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miércoles, 18 de octubre de 2017

El tesoro de Maiclons (22)



Uno de los oficiales del ejército se había puesto de pie, y tanto el rey como Galvar se habían vuelto a mirarle.
-          ¿Qué ocurre, general Gherren? -preguntó Galvar.
-          Señor Galvar, majestad, siento tener que ser el portador de malas noticias, pero el puesto de general de la guardia real es un título que se le da a la persona que ostenta el cargo de Espada del rey -dijo el militar.
-          En eso tenéis razón, general, pero estudiamos los textos antiguos y en tiempos de los Mars, existió el grado de general de la guardia, separado de la persona que ostentaba el puesto de Espada -explicó Galvar, como si fuera un maestro con un niño que no entendía la lección-. Por ello, su majestad ha decidido que esta solución se podía llevar a cabo.
El general Gherren asintió con la cabeza, dando a entender que la explicación le era satisfactoria, pero Galvar estaba seguro que no era así. Gherren era un buen soldado, un oficial competente y lo más seguro es que ansiara el puesto de oficial al mando de la guardia o el de Espada, principal asesor militar del reino. Pero Gherren no había sido convocado ese día allí para ese puesto, sino para otra cosa, algo que sabría dentro de poco.
-          Bien, veo que el gran general Gherren ha quedado complacido con la explicación de Galvar -dijo sonriente Shonleck-. Esto nos lleva al segundo punto del día. Galvar de Inçeret me ha remitido en el último consejo real que debido a su avanzada edad ya no se puede hacer cargo de sus dos responsabilidades, ser Espada y Heraldo. Por ello, me ha presentado un sustituto viable para uno de los dos puestos -Galvar observó por el rabillo del ojo al general Gherren que parecía ahora más alegre-. Rubeons de Sançer quedáis nombrado Heraldo del rey, mientras que Galvar seguirá asumiendo su cargo de Espada.
La sorpresa fue mayúscula, incluso el general Gherren se quedó blanco. Galvar en realidad le había dado dos nombres al monarca, uno para Heraldo, el de Rubeons, un hombre que él había instruido para ese puesto durante los últimos años. El segundo nombre era el del general Aibork de Thuma, un general de renombre, pero ya de cierta edad. Pero el rey no quería quedarse sin el consejo de Galvar y le convenció para que dejara solo uno de los cargos. Así que se desprendió del que había ocupado desde tiempos de su amigo Jesleopold, padre del rey. Pero ya le avisó que los generales no se quedarían tranquilos y sonrientes al quedarse él con el cargo de Espada, un noble que no había sido militar. Galvar podía ver la cara de los oficiales, sobre todo la de Gherren y se dio cuenta de que no había errado su designio. Pero lo que no se esperaba es que no dijeron nada, ni Gherren, ni ninguno de los otros. Quien sí se enfadó, pero no dijo nada, excepto marcharse en silencio, pero pisando fuerte, fue el sumo sacerdote Mhalar, que se largó seguido de su grupito de sacerdotes, todos excepto el padre Mhungas. Maichlons observó la estampida y decidió que le preguntaría a Rubeons o a su padre a que se debería la marcha airada del sacerdote. Shonleck también observó la estampida de sacerdotes, pero se limitó a rascarse la frente, mientras movía los labios, pero sin oírsele sonido alguno.
-          Bien, visto que nadie se opone al nombramiento, pasaremos al punto fundamental de esta reunión, por favor Galvar -el rey se dejó caer en su trono, cansado.
-          Sí, majestad -asintió Galvar que se volvió hacia los congregados-. Hemos recibido nuevas noticias de la frontera sur, de la ribera del Nerviuss. El gobernador Dhannar de Aitkens pide ayuda para acabar con los ataques de grupos de bárbaros sureños que en los últimos veranos asaltan nuestra tierra, matando, robando y esclavizando a nuestros conciudadanos. Hasta hace poco el ejército del sur y las guardias de los nobles eran suficientes para acabar con los asaltantes, pero el verano pasado y el de este año su número se ha multiplicado, así como sus acciones sangrientas.
-          ¡Pues invadamos el sur! -gritó un noble, que Maichlons no pudo reconocer.
-          No, eso no se puede hacer, el rey mantiene una alianza con un señor del sur, el señor Osfhart, que asegura que esos ataques son provocados por piratas y proscritos -negó Galvar.
-          ¡El bárbaro miente! -otra voz resonó en la sala.
-          Ya basta, el rey y el consejo ya ha decido lo que se va a hacer -ordenó Galvar, harto de las interrupciones baladíes-. General Gherren, el rey os ha elegido para que comandéis un ejército para reforzar el sur y terminar con estos ataques. ¿Qué es lo que necesitáis?
-          Me honra vuestro designio -agradeció el general, poniéndose de pie-. Ahora no puedo responderos a esa pregunta, debo ver los informes y las cartas del gobernador.
-          ¿Pero cuánto tiempo necesitaríais para prepararos e ir hacia el sur? -quiso saber el monarca.
-          Dos meses -contestó rápidamente Gherren, a lo que el rey pareció estar de acuerdo.
-          Bien, general Gherren, ese tiempo también lo habíamos vaticinado en el consejo real -admitió Galvar-. Sin duda sois la persona idónea para esta expedición. Sois libre de designar a vuestro estado mayor, pero con una única condición. Deberéis integrar al príncipe Ivort en él.
-          Como ordenéis -se limitó a decir el general, que le acaba de salir un grano en su culo.
-          Ya has escuchado a Galvar y al general Gherren, Ivort, tienes dos meses para prepararte para marchar con el ejército a apoyar a nuestros súbditos en el sur -Shonleck miraba directamente a su hermano, que se aplastaba toda su nariz con una mano, su tic más característico cuando se ponía nervioso.
-          Pero hermano, yo… -intentó decir Ivort.
-          ¡Aquí soy el rey! -bramó Shonleck-. Llevas meses, por no decir años viviendo un frenesí tras otro. El alcalde, la guardia de la ciudad, los nobles y otras tantas personas mandan cartas para que te meta en vereda. Pues mi paciencia se ha terminado. Padre quería que te convirtieras en un gran hombre, en el siguiente duque de Fritzbaron. General de Inçeret, ¿podrías convertir a mi hermano en un guerrero lo suficientemente competente?
-          Sí, majestad -afirmó Maichlons.
-          En ese caso, Ivort, a partir de mañana comenzaras a entrenarte con la guardia real, para que de aquí a dos meses partas con el general Gherren a defender al reino -dijo Shonleck-. Espero que el buen general ni me tenga que informar de tu fallecimiento, ni de que eres un cobarde. General Gherren, esperamos su informe y sus peticiones de cara a su campaña. Esta reunión se ha terminado.
El rey se puso de pie y se marchó sin esperar a la reverencia de despedida. Los miembros de la familia real le siguieron. El príncipe Ivort miró a Maichlons con odio y se marchó arrastrando los pies, cabizbajo. Gherren y sus oficiales hablaron un momento con Galvar, que les pasó un baúl pequeño que había estado todo el tiempo cerca del trono, pero que había pasado desapercibido para todo el mundo. Con su contenido, Gherren tenía toda la información que podía necesitar, aunque si necesitaba más podía enviar una misiva al gobernador Aitkens. Poco a poco, los militares, los nobles y el resto de prohombres se fueron marchando, dejando solos a Rubeons, Maichlons y Galvar.

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