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miércoles, 4 de octubre de 2017

Encuentro (8)



Ofhar se acercó despacio, cuando se quedó delante de la puerta tomó aire, cogió fuerza, levantó su pierna derecha y tiró abajo la puerta, que se abrió de golpe, levantando una nube de polvo y serrín. La luz del interior le cegó por momentos, pero pronto se aclimató a la velas de la casucha. Dentro, sentado sobre un taburete, con una jarra en la mano se encontraba el sacerdote. El anciano le miraba pero había algo en sus ojos que le indicaba que no se había dado cuenta de nada o que no veía lo que realmente pasaba. Dio un par de pasos, cruzando el umbral, con la espada a media altura.
-       Te esperaba -soltó el anciano-. ¿Thoin, por qué me buscas en esta noche tan oscura?
Ofhar le miró, estaba asombrado, el anciano le había confundido con el dios Thoin, aunque la verdad es que con la espada en la mano podía pasar por el dios guerrero. El sacerdote bebió un sorbo de la jarra, con tanta ansia que parte del contenido se perdió por las comisuras de su boca.
-       Quiero que me cuentes la verdad, que me digas por qué expulsaste a una inocente de la aldea y la obligaste a morir en medio del bosque -ordenó Ofhar con la voz más potente que pudo. El anciano tembló y se acurrucó sobre el taburete-. Me vas a mentir, anciano.
-       ¡Oh, Güit! ¡La bella Güit! -se lamentó el sacerdote, mientras unas lágrimas aparecieron en sus ojos-. Solo quería que viviera conmigo, pero ella decía amar a otro hombre, a alguien que seguramente se había olvidado de ella. La había abandonado en esa pequeña aldea, para que pereciera en la soledad. Yo solo quería que me amara, como yo la quería a ella. ¿Thoin, es mucho pedir que una mujer hermosa quisiera a un pobre hombre?
-       Expón tu obra y yo te juzgaré, sacerdote -espetó Ofhar.
-       Muchas veces le pedí que se convirtiera en mi esposa, yo la cuidaría a ella y a su hijo, la amaba con locura, la deseaba, la quería estrechar entre mis brazos, que se convirtiera en mi pareja -comenzó a decir el anciano, con una voz que se había convertido en un lamento-. Pero ella siempre me rechazaba, me eludía, me negaba, con palabras bonitas, con consideración, pero que al final siempre dejaban un regusto de insatisfacción. Aseguraba que el amor de su vida retornaría por ellos, pero el tiempo pasaba. Yo intente hacerla ver que se había olvidado de ella, pero ella se negaba a reconocerlo. Su fe era tan ciega como la que se tiene en los dioses. Así que decidí cambiar de táctica. Conseguí hacer creer al tharn Phern que mantener a una bruja por estos lares, a la larga traería más mala suerte y el enfado de los dioses. Yo solo quería que la expulsaran de la aldea, pero los hombres del tharn fueron concienzudos y llevaron su misión a buen puerto. No solo la expulsaron, sino que pusieron a la población contra ella.
-       ¿Qué esperabas ganar con esta táctica? -preguntó Ofhar.
-       Yo creía que tras un tiempo en el bosque, ella valoraría el vivir conmigo, que se hiciera mi esposa para huir de las privaciones -contestó el sacerdote.
-       Pero no ocurrió eso, ¿verdad? -intervino Ofhar.
-       No, no pasó, ella prefirió vivir en el bosque, aunque no tuviera de nada. Yo le seguí visitando, le lleve provisiones. Me seguía tratando bien, pero yo siempre creí que sabía que yo había provocado que la expulsaran de la aldea, que los lugareños la esquivasen y a la larga la odiasen. Al final, ella murió y mis manos están manchadas por ello. Maldigo a la persona que la enamoró de tal forma y la impidió que se pudiera unir a mí.
-       ¡No estás en posición de maldecir a aquellos que no tenían culpa alguna en su muerte! -gritó Ofhar, a lo que el anciano se intentó echar hacia atrás, pero la mesa se lo impedía-. Tú eras el único culpable, pues en tu demencia, en tu ansia por la mujer, la condenaste a una muerte segura. Pero esto ya lo sabes bien, pues la culpa y los remordimientos te corroen el alma. Vienes a esta casucha, para atiborrarte de alcohol y setas, para que te liberen de tus sentimientos.
El anciano seguía llorando y asentía con la cabeza. Miraba los ojos de Ofhar y el miedo le llenaba el espíritu. Lanzaba tímidos lamentos, pedía perdón a Thoin, pero este no se movía, solo le observaba desde arriba, serio, frío, como alguien que esperaba reclamar una venganza.
Ofhar no sabía que decir, la bilis y el ansia por reclamar la justicia debida a su amada era lo único que le movían en ese momento. Revisó el interior de la casucha y vio algo que le interesaba. Se acercó al estante y tomó el objeto que le había llamado la atención, todo el rato sin perder ojo del atemorizado sacerdote. Puso el objeto sobre la mesa, bajo la angustiada mirada del anciano al que se le descompuso el rostro al ver lo que había dejado el dios para él.
-       Ese es tu dictamen, mi señor Thoin -articuló el anciano con el rostro marcado por el temor.
Ofhar se limitó a asentir con la cabeza, tras lo que se volvió y salió de la casucha, retornando hasta donde estaba su hijo con el caballo.
-       Toma el caballo del sacerdote, nos lo ha legado como compensación por sus actos -señaló Ofhar-. Monta, marchamos ya, no podemos esperar ni un minuto.
Ofhar montó en su caballo y su hijo se subió al jamelgo que había atado a un árbol. El animal no era muy hermoso, ni muy saleroso, pero no se quejó con el aumento del peso de su nuevo jinete, comparado con el peso ligero del anciano. Padre e hijo se marcharon, internándose en el bosque, desapareciendo entre la bruma de la mañana.
El anciano seguía mirando el objeto que le había dejado el dios, había oído sus palabras, y se iba llenando de valor para cumplir el dictamen de Thoin. Puso su mano sobre el pequeño cuchillo, que él usaba para cortar plantas y buscar raíces en el bosque. Lo agarró con fuerza, elevó la hoja hacia la techumbre y suspiró. De un rápido gesto, movió el cuchillo con una habilidad más propia de un joven y se cortó el cuello. La sangre comenzó a fluir, mientras el cuchillo manchado de sangre caía con estrépito al suelo, salpicando el líquido rojo por su vestimenta blanca. Los brazos se extendieron junto a su cuerpo y se dejó sumir por el letargo de Bheler.

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