pero se olvidó de ellos pronto, cuando unos soldados de una mesa comenzaron a retener a una de sus chicas, una de las camareras. Tuvo que golpear la barra con un garrote que escondía para hacerles desistir de sus galantes intentos.

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