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martes, 1 de septiembre de 2020

El dilema (40)

Alvho retiró la tela de la tienda en la que dormía y salió al frío de la mañana. Detrás de él se escuchaban los ronquidos de Selvho y de otros dos guerreros, hijos de antiguos compañeros de Selvho ya muertos. Se llamaban Irmak y Thelnna. Selvho los había escogido entre los muchos reclutas que le habían asignado como sus dos hombres claves o oficiales.

Tras el llamamiento los días habían ido pasando a toda velocidad. Alvho se había alistado con Selvho, pues así lo había decidido Ulmay, para no levantar demasiadas sospechas con los líderes de la expedición, que no eran otros que el propio Dharkme y su corte. Al ver que Selvho había servido antes en las guerras del señorío, los nobles le promovieron al grado de therk y le asignaron un pelotón de reclutas, jóvenes hombres libres provenientes de las barriadas, arengados por la orden de Dharkme, pero sobre todo por Ulmay y los jefes de las bandas. Selvho los observaba con cara preocupada, pues eran inexpertos en la lucha real, solo sabían de batallas las peleas en las barriadas. La mayoría llegaron con armaduras de cuero, hechas por ellos mismos y otros con jubones acolchados. Los arqueros del thyr de los nobles iban mucho mejor preparados que ellos.

Una vez reclutados, empezaron el éxodo hacia el gran río, donde unos enviados del señor Dharkme empezaron a delimitar un campamento de avanzada junto a las ciudadelas gemelas del gran puente. mientras recorrieron la distancia que separaba Thymok del gran río, Selvho, al contrario de los otros therk, se encargó de instruir con gran esfuerzo a su grupo. No quería que tantos jóvenes perecieran al otro lado del río. Y Alvho, para guardar las apariencias, siguió el entrenamiento con el resto, pero como estaba en mejor estado físico y sabía bastante de la guerra, pronto quedó como uno de los oficiales subalternos de Selvho, aunque en vez de dar órdenes actuaba de enlace de Selvho con otros grupos o con los tharns.

-    Aún es temprano, vuelve a tu tienda -dijo un centinela que pasó por delante de la tienda de Selvho, creyendo que era un recluta, pero al ver el brazalete de oro que Selvho le había entregado, y que le confería autoridad sobre los guerreros, añadió-. lo siento, señor. Es una mañana fría y con niebla.

-   ¿Cuanto somos ya? -preguntó Alvho, fingiendo que no se había percatado por el error del centinela.

-   Ayer llegaron quinientos guerreros más y arqueros del thyr -contestó el centinela.

-   ¿Y los guerreros de los tharns? -inquirió Alvho.

-   Unos pocos y la mayoría jóvenes o demasiado viejos -afirmó el centinela siguiendo su camino entre las tiendas.

Ese era el problema que más se estaba temiendo Alvho y que parece que ni Tharka ni Ulmay habían llegado a comprender. Los nobles habían aceptado la orden del señor Dharkme pero no estaban enviando a sus mejores guerreros, incluso se decía que el tharn Orthay se negaba a enviar ni uno solo de sus guerreros, asegurando que debían quedarse en Phlassar porque estaban habiendo incursiones de bandidos y además los mineros estaban exaltados. Y si el líder del poderoso clan Asdunnal se negaba a acatar la loca orden del señor Dharkme, otros clanes de parecido poder o más pequeños estaban también recelosos a enviar a sus hijos y hermanos a una muerte segura.

Y para colmo, ni el señor Dharkme, ni la corte ni Ulmay habían hecho acto de presencia aun allí, donde se hacinaban unos dos mil hombres, entre guerreros y arqueros del thyr. Alvho había llegado a la conclusión que la expedición no alcanzaría los tres mil hombres, un número muy corto para adentrarse en las llanuras. Por lo que sabía de la historia, el señor Yhaskkal, uno de los más grandes señores del sur, gran estadista y guerrero, que quiso añadir las llanuras a su señorío. Según las crónicas su expedición de conquista llevó a más de cincuenta mil guerreros y tras cuatro años de guerra y escaramuza tuvo que regresar de vuelta. Intentó construir ciudades, pero el polvo de las llanuras ya las han hecho desaparecer. Tras este señor hubo otros intentos, pero de menor magnitud y todos llevados al fracaso.

Tanto fue así, que hace mucho se ordenó destruir varios arcos del gran puente, para evitar que las hordas de salvajes de las llanuras intentasen saquear los señoríos. Ahora había toda una brigada de constructores de barcos reconstruyendo el puente, pues sería la forma más fácil y cómoda de atravesar la corriente. La otra hubiera tardado más y habría requerido una flota de barcazas, junto a más hombres para manejarlas.

Alvho decidió que era buena hora para darse su paseo, antes de que Selvho se levantase y se pusiera a instruir agotadoramente a sus reclutas, aunque sabía que eso les serviría para sobrevivir en las llanuras.

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