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sábado, 23 de abril de 2022

El reverso de la verdad (75)

Markus y Andrei se habían puesto los trajes de combate, negros, con los chalecos antibalas y los arneses para colgarse munición y otras armas. Habían cambiado su calzado por botas altas, donde ambos escondían un cuchillo de combate. Otro más lo llevaban en la espalda, bajo el chaleco. Andrei llevaba dos pistolas, un rifle de asalto y un subfusil. Markus llevaría una pistola, un subfusil, una escopeta y el rifle de francotirador. Regresaron al coche y se pusieron en marcha. Era hora de asaltar la finca de Alexander.

Cuando alcanzaron la última colina el Dartz se detuvo por unos segundos, solo para que Andrei se cambiara con Markus al volante. Al poco se puso otra vez en marcha. Ahora solo había que descender y el vehículo con ayuda del pedal, más la inercia de la bajada, fue ganando más y más velocidad. Cuando llegó al final del bosque la mole salió con una velocidad que Andrei no hubiera creído que podía haber conseguido. Cruzó un puente que quedaba sobre el río, que más bien parecía un regato que separaba el terreno agreste de la finca de Alexander. El Dartz se aproximaba a la puerta trasera de la que le había hablado Markus y Andrei pisó más el acelerador. El vehículo, con su blindaje y su peso, derribó la puerta, con una brutalidad, y a la vez con una ligereza que a Andrei no le pareció normal, aunque entre dientes se metió con Markus, pues estaba seguro que su amigo ya había calculado que eso era lo que había pasado.

Según la puerta trasera fue destrozada por el Dartz, una sirena de alarma comenzó a sonar con demasiada fuerza, taladrando los oídos de Andrei. El vehículo cruzó la hacienda, dejando a los lados las caballerizas y algunos almacenes de la parte trasera de la finca. Pero la alarma también provocó que los hombres de su enemigo comenzasen a salir de sus escondrijos y tomasen el Dartz como un blanco, que en movimiento, atraía los disparos de las armas que llevaban encima. Andrei solo pudo maravillarse de la integridad del vehículo que absorbía las balas como si no fuera con él. 

-   Sigue así, amigo -se escuchó la voz de Markus-. Atrae la atención de todos esos miserables, que salgan de sus escondrijos, que más fácil será acabar con ellos.

Andrei se limitó a lanzar un chasquido, mientras maniobraba el pesado vehículo hacía la posición que habían acordado de antemano. Debía detener el vehículo en la parte trasera del edificio principal, de esa forma conseguiría que todos los guardias del perímetro o por lo menos los más avispados fuesen a repeler el ataque y de esa forma, convertirse en unas dianas para Markus.

Los disparos que hacían sobre él eran cuantiosos y Andrei veía que su posición era la más peligrosa de todas, pero estaba dispuesto a asumirla, si con eso conseguía que el enemigo se confiase en que había llegado solo.



En el interior de la finca, en una habitación escondida, con las paredes insonorizadas, para que nada del exterior le perturbara, un hombre dormitaba plácidamente. Su almohada, sobre dónde tenía la cabeza, era el torso de un muchacho, una espalda contorneada, ligeramente musculada, de piel blanquecina, El durmiente mantenía una mano sobre el trasero del muchacho, y la otra se perdía bajo su almohada de carne. Lo que ocurría en el exterior no le importaba, ya que no lo podía detectar. Pero una puerta se abrió con cuidado y Gerard entró, con cuidado, para no despertar al resto de cuerpos que yacían en el suelo. Había muchachas, hombres y más muchachos. Con su agilidad fue pasando de zona libre a zona libre, hasta alcanzar la cama. 

-   Señor, señor, despierte -dijo entre susurros Gerard, al tiempo que sacudía el cuerpo del hombre de la cama, el que tenía tal curiosa almohada.

El hombre se movió lo suficiente para quejarse y no hacer nada más. 

-   Despierte, señor -volvió a intentarlo Gerard-. ¡Él está aquí!

El nuevo intento pareció que no había conseguido nada, pero el hombre se volvió a mover, en este caso, quedando boca arriba con los ojos abiertos. 

-   ¿Quién? 

-   ¡Él! -repitió Gerard-. Del que me habéis hablado, ha venido contra nosotros. Ha asaltado la hacienda. Parece tener un coche blindado. Los hombres se encargaran de él. 

-   Es un loco -dijo el hombre alzándose en la cama, retirando la sábana y dejando a la vista los cuerpos de otros dos jóvenes desnudos-. Mis hombres se encargaran de él. Si lo toman prisionero que me lo traigan. Gerard, deshazte de todos estos estorbos, pero deja al ruiseñor. Me voy a vestir. Nos vemos en la sala de seguridad. 

-   Así se hará.

Gerard nunca se quejaba de las órdenes de su jefe. Pero aun así le parecía mal lo que hacía con sus juguetes, los desechaba con la primera de turno, a excepción de su ruiseñor, el joven que le servía de almohada, su juguete más interesante, su pequeño capricho. Pero por una vez en la vida, mientras los expulsaba de la cámara de su jefe, Gerard temía que el siguiente en salir de allí fuera él.

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