En la cantina del castillo, las dos generaciones de Inçeret
pudieron llenar sus estómagos vacíos, con unas tortitas de trigo que sacaban
cada poco tiempo de las cocinas, junto un poco de magro de cerdo frito. Para
beber tenían cerveza o vino, ambos se decantaron por lo segundo, pues pensaban
que la cerveza no era algo aceptable a esas horas. Cuando estuvieron llenos, se
levantaron y se dirigieron al salón de audiencias, donde aparte de lo que el
rey quería debatir con Maichlons, había otras cuestiones que tratar. Galvar le
dio largas a su hijo, pues no quería que se enterase de cosas antes de tiempo.
El salón de audiencias se encontraba en la torre central, la más
grande del castillo. Las dependencias reales se ubicaban en la torre que
quedaba sobre la ladera de la colina. No eran los primeros en llegar, pero
tampoco los últimos. Había una buena parte de los nobles de la ciudad, hombres
de cierta edad, vestidos con pulcritud y riqueza. Con ellos se repartían las
sillas con oficiales del ejército, los mercaderes más potentados y algunos
prohombres que no parecían dedicarse a nada. También se encontraba allí el
alcalde de Stey, o eso le aseguró Galvar a su hijo, al señalar a un grupo de
hombres en uno de los costados.
La mayoría de los cortesanos saludaban con respeto a Galvar,
cuando este pasaba junto a ellos, pero había que recordar que tras el monarca,
el anciano noble era la persona más poderosa del reino. Maichlons aparte de
observar cómo era tratado su padre, se fijó en los miembros de la guardia,
alabarderos colocados contra las paredes, entre las ventanas o las antorchas
según la pared, como si fueran elementos decorativos con sus armaduras pesadas.
Maichlons estaba tan distraído con los guardias que casi tropezó con su padre,
que se había detenido junto a la última línea de sillas, donde se encontraba
Rubeons.
-
Parece que el coronel sí ha considerado ser puntual hoy -murmuró
Rubeons como saludo-. No así el gran Mhalar de Gant.
Un pequeño rumor se escuchó en la zona de la entrada, justo cuando
aparecieron un grupo de siete hombres, los tres primeros bastante ancianos, con
el pelo blanco, o calvos, mientras que los cuatro siguientes eran jóvenes, muy
jóvenes en comparación con los tres primeros. Todos llevaban túnicas largas y
negras. Aunque dos de los ancianos llevaban cadenas de oro y anillos con
piedras preciosas en sus dedos.
-
Te equivocas, ya está aquí, voy a recibirlo -indicó Galvar que se
fue directo hacia los recién llegados.
-
¿Quiénes son? -preguntó Maichlons, en voz baja, cerca de Rubeons.
-
El hombre calvo y con tanto oro que ahora saluda a tu padre, es el
sumo sacerdote Mhalar de Gant, líder espiritual de la iglesia de Bhall
-contestó Rubeons, sin señalar a nadie-. El que no se le aleja en riquezas es
el abad Edgbert de Rhuma, monje superior del monasterio del gran Bhall. El
último de los ancianos es el padre Mhungas, confesor real y está al cargo de la
capilla de la ciudadela, al contrario que los otros dos es bastante abierto.
Los otros cuatro son los ayudantes o sirvientes de los dos prelados. Como ves
nuestras donaciones van para mantener relleno al líder de la iglesia.
-
Rubeons, si quieres llegar a ser Heraldo, deberás tener más
diplomacia, sobre todo con el sumo sacerdote -le advirtió Galvar según llegó a
donde estaban y escuchó sus últimas palabras-. Vas a tener que ganar mucho en
diplomacia, porque todo no es información.
En ese momento los murmullos se detuvieron y todas las miradas se
fijaron en el trono, o más bien en una puerta que quedaba por detrás, por donde
aparecieron varios guardias y luego un joven, vestido de militar. Maichlons se
fijó en él y reconoció enseguida al jinete que casi le había arrollado la
mañana anterior. El príncipe Ivort, el hermano pequeño del rey, o así se había
referido a él Rubeons. Al poco aparecieron una mujer que llevaba agarrado de
cada mano, la manita de un niño, a uno ya lo había visto ayer, mientras que el
otro parecía más pequeño. Mientras que el príncipe Ivort se colocó a la
izquierda del trono, de pie. La mujer y los niños se sentaron a la derecha del
gran sillón, en unas sillas aparentemente cómodas. Maichlons se fijó que
Rubeons y la mujer se miraban mucho.
Por fin entró el rey Shonleck, lo que provocó que todos los
presentes, a excepción de los prelados de Bhall, hicieran una reverencia.
Shonleck devolvió la muestra de respeto con un cabeceo y se sentó en su sillón,
lo que hizo que todos se sentaran en sus sillas. Solo Galvar, el príncipe Ivort
y los alabarderos se mantenían de pie. Galvar dio un par de pasos hacia
delante, volvió a saludar al rey, a la mujer y los niños y se giró hacia el
auditorio.
-
Mi rey, mi reina y demás prohombres de la corte, nos hemos reunido
hoy para hablar de diversas cuestiones que merecen la consideración de tan
elevadas mentes -empezó a decir Galvar, como quien tenía un discurso
preparado-. El primero de ellos es el menos grave. Como ya sabe su majestad, mi
hijo, el coronel Maichlons de Inçeret ha retornado a la capital -Galvar señaló
a Maichlons, lo que provocó que todos los prohombres y la familia real le
miraran directamente, lo que le agobió ligeramente-. El gobernador Urdibash de
Ghantar ha enviado un informe en el que se detalla toda la campaña contra los
piratas que estrangulaban nuestro comercio naval. Ese informe ya lo ha leído su
majestad así como los informes anteriores sobre sus logros en el campo del
honor y por nuestro reino. Maichlons de Inçeret, el rey quiere hablaros.
Galvar dio un paso atrás, mientras Shonleck se ponía de pie.
Maichlons había obedecido a su padre. Otros cortesanos iban a imitar a su
monarca, pero el rey les hizo un gesto para que siguieran sentados.
-
Maichlons de Inçeret, durante estos años, y antes mi padre, hemos
leído de vuestras hazañas para el mantenimiento, la protección de nuestras
fronteras y de nuestras gentes, yo como rey que soy estoy en deuda con vos y
como tal debéis ser recompensado -proclamó Shonleck-. Ayer el consejo decidió que
lo mejor para el reino era no desaprovechar a tan buen soldado. Por ello, os
nombro general y os entrego el mando de la guardia real, para que se convierta
en la punta del ejército de Tharkanda.
-
Gracias, majestad -consiguió articular Maichlons, totalmente
sorprendido.
Rubeons y Galvar sonreían al joven general, mientras otros nobles
vitoreaban al recién ascendido. Maichlons no lo sabía pero el premio era un
regalo envenenado, pues no le sería tan fácil conseguir lo que el rey le había
pedido. Pues en la guardia real aparte de soldados veteranos, la mayoría de sus
efectivos eran los hijos menores de los nobles y los ricos del reino.
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