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sábado, 30 de abril de 2022

El reverso de la verdad (76)

El Dartz se había detenido justo ante la parte trasera del edificio principal, que en esa parte estaba formado por una arcada que mantenía una gran terraza. Los enemigos se parapetaban entre los pilares de los arcos. Algunos estaban situados en la terraza, sobre Andrei. El Dartz parecía aguantar con soltura los proyectiles que le disparaban, por lo que por ahora solo se enfrentaba a armas ligeras. Markus y él habían llegado a la conclusión que su enemigo por ahora solo iban a usar ese tipo de armas contra ellos. No iban a usar otras que llamasen más la atención que las que ya usaban. Dado que el edificio principal estaba tan alejado de los lindes de la finca con un poco de suerte los vecinos no se percatasen de la realidad de lo que ocurría. O como pensaba Andrei, que lo más seguro que fueran otros criminales, que bajo ninguna forma fueran a avisar a sus eternos enemigos, la policía.

Andrei, dentro del vehículo, detenido, bajo el fuego de los hombres de su enemigo, esperaba la señal que le había indicado Markus. Entre todos los disparos, uno sonó más amortiguado, un individuo de la terraza cayó cuando una bala le acertó en la cabeza. La señal fue la sucesión de gritos de aviso de los que le rodeaban anunciando que había un francotirador. Andrei se alzó, abriendo una portezuela en el techo y empezó a disparar contra los de la terraza, para que se mantuvieran cubiertos, al tiempo que lanzaba una granada, en el mismo punto que disparaba. Cuando vio que la granada se perdía tras la barandilla de piedra, se volvió a meter dentro del vehículo.

La explosión, tras la barandilla de piedra, levantó una voluta de humo blanco y con suerte, destrozó a los matones que se escudaban tras ella. Andrei no esperó a que los de la arcada se pudieran recomponer, abrió la puerta del conductor, salió como un rayo y cruzó el espacio que le distaba hasta un pilar. Nadie le disparó, pero cuando estuvo protegido, escuchó el resonar de varias armas a su derecha, pero nada a su izquierda, por lo que se giró hacia ese lado, rodeando el pilar y quedando ante el cuerpo del matón. Esperó a que el hombre que tenía más cerca y el resto hacia el otro lado estuvieran recargando, para aparecer de improviso.

El hombre que tenía más cerca, puso los ojos como platos por su aparición y supo que no podía hacer nada para librarse de lo que iba a ocurrir. Pero tal vez, pensó, que podría alertar a sus compañeros. Pero Andrei, que recordaba las miradas de sus enemigos en la época que fue militar, vio en ese matón lo pensaba hacer y abrió fuego antes de que pudiera abrir la boca para advertir a sus compañeros. Aun así, el ruido del subfusil de Andrei, fue suficiente para que el resto de tiradores se volviese hacia ese lugar y vieran a Andrei tras el hombre que se caía, muerto, aguijoneado por un buen número de balas. Pero el cargador de Andrei ya estaba siendo vaciado sobre ellos, antes incluso que pudiesen reaccionar.

Los matones que se escondían tras los pilares cayeron por obra de Andrei, dejando libre toda esa zona. Andrei vio que algo más adelante había un acceso a la vivienda, por donde habían aparecido esos hombres, pero sabía que no podría pasar por allí, porque más hombres le estarían esperando. Se acercó a la puerta abierta, pegado a la pared, evitando así puntos ciegos. Tomó otro par de granadas, les quitó las anillas y esperó lo justo para lanzarlas al interior. Se acurrucó contra la pared y al poco las ventanas, y puertas fueron sacadas de cuajo de sus huecos, debido a las explosiones al otro lado. Pero Andrei sabía que no era aún tiempo de entrar. Había que permitir que el enemigo diera el primer paso.

Lo primero que escuchó de ellos, de los hombres que se habían hacinado dentro, fue una tos, una tos ronca y continuada. Un hombre, con sangre en la cabeza, que le caía por un costado, salió por donde había estado la puerta, tambaleándose, afectado por la explosión, el golpe sónico. Andrei, desde su posición dejó que se alejara, lo justo para que otro hombre, apareciera a cuatro patas, gateando, con los oídos reventados, con sangre saliendo de sus orejas. Este segundo hombre, que claramente, no oía nada, si que se percató de la presencia de Andrei, o más bien de sus botas y miró hacia arriba, presa de la confusión y del miedo. Intentó avisar a su compañero, que aún iba agarrando un subfusil, pero Andrei, con una sonrisa en la boca le disparó a él primero y después a su compañero.

El que gateaba se dejó caer sobre el suelo y el primero cayó hacia delante, alcanzado por la espalda por la ráfaga de Andrei. No había la posibilidad de un combate justo ni nada parecido. Unos sobrevivirían y otros tendrían que morir. Era la ley de la vida y sobre todo de la guerra.

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