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miércoles, 13 de septiembre de 2017

El tesoro de Maichlons (17)



Lisvor tuvo que usar toda su fuerza para que Maichlons pusiera de su parte a la hora de moverse por las escaleras y recorriera el pasillo. La muchacha aunque menuda pudo con el hombre y la armadura, con lo que pudo llegar hasta la habitación que había indicado el tabernero. Una vez pasada la puerta, le dejó caer sobre la cama, un lecho simple, pero limpio. No era como las camas de las demás habitaciones, pero no era tampoco un jergón lleno de paja. Lisvor miró al soldado y aun con las cicatrices era guapo, pero se volvió hacia la puerta, ya que el tabernero le había indicado que podía irse a descansar. Había salido de la habitación y estaba a punto de salir cuando volvió a pensar en lo apuesto que era el soldado.

Lisvor volvió a entrar y cerró la puerta tras ella, echando el cerrojo, ya que esta habitación era la única que poseía de uno. Suponía que el tabernero no se daría cuenta de lo que iba a hacer, pues a esas horas había muchos soldados y le darían trabajo extra. Literalmente estaba libre para hacer lo que más desease y había algo que tenía en mente desde hacía mucho tiempo. Parecía que por fin el destino o tal vez el gran Bhall, habían decidido cumplir sus plegarias. Empezó moviendo a Maichlons, hasta que consiguió sentarle en el lecho. Así puso ir quitando una a una cada una de las piezas de la armadura de placas de acero que llevaba sobre la cota de malla. Las iba dejando en el suelo, sin orden, ni cuidado, pero intentando que hicieran el menor ruido posible, temiendo que el ruido llegase a la planta de abajo y alguien se diera cuenta de su desaparición. Cuando la armadura ya era un montón de piezas a un lado de la cama, se encargó de quitar las partes de cota de malla que le protegían las piernas, tras lo que le sacó el calzón de tela, usando su fuerza y su maña, para evitar que Maichlons se durmiese. Fue tanta la fuerza que tuvo que emplear, que salió disparada hacia atrás y cayó sobre sus posaderas cuando la tela se deslizó entre el culo y la sábana del lecho.

Lisvor se levantó con cuidado y se aproximó a un alelado Maichlons, se arrodilló ante la entrepierna de Maichlons, observando con detenimiento el pene del hombre, semi erecto entre una pelambrera rizada. La muchacha había visto otros en otras ocasiones, pero nunca tan cerca. Este era oscuro, palpitaba y la punta estaba rojiza. Lisvor acercó el dedo índice y rozó la punta, haciendo que todo el miembro se moviese. en la punta observó que aparecía un hilillo de líquido. Sabía lo que era y rápidamente buscó por la habitación hasta dar con una escupidera debajo de la cama. La puso bajo la punta del pene y con la mano libre masajeó el miembro. Al momento empezó a salir más líquido, ligeramente amarillento, que fue llenando la escupidera con una película de espuma en la superficie. La muchacha que había tenido que ayudar a algún cliente para que no se meara en la taberna, había visto cómo los hombres apuraban hasta la última gota, por lo que imitó el gesto.

Cuando ya no salió ni una pizca de orina más, se fijó que el pene había menguado y la punta rojiza parecía haber desaparecido. Soltó el miembro y acercó la escupidera, con intención de oler lo que allí había, pero el olor no le gusto, por lo que se levantó, se acercó a la ventana, otra característica que tenía esa habitación y no las otras. La abrió y lanzó el contenido de la escupidera al exterior. Mientras metía el recipiente pudo oír un grito airado, algún transeúnte que había recibido una lluvia dorada no deseada, pero Lisvor cerró la ventana sin hacer caso.

Dejó la escupidera en el suelo, junto a la ventana. Se acercó a donde se encontraba una jarra y una palangana. Vertió un poco de agua de la jarra en la palangana. Metió sus manos y las limpió. Después se acercó a Maichlons y empezó a lavar el pene, eliminando los restos de orina que pudieran haber quedado ahí. Lisvor se quedó maravillada al ver que este volvía a hacerse grande, y supuso que se debía a que tenía más ganas de mear, por lo que acercó la escupidera. Pero tras un rato, sin que cayera gota alguna y que el miembro perdía tamaño, se dio cuenta, para su placer, que eran sus manos quienes provocaban esa reacción en los genitales del soldado.

Lisvor dudó, pero sabiendo como se hacía, decidió quitarle la cota de malla y la camisola de tela, que aun llevaba puesta Maichlons, para ver a un hombre en toda su inmensidad. Ya había aprendido el truco de las sujeciones de la cota con las de las piernas, por lo que le fue más fácil la de la parte de arriba. En poco tiempo tuvo desnudo a Maichlons. Durante un buen rato estuvo observando con detenimiento las arrugas, los lunares, las cicatrices y cada rasgo que tenía en la piel Maichlons. Pero al final, su estudio estuvo satisfecho y empujó el cuerpo del hombre hasta que este cayó sobre el lecho, con las rodillas flexionadas en el borde.

Lisvor se levantó, y comenzó a desvestirse, lo más rápido que pudo. Se deshizo de su blusa, de su falda, de sus enaguas y de una camisola interior. La muchacha era hermosa, delgada, de piel blanquecina, la sonrisa era blanca y cuidada, no parecía que le faltara ningún diente. Pero como ya había comprobado Maichlons el día anterior, los pechos eran pequeños, casi inexistentes, sólo localizables por dos pezones bien desarrollados, grandes y carnosos. En su entrepierna no se podía distinguir ni una brizna de pelo, pero parecía más porque la niña se los había cortado o rapado. En la espalda se podían ver las marcas de que había sido disciplinada, pero no con demasiada fuerza. Cuando la última pieza de ropa yacía en el suelo, Lisvor avanzó hacia el lecho.

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