Ofthar observaba en silencio la espalda de su padre, que cabalgaba
delante de su montura. Llevaban toda la mañana de viaje, desde que se habían
alejado de la casucha del sacerdote, siempre callados, siempre serio. Por ello,
el joven muchacho especulaba lo que había ocurrido con el anciano sacerdote. Lo
más seguro es que estuviese muerto, pero matar a quién se relacionaba con los
dioses era una mala idea. Había oído historias de los viejos tiempos, de
incrédulos que habían ido contra los dioses y sus servidores, los sacerdotes, y
lo habían lamentado con creces. No se podía jugar con el destino de esa forma.
Así que estaba ligeramente preocupado.
El sol ya había alcanzado lo más alto cuando habían conseguido
salir del bosque. En ese momento, Ofhar detuvo su caballo. Se bajó de un salto
y guió a su montura hasta un árbol solitario donde ató las riendas. Ofthar le
imitó.
-
Te preguntarás que le ha pasado al anciano -fue lo primero que
dijo Ofhar-. A estas horas llevara ya mucho muerto. Pero yo no lo he hecho,
hijo. Solo le he alentado a su alma condenada a que siga el camino que ya había
elegido. Su culpa ante la muerte de tu madre era clara y le destrozaba su
espíritu. Solo le he enseñado su camino.
-
Si eso es verdad, ¿por qué marchamos hacia el sur? -preguntó
Ofthar, que sin duda era listo-. No sería más fácil desandar el camino por el
que has llegado.
-
Te has olvidado de los cinco guardias del tharn Phern muertos y
calcinados en tu casa -recordó Ofhar-. El camino por el señorío de los mares es
demasiado peligroso. Phern es un noble menor, pero pedirá ayuda a su señor,
algo que no nos conviene, pues este está aliado con un enemigo mío. Sería un
gran regalo mi pellejo para su alianza. Tomaremos la ruta interior, pasando por
los señoríos de las estepas y las praderas. La ruta puede ser más larga, pero
tal vez menos peligrosa.
-
Está bien, padre -dijo Ofthar.
-
Si quieres añadir algo, hazlo -indicó Ofhar que había notado
cierta congoja en la escueta respuesta de su hijo.
-
¿Si eres tan importante, tal vez hubiera sido mejor que no
hubieras venido nunca, no? -espetó Ofthar.
-
Se lo prometí a tu madre, volvería a por ella -contestó Ofhar con
un tono dolido por las palabras de su hijo.
-
Pero llegaste tarde de todos modos -dejó caer Ofthar, a lo que
Ofhar se le descompuso el rostro.
Por un momento Ofthar observó la reacción de su padre y se apiadó
de él, pero la pérdida de su madre era un recuerdo demasiado cercano y le
seguía doliendo aún. Ofhar se acercó a su montura y buscó en sus bolsas hasta
sacar una pieza de carne ahumada.
-
Es mejor que comamos algo, para poder seguir viajando antes de que
se haga de noche -dijo Ofhar mostrando la carne.
En silencio cortó algunos trozos y se los pasó a su hijo. Luego
guardó la pieza principal y comenzó a mordisquear lo que se había quedado él.
La carne llenó su boca de un sabor conocido, aunque sabía que era un simple
reemplazo de la carne fresca, una pieza de caza ganada a la naturaleza, hace ya
demasiado, ahumada entre carbones y sal. Ofthar se comió sus trozos sin hablar,
por lo que Ofhar prefirió no ahondar más en los reproches de su hijo.
Cuando el sol comenzó a tomar su rutinario descenso hacia la
tierra, antes de que Jhala decidiera aparecer en los cielos, con su tonalidad
azulada, Ofhar decidió que era hora de ponerse de nuevo en marcha, para viajar
al oeste, poco a poco, por la ruta interior, esperando llegar a su destino sin
más sobresaltos, pero en esos tiempos eso era algo raro, pues entre las
maquinaciones de los señores, aparecían muchos restos de los ejércitos vencidos
en forma de bandidos que asaltaban a quienes recorrían los caminos. Dos
hombres, aunque ambos fueran armados, eran un plato muy jugoso para una
veintena de desalmados. Les robarían y les venderían como esclavos. Toda
hacienda necesitaba nuevos siervos, ya que en esta sociedad esos hombres no
eran libres, pertenecían a su noble o su señor.
Padre e hijo montaron, uno primero y el otro tras una mirada dura
de un progenitor que no quería pelea pero estaba enfadado por el odio mostrado
por un hijo, al que había comenzado a amar. Hasta esos días, Ofhar siempre
había querido tener hijos, pero ya solo esperaba una vejez con el amor de su
vida, pero el destino había querido otra cosa, y como Ofhar sabía demasiado
bien, el destino lo gobierna y lo rige todo en la vida, los mortales son
marionetas entre las hilanderas que juegan con el futuro de los hombres. Ni
podían sobornarlas ni eliminarlas, pues tenían el beneplácito de los dioses,
siempre inmunes a su efecto.
Siempre hay que perseguir lo que se desea. Nunca se sabe hasta donde se puede llegar con. Nuestras acciones. Gran capítulo. Seguiré leyendo con muchas ganas.
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