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sábado, 30 de abril de 2022

Aguas patrias (86)

Al día siguiente del último encontronazo entre la milicia de la ciudad y la marina, el gobernador volvió a convocar a los capitanes de las fragatas Sirena y Nuestra Señora de Begoña, así como los de las dos corbetas. Don Rafael también fue llamado, pero debido a lo ocurrido el día anterior se veía una ligera tirantez entre ambos jefes. Es verdad que si no hubiera sido por don Rafael, que se encargó de mediar entre ambas partes, las cosas se podrían haber puesto peor. Pero aún así, ya no parecían tan amigos como antes. 

-   Caballeros los he convocado para saber la situación de sus barcos y su disponibilidad para hacerse a la mar lo antes posible -empezó a hablar el gobernador, tras mirar al comodoro, que asintió con la cabeza.- Por favor vayan informando, por orden de antigüedad.

El primero en hablar fue Eugenio. El gobernador y el comodoro escucharon el informe que esperaban. La Sirena estaba lista para hacerse a la mar. Había recibido los suministros y tenía a la tripulación completa. Los dos jefes escucharon con cierta satisfacción la lista de cosas que tenía listas Eugenio.

La cara de ambos cambió completamente cuando fue el capitán de la Osa quien empezó a relatar la situación de su fragata. Quedó de manifiesto una total falta de interés del capitán por tener su navío preparado. Incluso, para disgusto del gobernador, empezó a echar la culpa de su situación con los suministros a la atarazana y al astillero del puerto. Dejando caer que había un nivel de corrupción incipiente y de amiguismo. Esta última acusación parecía ir contra don Rafael y el propio Eugenio. Pero fue lo suficientemente precavido de no ofender a ninguno de los dos. Cuando al terminar su disertación, el gobernador le preguntó a de la Osa, cuánto tardaría y en estar listo, dijo ufano que necesitaría posiblemente una semana o más. El gobernador lanzó un quejido y pasó al siguiente capitán.

Los comandantes de las corbetas dieron un informe más satisfactorio para el gobernador. No estaban listos del todo, pero podían seguir a la Sirena de inmediato. Ya se completarían las aguadas o parte de las raciones en otro puerto o con algún bar o mercante, a poder ser enemigo. Esa mención a presas, animó al gobernador, que llevaba ya un buen rato callado y cabizbajo. 

-   Esta bien señores, me temo que no tenemos el suficientemente tiempo para que sus navíos parezcan que vayan a pasar la revista de un almirante -prosiguió el gobernador-. En tres días tienen que hacerse a la mar. Su misión es hacer un viaje para molestar el comercio enemigo, desde aquí, pasando ante las posesiones enemigas de las Antillas Menores. Pero a su vez deben acercarse a Cartagena de Indias. Deben conseguir información fidedigna de lo que ha ocurrido allí. No podemos creer las palabras de los escritos ingleses que se incautaron en San Juan de Antigua. 

-   No es posible que hayan sobrevivido -intervino de la Osa-. La flota de Vernon era inmensa. Su ejército superaba en número a la guarnición, incluso ayudada por los marineros de los seis barcos del almirante. Si los ingleses aseguran que el almirante se ha rendido, seguro que ha ocurrido. Es un gran error exponer dos fragatas y las corbetas para corroborar algo que ya ha ocurrido. 

-   Capitán de la Osa, no estamos seguros de la validez de esa noticia -habló don Rafael-. Y de todas formas, si hemos decidido, tanto el gobernador como yo que viajen hasta allí, usted acata las órdenes. A menos claro que le parezca demasiado para usted.

Todos los capitanes y el gobernador miraron a don Rafael, pasando después a de la Osa. Don Rafael no se había cortado ni un pelo en cuestionar la valentía del joven capitán. Este no tenía más posibilidades que callarse y aceptar la misión. Tampoco podía desafiar a duelo a don Rafael, por muy ofendido que le pudieran resultar las palabras del comodoro. Eso sería el final de su carrera en la armada. 

-   Bien, entiendo que ese silencio indica que ninguno de los capitanes pone ninguna objeción más al plan -continuó el gobernador, bastante intranquilo por como se estaba desarrollando las cosas-. El capitán Casas, debido a que es el capitán con mayor antigüedad, se le otorga el mando de la escuadra. Se le enviaran las órdenes escritas a su navío. De todas formas, nos gustaría hablar con usted de más cosas, capitán Casas. El resto pueden regresar a sus navíos. Tienen tres días para poner en orden sus barcos. Señores. 

-   Gobernador -respondieron los capitanes de la Osa, Heredia y Salazar.

Los tres capitanes se pusieron en pie, hicieron una reverencia y se marcharon, con el capitán de la Osa el primero y los otros dos siguiéndole los pasos. Hasta que la puerta del despacho no se cerró y pasaron los segundos precisos que el gobernador estimó como los que necesitaban los capitanes para alejarse de la puerta, no se sintieron más calmados. El gobernador suspiró y se removió en el sillón, perdiendo la fortaleza que parecen a haber mantenido durante todo el tiempo. Eugenio también observó ese cambio en el comodoro. Estaba seguro que había tenido que armarse de valor para lanzar la ofensa contra de la Osa. Solo Eugenio parecía el más íntegro de los tres presentes.

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