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sábado, 26 de septiembre de 2020

Aguas patrias (4)

Eugenio cerró su catalejo y paseó junto al pasamanos de la borda de babor. Las guardias siempre eran así. Debía comprobar que todo estuviese bien, pero en este caso, como los oficiales y los marineros estaban tan bien instruidos, no tenía que hacer demasiado.

- ¡Cubierta! ¡Cubierta! -gritó alguien lo alto del palo mayor, por lo que Eugenio miró hacia arriba-. ¡La Santa Ana hace señales! ¡Velas en el horizonte! ¡Podría ser un navío o varios!

- Señor Ortegana vaya a la cabina y preséntele mis saludos al capitán -ordenó de inmediato Eugenio al guardiamarina-. La Santa Ana comunica que ha encontrado navíos en el horizonte.

- Sí, señor -afirmó Lucas Ortegana en un susurró. El guardiamarina era muy tímido y le costaba hacerse oír, lo que solía valerle una buena reprimenda de los oficiales superiores.

- Señor Reina, preparé las señales -Eugenio le habló al otro guardiamarina que estaba en el alcázar con él. Era el guardiamarina de más edad, tenía dieciocho años, era arrojado y muy astuto. Pero no era muy hábil con los cálculos y las operaciones complejas, como el asunto de las banderas de señales, algo que un futuro oficial debería saber y distinguir-. Señor Reina, pregunte al Santa Ana posición y rumbo de las velas detectadas.

- Sí, señor -asintió Manuel Reina, con una voz potente, moviéndose por la cubierta.

Manuel hizo que un par de marineros le ayudasen y en poco tiempo las primeras banderas subían por la driza de señales. Eugenio la observaba y chasqueó la lengua.

- Señor Reina quiero saber el rumbo de los barcos detectados, no del Santa Ana -espetó Eugenio, con tono de enfado fingido.

- Sí señor -se limitó en contestar Manuel, pues sabía que cualquier otra cosa no serviría para mitigar su error con las banderas. Las cuales descendieron con rapidez.

- Eso está mejor -murmuró Eugenio cuando las banderas buenas subieron por la driza.

- ¡Cubierta! ¡Las velas están situadas a tres cuartas de la amura de babor! -gritó el marinero de la cofa tras pasar unos segundos-. ¡Su rumbo es suroeste sur!

- Buenos días, señores -dijo don Rafael que había aparecido en la cubierta, vestido con su casaca de trabajo y una capa por encima-. Así que tenemos a alguien que quiere pasar cerca. Señor Eugenio, ordene al Weasel que se acerque a nosotros a distancia de bocina.

- A la orden capitán. Señor Reina, las señales al Weasel, rápido -repitió la orden del capitán al guardiamarina.

Don Rafael se acercó al pasamanos de babor del castillo. La mayoría de los marineros y oficiales que se encontraban en el alcázar le dejaron sitio, dando unos pasos a estribor. Solo Eugenio se acercó, llevando su catalejo en la mano, a la vista del capitán. Don Rafael le hizo un gesto para que se lo dejase, lo abrió y empezó a escudriñar el horizonte, donde debía estar el Santa Ana, pero desde la cubierta no se le podía ver.

- Deben ser ingleses, rumbo a Port Royale -indicó don Rafael de improviso, como si pensara en voz alta, pero era perfectamente audible para Eugenio. Un capitán podía iniciar así una conversación si esperaba que un oficial inferior le sirviera de fuente de consejo. Eugenio nunca podría haber comenzado a hablar, la disciplina se lo impedía-. Sin duda se nos acercarán poco a poco. Si son presas hay que atraerlas a una trampa y el Weasel va a servir para ello.

- Aunque podrían ser navíos de línea, señor -añadió Eugenio-. Nosotros solo contamos con el Vera Cruz y aunque la Santa Cristina es una fragata pesada, la Santa Ana no.

- Dudo mucho que haya navíos de línea sueltos por el caribe -negó don Rafael-. No, todos los buques de guerra estarán en la flota del almirante Vernon. Tienen que ser como mucho fragatas o igual navíos mercantes.

- Pronto lo sabremos -señaló Eugenio, pues esperaba que el capitán de Rivera y Ortiz fuera informando de cada detalle que le fuese preciso.

- Pero antes de que los ingleses se den cuenta, prepararemos nuestra trampa -aseguró don Rafael-. Y lo que ideado será interesante para los ingleses. A ver si el teniente Ortuño se da prisa con el bergantín.

El teniente Ortuño era el tercer teniente de la Santa Ana, ya que ellos habían tomado el bergantín y don rafael había permitido que fuese un grupo de marineros y un teniente de esa fragata la que mandará en el bergantín. El mercante, más marinero que el pesado navío cruzó la estela, colocándose en el costado de babor, a distancia de bocina, listo para recibir las órdenes de don Rafael.

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