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miércoles, 6 de septiembre de 2017

Encuentro (4)



Ofthar observaba detenidamente a Ofhar. Era un hombre alto, tal vez no un gigante, pero le había parecido prácticamente como él. El pelo había sido rubio, pero ahora había más canas, y los que no lo eran parecían haberse oscurecido. Llevaba una barba pequeña, solo en la perilla, muy recortada. Unos bigotes poblados, una nariz ancha pero desigual, que se había curado de varias roturas hacía ya tiempo. Los ojos eran pequeños y verdes. Tenía cicatrices, pero vestía como un guerrero, por lo cual no eran nada raras. Ofthar no podía sino alabar a los guerreros. Qué joven no había fantaseado con ser guerrero, pero hacía tiempo que pensaba que no sería esa su forma de vida.
-       ¿Ahora responderás a mi pregunta sobre de qué conocías a mi madre? -espetó Ofthar.
-       Tu madre fue y siempre será mi gran amor -respondió Ofhar, decantándose por la verdad sobre su relación con Güit-. La conocí cuando hice un viaje con mi padre. Antes de que la guerra nos privará de nuestra mutua compañía. Por aquel entonces yo ya era el heredero y futuro líder de mi clan. Aún no lo sabía pero tu madre tenía en sus venas la sangre del rey Naradhar III. Nieta como era de Naradhar, hija de Galanenon, tercer hijo del difunto rey. Galanenon soñó con ser el siguiente señor de las cascadas, pero sus hermanos se lo impidieron y tras varias guerras le relegaron a convertirse en el señor de los pantanos, llamándole el rey de las aguas cenagosas, mofándose de su debilidad. Pero Galanenon heredó de su padre los largos años y una buena descendencia. Tu madre era la más joven de todos sus hijos. Cuando tu abuelo cumplió los ochenta años, uno de sus generales, de un clan diferente, provocó una guerra civil, con la idea que quedarse con la corona de los pantanos, un premio insignificante. Desoyendo a mi padre y de por libre fui a salvar a tu madre. Una serie de amigos me ayudaron. No pudimos hacer nada por el clan, del que desgraciadamente solo quedas tú. Supongo que si consiguieras suficientes seguidores tal vez podrías recuperar el legado de tu abuelo, pero realmente el señorío de los pantanos no vale tanto. Güit y yo escapamos, durante unos años vivimos errando por los señoríos, eludiendo a los asesinos que enviaban contra tu madre. Al final encontramos este lugar y decidimos quedarnos aquí. Pero yo tenía que retornar a mi señorío, para crear un lugar seguro para ella, para vivir juntos. Ahora lo tengo, pero Güit no está aquí para verlo.
Ofthar escuchó lo que Ofhar le contaba, pudo ver la gran tristeza en el rostro del guerrero y recordó algo. Se levantó de un salto y se dirigió a la cabaña, donde entró. Ofhar observaba la construcción y esperó pacientemente. Pasó algo de tiempo hasta que Ofthar retornó con una caja de madera, que le tendió a Ofthar.
-       Cuando mi madre se moría, me pidió que guardase esta caja, según ella su tesoro más preciado -indicó Ofthar-. Me prometió que no se lo entregará a nadie, excepto al adecuado. Según ella, la persona a la que estaba destinada sería alguien con un aura inmenso. Yo no veo las auras como ella, pero si puedo ver que aunque intentas mantenerte firme, lloras a mi madre por dentro, como alguien que la amó con locura.
Ofhar tomó la caja y la abrió con cuidado. Examinó el interior, había un papiro arrugado, y una bolsita de cuero. Tomó primero la bolsita, deshizo el nudo del cordón, abrió el cuello y vertió el contenido en la palma de su mano. Aparecieron seis rocas, pequeñas, de coloración verde, casi redondeadas. Una riada de recuerdos le vinieron de golpe.
-       Se las compré yo en un mercado en Onissur, antes de la guerra civil -consiguió decir Ofhar, mientras unas lágrimas aparecieron en sus ojos-. No tenía mucho oro, pero me lo gaste en estas piedras. No son preciosas, pero podrían haber servido para crear un bonito collar. A Güit le gustaron mucho, pero dijo que serían su tesoro, sólo las vería ella y nadie más así que no las perforó ni las hizo engarzar.
Ofhar volvió a guardar las piedras en su bolsa y en el interior de la caja. Tomó el papiro, lo desdobló y pudo distinguir la letra de Güit, con sus redondeces. Dejó la caja sobre uno de los tocones y se puso a leer en voz alta.
“Mi querido Ofhar, el amor de mi vida, si estás leyendo estas letras es que yo ya me he reunido con mis antepasados. Me hubiera gustado que nos hubiéramos reunido antes, pero ahora deberemos esperar al banquete con Ordhin. Los días que estuvimos juntos fueron los más felices de mi vida, ojala te hubieras quedado, pero el honor era importante para ti. Por ello te lego lo más importante, nuestra mayor creación, nuestro hijo, Ofthar, para que le des la vida que queríamos. Me hubiera gustado tener más hijos contigo pero el destino es quien manda. Perdóname por haberte ocultado que estaba embarazada cuando te marchaste, sino no te hubieras ido y lo habrías lamentado toda la vida. Te esperaré, Ofhar, hasta el día que te tengas que unir a mí, pero hasta entonces vive. Ofhart, hijo mío, lo siento, pero tu padre, Ofhar, no nos abandonó, no lo hubiera hecho si yo le hubiera avisado de mi estado. No le odies, no se lo merece. Os amaré siempre a ambos, mi amor, mi hijo, mis tesoros. Güit”.
Ofhar levantó la cara y observó con sus ojos llorosos a Ofhart, a quien le caían gotas hermosas por su rostro. La ira y la cólera del chico por el padre, parecían haberse diluido con las lágrimas y la añoranza a la madre.

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