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miércoles, 25 de octubre de 2017

El tesoro de Maichlons (23)



Galvar se acercó a donde estaban Maichlons y Rubeons, dejándose caer en una de las sillas, mientras se quitaba sudor de la frente. Maichlons pudo ver que el rostro de su padre parecía más cansado de lo que debería.
-          Pobre general Gherren, ha dejado ver sus cartas y sus aspiraciones -dijo Galvar-. Quiere mi puesto y ser jefe de la guardia real. No le ha gustado nada tu nombramiento, hijo. Espero no haberte creado un enemigo.
-          El general Gherren no posee una hoja de servicios como la de vuestro hijo -aseguró Rubeons-. Es verdad que fue el general en jefe de la frontera este, pero fue tras las campañas en las que estuvo mi padre y Maichlons, por lo que asumió una región tranquila. Si vuelve victorioso y andando del sur, podrá tener opciones de ocupar el cargo de la Espada.
-          Aun así, Rubeons, tiene conocidos en la ciudad, podría formar un grupo de presión importante contra nosotros -terció Galvar, mirando al techo.
-          Los habitantes de esta ciudad pronto regresarán a sus labores cotidianas, un par de bailes y tras unas comidas que les calienten la panza, se habrán olvidado del desaparecido general Gherren y verán con mejores ojos a vuestro hijo -comentó Rubeons.
-          En tu caso la cosa va a ser peor,  Mhalar tiene mucho más poder que el general Gherren -afirmó Galvar.
-          Mhalar es un formidable enemigo, pero esta mayor, y su salud pronto se estropeara lo suficiente, como para que se olvide de mí -asintió Rubeons,  restando importancia al asunto.
-          Pero hasta que eso pase, Mhalar se encargará de hacer que sus monjes hablen un día sí y otro también de tus medidas y de la mala persona que eres -indicó Galvar-. ¿Crees que no será capaz? Tal vez deberías posponer un tiempo más el proyecto de la academia.
-          No lo creo así, los beneficios que obtendremos de la academia serán mucho más importantes que quedarnos parados por culpa de la supuesta falta de fe de los académicos -negó Rubeons, más serio que antes.
-          Que no diga que yo no te he avisado, Rubeons, pero yo ya no soy el Heraldo, sino tú -advirtió Galvar, que dejó de mirar al techo y miró a su hijo-. Mañana te tendrás que presentar a primera hora en el despacho de la guardia, aquí, en la torre sur. Por ahora te puedes marchar. Pide un carruaje en las cocheras reales, si quieres bajar a la ciudad. Espero verte en casa para cenar y hablar un poco.
-          Sí, padre -asintió Maichlons, que se iba a ir, cuando Rubeons le llamó la atención.
-          Ponte esta banda sobre la armadura y este broche -Rubeons le pasó una banda de tela de color azul marino y un broche estrellado, de oro con una aguamarina en el centro-. Todos sabrán que se encuentran ante el líder de la guardia real, y no solo ante un soldado pendenciero. Más de uno se lo pensará dos veces, aunque supongo que eso ya lo hacen de normal.
-          Gracias -dijo Maichlons colocándose la banda y el broche, con cuidado.
Maichlons se despidió de ellos y salió al pasillo. Por un momento intentó seguir un camino para salir del castillo, pero se dio cuenta de que no había prestado mucha atención cuando le guiaba su padre por el castillo y no se había aprendido el camino que habían seguido. Tras un rato, deambulando se encontró con un sargento de armas y cuatro soldados, una patrulla.
-          Sargento, sería tan amable de decirme como se sale del castillo, estoy un poco perdido, y… -comenzó a decir Maichlons.
-          Estoy de guardia, señor y no puedo abandonarla de ninguna forma -cortó el sargento, con la contundencia de alguien encargado de una gran misión.
-          Bueno, eso está muy bien, pero si me podría decir el camino, yo mismo me voy y le dejo con su labor -lo intentó de nuevo Maichlons.
El sargento, que había respondido sin ni siquiera mirarlo, se volvió para ver quién era ese pesado. Sus ojos fueron directos a la banda y el broche, al tiempo que se ponía blanco y respiraba aliviado por no haber soltado la insolencia que ya había preparado en su cabeza y estaban sus labios a punto de lanzar.
-          Soldado Aikons, encárguese de acompañar al general hasta la salida -gritó el sargento rápidamente.
Maichlons observó como uno de los cuatro soldados, el último de la cola, la abandonaba y se situaba ante él, taconeaba y esperaba sus órdenes. El soldado era un muchacho joven, imberbe, seguramente el hijo de algún noble, la gran maldición de la guardia real y de sus comandantes. Soldados bisoños, jugadores y puteros que debían salvaguardar a la familia real. Maichlons no lo sabía pero la mayoría de sus antecesores en el puesto se habían limitado a tomar lo que les había otorgado y pasar el tiempo lo más tranquilo que podía, usando el rango como un trampolín social.
El soldado Aikons le guió hasta el patio de armas y allí le indicó cómo llegar hasta las cuadras y la cochera del recinto. Maichlons se despidió de él y se dirigió hacia las cocheras.

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