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martes, 12 de abril de 2022

Falsas visiones (11)

Rufo y Varo se unieron a Spartax y sus trabajadores en la cena. El potaje que habían preparado con el fuego y los suministros de la caravana, estaba bastante bueno. Estuvieron un rato hablando de cosas banales con Spartex. Al final, los dos se retiraron aludiendo que necesitaban dormir. Varo fue el que dormiría primero. Rufo se encargaría de la primera guardia.

Como antes, un ruido le hizo romper su concentración y mirar a un lugar en la oscuridad. Lo que vio fue el cuerpo de Spartex que se acercaba a ellos. Iba solo, pero Rufo supuso que alguno de sus partos estaría en las sombras. 

-   ¿No dormís como vuestro amigo? ¿O teméis qué yo o mis hombres os ataquemos en vuestro paso por el reino onírico? -preguntó Spartex en voz baja, como si no quisiera despertar a Varo, incluso mostrando un temor a conseguirlo. 

-   No es que quiera parecer descortés con vuestra hospitalidad, pero prefiero tener un ojo avizor en todo momento -indicó Rufo. 

-   No lo veo como descortesía, joven -aseguró Spartex-. Es natural ser precavido, al fin de cuentas nos conocemos desde hace poco. Si la situación fuera lo contrario, yo también estaría igual. Aunque si que me preocupa más lo que me ha contado mi Lutenia. Algo sobre que os persiguen los cántabros.

Así que el ruido que había detectado cuando hablaba con Varo antes de cenar, había sido la joven hija de Spartex o la protegida del mercader. Sin duda les estaba espiando. Algo que podía haber sido por orden de Spartex o porque quería cuidar de él. Rufo pensó antes de responder, pero estaba seguro que era tontería intentar mentir al mercader. 

-   No estamos seguros que nos sigan los cántabros -dijo por fin Rufo, tras haber meditado lo que debía decir-. Pero sí que hay por el norte un grupo de bandidos cántabros. Han atacado alguna granja y amedrentado a los lugareños, pidiendo tributos. Por ello, hemos sido enviados a Legio. 

-   ¡Hum! Son tristes noticias -indicó Spartex, mostrándose preocupado por lo que le había comunicado Rufo-. Sin duda los dioses han sido propicios conmigo y me han aconsejado en mis sueños que ya era hora de marchar al sur de la provincia, mucho menos agreste e incivilizada que el norte. Y mi suerte ha sido encontraros, pues ahora tengo información fidedigna. Con tus palabras me hago una idea del problema. Un levantamiento. 

-   ¡Un levantamiento! ¡Yo no he dicho nada de eso! -negó Rufo, sorprendido por las conclusiones de Spartex-. Solo he hablado de bandidos y… 

-   Sí, has dicho que bandidos, ya -asintió Spartex, con una media sonrisa-. Ya conozco demasiado bien a los romanos, y sobre todo a los militares. Cuando habláis de bandidos, son cosas más graves. La población de las granjas y de las aldeas que te escuchen se creerán lo de los bandidos. Yo no. Bandidos es la forma ligera de hablar de un levantamiento en toda regla. Además, ¿por qué enviar a dos mensajeros, es verdad que un poco jóvenes, pero bien pertrechados, de una turmae auxiliar, si son unos simples bandidos? No hace falta que respondas, joven. En verdad seréis ambos hijos de algún patricio, un equite, o un noble local. Se os ha preparado para llegar con el mensaje de auxilio a Legio. La plebe rural de esta provincia puede ser engañada fácilmente, pero yo no.

Rufo se quedó mirando a Spartex sin saber qué decir, a grandes rasgos había dado en la diana. A excepción de lo de ser hijos de patricios o nobles locales. 

-   Tu silencio es la prueba de que mi teoría es cierta -prosiguió Spartex-. En parte, me deberíais haber contado vuestro secreto, ya que me ponéis en peligro si no me hubiera llegado a enterar. Aunque comprendo vuestro temor a que supiera esta verdad. Ya que ahora no podré dormir tan feliz como antes. Pero creo que debemos seguir viajando juntos. Porque es beneficioso para vosotros dos y lo es también para mi. Así, que a descansar, mis hombres se encargaran de la seguridad. Mañana nos pondremos en marcha pronto.

Spartex se marchó con su paso firme y sus movimientos ágiles, a pesar de su corpulencia y su edad. Rufo se quedó algo más tranquilo, pues esperaba que Spartex les expulsara si se enteraba del asunto. Pero no pudo descansar como le había indicado el mercader. Había mucho en juego.

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