Lisvor tuvo que usar toda su fuerza para
que Maichlons pusiera de su parte a la hora de moverse por las escaleras y
recorriera el pasillo. La muchacha aunque menuda pudo con el hombre y la
armadura, con lo que pudo llegar hasta la habitación que había indicado el
tabernero. Una vez pasada la puerta, le dejó caer sobre la cama, un lecho
simple, pero limpio. No era como las camas de las demás habitaciones, pero no
era tampoco un jergón lleno de paja. Lisvor miró al soldado y aun con las
cicatrices era guapo, pero se volvió hacia la puerta, ya que el tabernero le
había indicado que podía irse a descansar. Había salido de la habitación y
estaba a punto de salir cuando volvió a pensar en lo apuesto que era el
soldado.
Lisvor volvió a entrar y cerró la puerta
tras ella, echando el cerrojo, ya que esta habitación era la única que poseía
de uno. Suponía que el tabernero no se daría cuenta de lo que iba a hacer, pues
a esas horas había muchos soldados y le darían trabajo extra. Literalmente
estaba libre para hacer lo que más desease y había algo que tenía en mente
desde hacía mucho tiempo. Parecía que por fin el destino o tal vez el gran
Bhall, habían decidido cumplir sus plegarias. Empezó moviendo a Maichlons,
hasta que consiguió sentarle en el lecho. Así puso ir quitando una a una cada
una de las piezas de la armadura de placas de acero que llevaba sobre la cota
de malla. Las iba dejando en el suelo, sin orden, ni cuidado, pero intentando
que hicieran el menor ruido posible, temiendo que el ruido llegase a la planta
de abajo y alguien se diera cuenta de su desaparición. Cuando la armadura ya
era un montón de piezas a un lado de la cama, se encargó de quitar las partes
de cota de malla que le protegían las piernas, tras lo que le sacó el calzón de
tela, usando su fuerza y su maña, para evitar que Maichlons se durmiese. Fue
tanta la fuerza que tuvo que emplear, que salió disparada hacia atrás y cayó
sobre sus posaderas cuando la tela se deslizó entre el culo y la sábana del lecho.
Lisvor se levantó con cuidado y se
aproximó a un alelado Maichlons, se arrodilló ante la entrepierna de Maichlons,
observando con detenimiento el pene del hombre, semi erecto entre una
pelambrera rizada. La muchacha había visto otros en otras ocasiones, pero nunca
tan cerca. Este era oscuro, palpitaba y la punta estaba rojiza. Lisvor acercó
el dedo índice y rozó la punta, haciendo que todo el miembro se moviese. en la
punta observó que aparecía un hilillo de líquido. Sabía lo que era y
rápidamente buscó por la habitación hasta dar con una escupidera debajo de la
cama. La puso bajo la punta del pene y con la mano libre masajeó el miembro. Al
momento empezó a salir más líquido, ligeramente amarillento, que fue llenando
la escupidera con una película de espuma en la superficie. La muchacha que
había tenido que ayudar a algún cliente para que no se meara en la taberna,
había visto cómo los hombres apuraban hasta la última gota, por lo que imitó el
gesto.
Cuando ya no salió ni una pizca de orina
más, se fijó que el pene había menguado y la punta rojiza parecía haber
desaparecido. Soltó el miembro y acercó la escupidera, con intención de oler lo
que allí había, pero el olor no le gusto, por lo que se levantó, se acercó a la
ventana, otra característica que tenía esa habitación y no las otras. La abrió
y lanzó el contenido de la escupidera al exterior. Mientras metía el recipiente
pudo oír un grito airado, algún transeúnte que había recibido una lluvia dorada
no deseada, pero Lisvor cerró la ventana sin hacer caso.
Dejó la escupidera en el suelo, junto a la
ventana. Se acercó a donde se encontraba una jarra y una palangana. Vertió un
poco de agua de la jarra en la palangana. Metió sus manos y las limpió. Después
se acercó a Maichlons y empezó a lavar el pene, eliminando los restos de orina
que pudieran haber quedado ahí. Lisvor se quedó maravillada al ver que este
volvía a hacerse grande, y supuso que se debía a que tenía más ganas de mear,
por lo que acercó la escupidera. Pero tras un rato, sin que cayera gota alguna
y que el miembro perdía tamaño, se dio cuenta, para su placer, que eran sus
manos quienes provocaban esa reacción en los genitales del soldado.
Lisvor dudó, pero sabiendo como se hacía,
decidió quitarle la cota de malla y la camisola de tela, que aun llevaba puesta
Maichlons, para ver a un hombre en toda su inmensidad. Ya había aprendido el
truco de las sujeciones de la cota con las de las piernas, por lo que le fue
más fácil la de la parte de arriba. En poco tiempo tuvo desnudo a Maichlons.
Durante un buen rato estuvo observando con detenimiento las arrugas, los
lunares, las cicatrices y cada rasgo que tenía en la piel Maichlons. Pero al
final, su estudio estuvo satisfecho y empujó el cuerpo del hombre hasta que
este cayó sobre el lecho, con las rodillas flexionadas en el borde.
Lisvor se levantó, y comenzó a desvestirse,
lo más rápido que pudo. Se deshizo de su blusa, de su falda, de sus enaguas y
de una camisola interior. La muchacha era hermosa, delgada, de piel
blanquecina, la sonrisa era blanca y cuidada, no parecía que le faltara ningún
diente. Pero como ya había comprobado Maichlons el día anterior, los pechos
eran pequeños, casi inexistentes, sólo localizables por dos pezones bien
desarrollados, grandes y carnosos. En su entrepierna no se podía distinguir ni
una brizna de pelo, pero parecía más porque la niña se los había cortado o
rapado. En la espalda se podían ver las marcas de que había sido disciplinada,
pero no con demasiada fuerza. Cuando la última pieza de ropa yacía en el suelo,
Lisvor avanzó hacia el lecho.
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