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miércoles, 11 de octubre de 2017

Encuentro (9)



Ofthar observaba en silencio la espalda de su padre, que cabalgaba delante de su montura. Llevaban toda la mañana de viaje, desde que se habían alejado de la casucha del sacerdote, siempre callados, siempre serio. Por ello, el joven muchacho especulaba lo que había ocurrido con el anciano sacerdote. Lo más seguro es que estuviese muerto, pero matar a quién se relacionaba con los dioses era una mala idea. Había oído historias de los viejos tiempos, de incrédulos que habían ido contra los dioses y sus servidores, los sacerdotes, y lo habían lamentado con creces. No se podía jugar con el destino de esa forma. Así que estaba ligeramente preocupado.

El sol ya había alcanzado lo más alto cuando habían conseguido salir del bosque. En ese momento, Ofhar detuvo su caballo. Se bajó de un salto y guió a su montura hasta un árbol solitario donde ató las riendas. Ofthar le imitó.

-       Te preguntarás que le ha pasado al anciano -fue lo primero que dijo Ofhar-. A estas horas llevara ya mucho muerto. Pero yo no lo he hecho, hijo. Solo le he alentado a su alma condenada a que siga el camino que ya había elegido. Su culpa ante la muerte de tu madre era clara y le destrozaba su espíritu. Solo le he enseñado su camino.

-       Si eso es verdad, ¿por qué marchamos hacia el sur? -preguntó Ofthar, que sin duda era listo-. No sería más fácil desandar el camino por el que has llegado.

-       Te has olvidado de los cinco guardias del tharn Phern muertos y calcinados en tu casa -recordó Ofhar-. El camino por el señorío de los mares es demasiado peligroso. Phern es un noble menor, pero pedirá ayuda a su señor, algo que no nos conviene, pues este está aliado con un enemigo mío. Sería un gran regalo mi pellejo para su alianza. Tomaremos la ruta interior, pasando por los señoríos de las estepas y las praderas. La ruta puede ser más larga, pero tal vez menos peligrosa.

-       Está bien, padre -dijo Ofthar.

-       Si quieres añadir algo, hazlo -indicó Ofhar que había notado cierta congoja en la escueta respuesta de su hijo.

-       ¿Si eres tan importante, tal vez hubiera sido mejor que no hubieras venido nunca, no? -espetó Ofthar.

-       Se lo prometí a tu madre, volvería a por ella -contestó Ofhar con un tono dolido por las palabras de su hijo.

-       Pero llegaste tarde de todos modos -dejó caer Ofthar, a lo que Ofhar se le descompuso el rostro.

Por un momento Ofthar observó la reacción de su padre y se apiadó de él, pero la pérdida de su madre era un recuerdo demasiado cercano y le seguía doliendo aún. Ofhar se acercó a su montura y buscó en sus bolsas hasta sacar una pieza de carne ahumada.

-       Es mejor que comamos algo, para poder seguir viajando antes de que se haga de noche -dijo Ofhar mostrando la carne.

En silencio cortó algunos trozos y se los pasó a su hijo. Luego guardó la pieza principal y comenzó a mordisquear lo que se había quedado él. La carne llenó su boca de un sabor conocido, aunque sabía que era un simple reemplazo de la carne fresca, una pieza de caza ganada a la naturaleza, hace ya demasiado, ahumada entre carbones y sal. Ofthar se comió sus trozos sin hablar, por lo que Ofhar prefirió no ahondar más en los reproches de su hijo.

Cuando el sol comenzó a tomar su rutinario descenso hacia la tierra, antes de que Jhala decidiera aparecer en los cielos, con su tonalidad azulada, Ofhar decidió que era hora de ponerse de nuevo en marcha, para viajar al oeste, poco a poco, por la ruta interior, esperando llegar a su destino sin más sobresaltos, pero en esos tiempos eso era algo raro, pues entre las maquinaciones de los señores, aparecían muchos restos de los ejércitos vencidos en forma de bandidos que asaltaban a quienes recorrían los caminos. Dos hombres, aunque ambos fueran armados, eran un plato muy jugoso para una veintena de desalmados. Les robarían y les venderían como esclavos. Toda hacienda necesitaba nuevos siervos, ya que en esta sociedad esos hombres no eran libres, pertenecían a su noble o su señor.

Padre e hijo montaron, uno primero y el otro tras una mirada dura de un progenitor que no quería pelea pero estaba enfadado por el odio mostrado por un hijo, al que había comenzado a amar. Hasta esos días, Ofhar siempre había querido tener hijos, pero ya solo esperaba una vejez con el amor de su vida, pero el destino había querido otra cosa, y como Ofhar sabía demasiado bien, el destino lo gobierna y lo rige todo en la vida, los mortales son marionetas entre las hilanderas que juegan con el futuro de los hombres. Ni podían sobornarlas ni eliminarlas, pues tenían el beneplácito de los dioses, siempre inmunes a su efecto.

1 comentario:

  1. Siempre hay que perseguir lo que se desea. Nunca se sabe hasta donde se puede llegar con. Nuestras acciones. Gran capítulo. Seguiré leyendo con muchas ganas.

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