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miércoles, 11 de octubre de 2017

El tesoro de Maichlons (21)




En la cantina del castillo, las dos generaciones de Inçeret pudieron llenar sus estómagos vacíos, con unas tortitas de trigo que sacaban cada poco tiempo de las cocinas, junto un poco de magro de cerdo frito. Para beber tenían cerveza o vino, ambos se decantaron por lo segundo, pues pensaban que la cerveza no era algo aceptable a esas horas. Cuando estuvieron llenos, se levantaron y se dirigieron al salón de audiencias, donde aparte de lo que el rey quería debatir con Maichlons, había otras cuestiones que tratar. Galvar le dio largas a su hijo, pues no quería que se enterase de cosas antes de tiempo.

El salón de audiencias se encontraba en la torre central, la más grande del castillo. Las dependencias reales se ubicaban en la torre que quedaba sobre la ladera de la colina. No eran los primeros en llegar, pero tampoco los últimos. Había una buena parte de los nobles de la ciudad, hombres de cierta edad, vestidos con pulcritud y riqueza. Con ellos se repartían las sillas con oficiales del ejército, los mercaderes más potentados y algunos prohombres que no parecían dedicarse a nada. También se encontraba allí el alcalde de Stey, o eso le aseguró Galvar a su hijo, al señalar a un grupo de hombres en uno de los costados.

La mayoría de los cortesanos saludaban con respeto a Galvar, cuando este pasaba junto a ellos, pero había que recordar que tras el monarca, el anciano noble era la persona más poderosa del reino. Maichlons aparte de observar cómo era tratado su padre, se fijó en los miembros de la guardia, alabarderos colocados contra las paredes, entre las ventanas o las antorchas según la pared, como si fueran elementos decorativos con sus armaduras pesadas. Maichlons estaba tan distraído con los guardias que casi tropezó con su padre, que se había detenido junto a la última línea de sillas, donde se encontraba Rubeons.

-          Parece que el coronel sí ha considerado ser puntual hoy -murmuró Rubeons como saludo-. No así el gran Mhalar de Gant.

Un pequeño rumor se escuchó en la zona de la entrada, justo cuando aparecieron un grupo de siete hombres, los tres primeros bastante ancianos, con el pelo blanco, o calvos, mientras que los cuatro siguientes eran jóvenes, muy jóvenes en comparación con los tres primeros. Todos llevaban túnicas largas y negras. Aunque dos de los ancianos llevaban cadenas de oro y anillos con piedras preciosas en sus dedos.

-          Te equivocas, ya está aquí, voy a recibirlo -indicó Galvar que se fue directo hacia los recién llegados.

-          ¿Quiénes son? -preguntó Maichlons, en voz baja, cerca de Rubeons.

-          El hombre calvo y con tanto oro que ahora saluda a tu padre, es el sumo sacerdote Mhalar de Gant, líder espiritual de la iglesia de Bhall -contestó Rubeons, sin señalar a nadie-. El que no se le aleja en riquezas es el abad Edgbert de Rhuma, monje superior del monasterio del gran Bhall. El último de los ancianos es el padre Mhungas, confesor real y está al cargo de la capilla de la ciudadela, al contrario que los otros dos es bastante abierto. Los otros cuatro son los ayudantes o sirvientes de los dos prelados. Como ves nuestras donaciones van para mantener relleno al líder de la iglesia.

-          Rubeons, si quieres llegar a ser Heraldo, deberás tener más diplomacia, sobre todo con el sumo sacerdote -le advirtió Galvar según llegó a donde estaban y escuchó sus últimas palabras-. Vas a tener que ganar mucho en diplomacia, porque todo no es información.

En ese momento los murmullos se detuvieron y todas las miradas se fijaron en el trono, o más bien en una puerta que quedaba por detrás, por donde aparecieron varios guardias y luego un joven, vestido de militar. Maichlons se fijó en él y reconoció enseguida al jinete que casi le había arrollado la mañana anterior. El príncipe Ivort, el hermano pequeño del rey, o así se había referido a él Rubeons. Al poco aparecieron una mujer que llevaba agarrado de cada mano, la manita de un niño, a uno ya lo había visto ayer, mientras que el otro parecía más pequeño. Mientras que el príncipe Ivort se colocó a la izquierda del trono, de pie. La mujer y los niños se sentaron a la derecha del gran sillón, en unas sillas aparentemente cómodas. Maichlons se fijó que Rubeons y la mujer se miraban mucho.

Por fin entró el rey Shonleck, lo que provocó que todos los presentes, a excepción de los prelados de Bhall, hicieran una reverencia. Shonleck devolvió la muestra de respeto con un cabeceo y se sentó en su sillón, lo que hizo que todos se sentaran en sus sillas. Solo Galvar, el príncipe Ivort y los alabarderos se mantenían de pie. Galvar dio un par de pasos hacia delante, volvió a saludar al rey, a la mujer y los niños y se giró hacia el auditorio.

-          Mi rey, mi reina y demás prohombres de la corte, nos hemos reunido hoy para hablar de diversas cuestiones que merecen la consideración de tan elevadas mentes -empezó a decir Galvar, como quien tenía un discurso preparado-. El primero de ellos es el menos grave. Como ya sabe su majestad, mi hijo, el coronel Maichlons de Inçeret ha retornado a la capital -Galvar señaló a Maichlons, lo que provocó que todos los prohombres y la familia real le miraran directamente, lo que le agobió ligeramente-. El gobernador Urdibash de Ghantar ha enviado un informe en el que se detalla toda la campaña contra los piratas que estrangulaban nuestro comercio naval. Ese informe ya lo ha leído su majestad así como los informes anteriores sobre sus logros en el campo del honor y por nuestro reino. Maichlons de Inçeret, el rey quiere hablaros.

Galvar dio un paso atrás, mientras Shonleck se ponía de pie. Maichlons había obedecido a su padre. Otros cortesanos iban a imitar a su monarca, pero el rey les hizo un gesto para que siguieran sentados.

-          Maichlons de Inçeret, durante estos años, y antes mi padre, hemos leído de vuestras hazañas para el mantenimiento, la protección de nuestras fronteras y de nuestras gentes, yo como rey que soy estoy en deuda con vos y como tal debéis ser recompensado -proclamó Shonleck-. Ayer el consejo decidió que lo mejor para el reino era no desaprovechar a tan buen soldado. Por ello, os nombro general y os entrego el mando de la guardia real, para que se convierta en la punta del ejército de Tharkanda.

-          Gracias, majestad -consiguió articular Maichlons, totalmente sorprendido.

Rubeons y Galvar sonreían al joven general, mientras otros nobles vitoreaban al recién ascendido. Maichlons no lo sabía pero el premio era un regalo envenenado, pues no le sería tan fácil conseguir lo que el rey le había pedido. Pues en la guardia real aparte de soldados veteranos, la mayoría de sus efectivos eran los hijos menores de los nobles y los ricos del reino.

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