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sábado, 23 de abril de 2022

Aguas patrias (85)

Don Rafael se volvió a poner de pie y se dirigió a paso ligero a la ventana del despacho que daba a la bahía. Desde allí, se podía observar los barcos. Podía ver a los botes llenos de soldados de la milicia ir desde el muelle a los diversos buques de la armada fondeados en las tranquilas aguas. Estaba casi seguro de lo que iba a pasar, En las pequeñas corbetas, los marineros no se podrían negar a la inspección de los militares, tenían menos hombres, pero en las fragatas y los navíos, la cosa era diferente. Ya veía a su capitán de bordo y a los tenientes negando la invasión de las milicias locales. Solo una pequeña palabra mal dicha o un gesto, y una descarga de un cañón del tres abriendo fuego contra los milicianos. 

-   Gobernador, por la paz en la ciudad, permita a los oficiales volver a sus naves para que se haga el registro y…

Las palabras de don Rafael se perdieron en el momento. El estruendo de un cañón, una carronada de uno de los navíos había abierto fuego. 

-   ¿Qué diantres ha sido eso? -preguntó alarmado el gobernador. 

-   Diría que ha sido el cañón de borda de una de las fragatas -murmuró el comodoro.

-   ¿El qué? .repitió el gobernador alarmado. 

-   Deberías haber permitido estar a los oficiales a bordo de sus naves -indicó don Rafael. 

-   ¿De qué hablas? 

-   No solo los capitanes tienen orden de defender sus barcos. Con los capitanes informados, ellos mismos habrían buscado a Juan Manuel en los barcos, con bastante secreto. Pero tú has decidido que tú tenías más nivel que los capitanes y por ello ahora tendrás que enterrar a tus hombres. 

-   ¿Qué hombres? -el gobernador se levantó de su silla y se acercó al ventanal. 

-   Los que han intentado ascender por la fuerza en la Nuestra Señora de Begoña -señaló don Rafael uno de los barcos y un bote en su costado-. El primer oficial del capitán de la Osa no creo que haya decidido permitir que un grupo de soldados de tierra subiese con malas formas en el barco mientras su comandante estaba en tierra. Diría que en los otros barcos no van a usar la misma rudeza, pero tampoco van a rendir los barcos a tu capricho. Si me lo hubiese avisado con tiempo, yo… 

-   Soy el gobernador de este puerto, no podéis hacer lo que os complazca -se quejó subiendo el tono de voz el gobernador. 

-   Solo respondemos ante un almirante, no a un gobernador, recuérdalo para el futuro, amigo -intentó don Rafael poner paz entre ellos-. Pero ordena a tus hombres que regresen o puede ser peor. 

-   ¿Peor, cómo? 

-   Los tripulantes pueden pensar que has dado un golpe o eres un agente inglés -advirtió don Rafael-. Mejor que arregles las cosas, antes de que los marineros y oficiales intenten una misión de rescate. 

-   ¡Por Cristo! 

-   Vamos, te juro por mi honor que revisaremos los barcos y si Juan Manuel está a bordo, le detendremos -intentó mediar don Rafael.

El gobernador no quería dar su brazo a torcer, pero al ver una segunda voluta de humo cerca de un barco, y el penacho de una bala en el mar, cerca de un bote de milicianos, permitió a don Rafael y al resto marcharse de su palacio casi al momento.

Con el regreso de los capitanes y el almirante a sus buques, aunque un poco más tarde de lo necesario, los altercados se detuvieron. Los oficiales se encargaron de buscar en sus barcos al fugitivo, pero necesitaron que el comodoro subiera a todos para dar fe de que no le había encontrado.

Eugenio no lo llegó a saber, pues a los pocos días del incidente, donde seis soldados de la milicia local habían fallecido por la metralla de la Nuestra Señora de Begoña y otros tantos habían sufrido heridas por altercados en los barcos, con marineros y oficiales, una de las unidades de caballería encontraron el cuerpo sin vida de Juan Manuel en las cercanías de una plantación de azúcar, propiedad de un amigo de la familia, Las heridas producidas por Trinquez le fueron matando poco a poco. Amador tampoco sobrevivió demasiado. Su cuerpo fue sepultado en el mar, como él siempre había querido. Pero estas historias ocurrieron tras la marcha de Eugenio de Santiago.

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