Tal como ya había distinguido Ofhar, la caravana estaba formada
por dos carruajes y diez carros llenos de mercancías. Había unos cuarenta
siervos, la mayoría hombres jóvenes, lo que supuso que también eran mercancía.
Los más mayores serían la servidumbre propia de Iomer, aunque tal vez alguno
fuera otro mercader o un hombre libre al servicio de Iomer. Los propios se
encargaban de conducir los carros y a los esclavos. Lo raro era que no hubiera
ninguna mujer, pero al acercarse, pudo ver por los ventanucos del segundo carruaje
en buen número de cabecitas, muchachas que observaban a que se debía el parón. Ahora
lo entendía todo, Iomer era de los que preferían que la mejor carga, las
esclavas fueran cómodas en los carruajes, mientras que los hombres hacían
ejercicio, sin pasarse y él viajaba a caballo. Las esclavas jóvenes le
rentarían un buen dinero si llegaban en buen estado al tratante, Iomer era
listo, aunque otros mercaderes no hubieran usado carruajes, sino carretas de
grano.
Iomer ya no era joven, pero tampoco viejo, parecía ligeramente
mayor a Ofhar, tal vez rozará los treinta y cinco, o algo más. Tenía una buena
pelambrera rubia, con bigotes poblados, pero no llevaba barba. Los ojos eran
verdes y eran los de un negociador, grandes y vivarachos. Vestía una casaca verdosa
y unos calzones gruesos y oscuros. No llevaba arma alguna, ni un triste
cuchillo, de ahí que tuviera contratados a veinte guerreros y un líder.
Ofhar ya estaba mirando al tal Phonva, un hombre enjuto, ancho, de
figura tosca, embutido en un cota de malla que le quedaba demasiado larga, un
pelo negro, enmarañado, ojos oscuros, demasiado alocados, pero no parecían los
de alguien demasiado inteligente. Se podía ver que la armadura había sido
puesta con prisas, por lo que Ofhar supuso que estaba haciendo en vez de estar
atento a los peligros que pudieran estar cerca de la caravana, cuya seguridad
era su cometido.
Iomer llegó a su lado y descabalgó de su ruano, Ofhar se acercó y
le imitó. Phonva les observaba lleno de recelo.
-
Este hombre viajará con nosotros, él y su siervo -anunció Iomer,
señalando a Ofhar-. Se llama Bhada y es un guerrero, de los hielos.
-
Eso es algo que yo debería decidir, que para eso soy el líder de
la guardia -espetó Phonva, tras escupir al suelo-. Es demasiado viejo para ser
un espada, seguro que es un cobarde, solo los de esa calaña llegan a esa edad,
sin casi heridas.
-
Puedes probarme si así estás más dispuesto a seguir las órdenes de
tu señor -Ofhar eligió las palabras con el resultado que esperaba, por una
parte devolver el peso de la jefatura a Iomer, que era quien pagaba a Phonva.
Por otra parte quería irritarlo, y sabía que lo conseguiría haciéndole de
menos.
-
Seguro que has oído hablar de mí, fue campeón del gran Ofhar,
canciller del señorío de los ríos -Phonva se iba hinchando a medida que las
palabras brotaban de su boca-. No hay hombre que no tiemble al escuchar el
nombre de Phonva, el ejecutor. Mi espada ha sesgado cientos de vidas de
incautos y estúpidos.
-
Siento decir que he oído hablar de muchos de los campeones del
gran Ofhar, y tu nombre nunca ha salido a relucir -se mofó Ofhar, luciendo una
media sonrisa, que irritó más a Phonva-. De todas formas por lo que tengo
entendido, los campeones de un gran señor rara vez se suelen alejar de quien
les llena la bolsa de oro. Solo lo hacen en una ocasión, y suele ser cuando
fallecen en las batallas de su señor. Irse antes, y para proteger caravanas de
mercaderes, por muy acaudalados que sean.
Phonva ni se molestó en responder, lanzó otro espumarajo al suelo
y fue sacando lentamente la espada de su vaina. Iomer dio unos pasos atrás y
Ofhar lanzó una risotada, imitando al enfadado Phonva.
Los dos hombres empezaron a estudiarse, bueno, Ofhar se iba dando
cuenta de los fallos de Phonva, mientras que este le imitaba, pero solo como
pose, pues realmente no parecía saber que andar en círculos, uno mirándose a
otro era la mejor forma de encontrar puntos y aberturas en las defensas de los
enemigos. Al final, Phonva se hartó y se lanzó hacia delante con la espada
levantada, para poder bajarla con su fuerza sobre Ofhar, que se limitó a
esperar y esquivarle hacia la derecha, por lo que la espada de Phonva golpeó la
hierba junto al camino, tras lo que Ofhar le dio un codazo en la cadera, para
mofarse de él. La irritación del guerrero de baja estatura creció y su cara se
volvió más colorada.
-
Que pasa, además de ser un pobre defensor, eres peor guerrero -se rio
Ofhar, que sabía que si enfadaba aún más a Phonva le haría errar más en su
estrategia-. El bamboleo del carro es un buen lugar para disfrutar de las carnes
frescas de alguna sierva.
No solo Phonva puso mala cara al verse expuesto en lo que hacía
cuando no le veía Iomer, que no era otra que calzarse a las esclavas que el
mercader transportaba en los carruajes. Iomer miró airado a su jefe de guardias
y lanzó una blasfemia que no se alejó mucho de sus labios, pero que los ojos
expertos de Ofhar no pasaron desapercibida.
Phonva volvió a lanzarse hacia su oponente, pero esta vez sin
cautela ni cuidado, por lo que Ofhar no solo le esquivó como la otra vez, sino
que esta vez le propinó una bofetada en la cara al dejarlo pasar. El golpe
produjo más dolor en el alma de Phonva, que en el rostro, por lo que se volvió raudamente,
esta vez con la espada baja y con la punta abriéndose paso ante él. Ofhar sólo
tuvo que interponer su espada, para hacer que la punta de enemiga se deslizara
hacia un lado, mientras que él golpeaba con su guantelete y toda la fuerza de
su brazo, en el abdomen de Phonva, que abrió la boca y lanzó un alarido.
Sus hombres se removieron inquietos, pero Iomer les hizo un gesto
para que se quedasen dónde estaban. Le hicieron caso, ya que él era quien tenía
el oro. Lo que no percibieron fue como Ofthar, aún sobre su montura deslizaba
sus manos, para sacar una flecha de su carcaj y colocarla en su arco, listo
para ayudar a padre.
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