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martes, 29 de septiembre de 2020

El mercenario (45, final)

La lluvia caía con fuerza durante esa noche. La lanzadera de Jörhk que ahora tenía instalada el sistema de camuflaje, se había podido acercar a la finca donde residía su nuevo encargo para la armada, petición del teniente Colt, pero seguramente orquestada por el tharkaniano. Jörhk desconocía porque la armada estaba sacando a ingenieros e investigadores de Marte y otros planetas del sistema Solar. Pero ni se había llegado a plantear el por qué de estas acciones. Llevar a los investigadores y normalmente a sus familias a lugares seguros le reportaba una buena cantidad de dinero, aunque ahora la tenía que compartir con su equipo.

Mientras Diane y Jörhk habían ido hasta la casa de la ingeniera, para escoltar hasta la lanzadera a la mujer y su familia, en la lanzadera estaban Olghat y Jane. El tharkaniano estaba a los mandos de la lanzadera, atento a los sensores y a cualquier cosa rara. Jane, en cambio, permanecía de pie junto a la compuerta, lista para abrirla según Jörhk lo ordenase y armada por si tenía que repeler el fuego. De todas formas, nadie les importunaría, ya que no habían sido detectados. Pero había que tener cuidado pues la finca estaba bajo el control de varias unidades de la milicia. Por lo visto el gobierno creía que la ingeniera podía estar ocultando parte de su investigación, algo relacionado con un arma que podría decantar la guerra a quien la poseyera. Pero ella no quería ni entregar su investigación al gobierno ni trabajar para ellos. Por ello, la habían obligado a una detención en el hogar. Una estancia vigilada.

Pero sus patrones les habían enviado a sacar de allí a la investigadora y llevarlas a un lugar más acorde con sus necesidades y ansias de libertad. Su destino sería la nueva ciudad que se estaba construyendo en el sistema Erbock, que parecía que iba a ser un lugar que rivalizaría con la actual capital administrativa y económica de la confederación, Marte.

Jane escuchó una orden por su intercomunicador y abrió la compuerta, descendiendo por la rampa, para ayudar a los civiles, que se acercaban con un carro deslizante y cargados con todos los enseres que no podían prescindir a donde se marchaban que desde el punto de Jörhk, más que a una zona segura era un exilio. Pero nunca se lo comentaba a aquellos que ayudaban.

-   ¿Qué tal ha ido? -preguntó Jane, acercándose a Jörhk.
-   Fácil, demasiado fácil -indicó Jörhk, mientras revisaba el perímetro, como hacía siempre-. Ayuda a Diane con las cosas de los vips y distribuyelos por la bodega. Que la carga esté bien sujeta.
-   No te preocupes, aquí ha estado todo tranquilo. La milicia no va a salir con esta lluvia de sus vehículos -aseguró Jane, que antes de marcharse a ayudar a la muchacha que Jörhk había adoptado-. ¿Tras este trabajo que vas a hacer? Tenemos bastante dinero.
-   Los jefes me hablaron de un puesto en una colonia lejana -señaló Jörhk-. Parece que necesitan a alguien habilidoso para mantener la paz en la colonia. Es una de tipo minero. Seguro que tienen peleas y mucho borracho.
-   ¿Y creen que tú vas a ser el idóneo para mantener la paz? No son demasiado listos, me temo -se burló Jane.
-   Podríais venir vosotros también, y montar una taberna o otro “Estrellas Fugaces” -dijo Jörhk-. Pero será mejor que nos vayamos no me gusta esto. Estamos expuestos.
-   ¿Un nuevo “Estrellas Fugaces”? Podría ser -murmuró Jane, que añadió marchándose hacia el interior de la lanzadera-. A sus órdenes mi sargento.
-   ¡Bah!

Jörhk echó un último vistazo a lo que le rodeaba, unos cuantos árboles medio pelados y la película de agua que caía monótonamente. Cuando revisó que no quedaba nada fuera de la nave y los vips estaban sentados en los asientos de la bodega, subió por la rampa, cerrando la compuerta tras él y la lanzadera desapareció gracias al camuflaje, elevándose hacia el cielo, de vuelta al espacio, lejos de Marte y sus problemas políticos, sociales y de razas, que iban en aumento día a día.

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