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miércoles, 5 de septiembre de 2018

Unión (36)


Mhista, desde su puesto de vigilancia pidió silencio, pues observó movimiento al otro lado de la puerta. Habían aparecido varios hombres a caballo, unos cuatro. Parecían estar enfadados, más que nerviosos, lo que quería decir que Ofthar tenía razón. Los enemigos creían que la ciudad era suya y que no había necesidad de ir con cuidado. No temían que los defensores del reducto fueran a importunarlos. Tal y como habían hecho en otras ocasiones, los hombres a caballo esperaron hasta que llegaron los carros. En cada transporte iban dos esclavos, uno llevando las riendas y el otro como acompañante. A su vez, iban más a caballo. Uno de ellos parecía el líder y siguió hacia la ciudad, dejando a una serie de hombres en la puerta. Los esclavos iban vestidos de forma diferente. Los que parecían más guerreros, incluyendo al líder, vestían con armaduras ligeras de cuero o medias de hierro. Eran piezas antiguas, pero útiles. Los que iban en los carromatos, vestían ropas de lona o lana, tejidos de forma simple y muchos aún llevaban la argolla que les designaba como esclavos.

Los compañeros de Mhista se escondieron y aguantaron la respiración, mientras los carros y los esclavos pasaban frente a la taberna. Ni los unos ni los otros hicieron ademán de entrar a por una jarra de cerveza y siguieron sus camino al interior de la ciudad. Solo Mhista se iba moviendo por el interior de la taberna, observando como los carros se alejaban de allí. Cuando los últimos ruidos de los transportes al moverse por el suelo de piedra se desvanecieron, Mhista se fijó en la docena de guerreros que se habían quedado en las puertas. Sus órdenes eran claras. Debían eliminarlos. Todos, a excepción de uno habían bajado de sus monturas que las habían atado juntas a un poste cercano a las puertas. Los animales se mantenían más o menos tensos, aunque estaban cansados por llevar a cuestas a sus jinetes.

Mhista le hizo un gesto a Rhime para que se acercara.

   -   ¿Cómo lo ves? -le preguntó Mhista, en voz baja.
   -   El problema es el jinete, no para quieto -respondió Rhime tras observar el exterior.

El arquero no se equivocaba, pues el jinete no paraba de deambular de un lado a otro. Podría ser un oficial recién ascendido y por ello esa gran actividad. Incluso podía ver cierto malestar en los otros guerreros, lo que indicaba que podían tenerle recelo o incluso odio. Pero sentado sobre el caballo, les dificultaría sus movimientos.

   -   Debemos atraerle, alejarle de sus hombres, pero sin que de la alarma -indicó Rhime en voz queda.
   -   ¿Cómo? -preguntó Mhista.
   -   Ya sé, cuando se acerque a la taberna, mueve la puerta, sin hacer demasiado ruido, pero que lo vea -explicó Rhime, casi al oído de Mhista. Cuando baje del caballo y se acerque, acabaré con él. Luego hay que actuar rápido, pues los otros se olerán algo cuando no lo noten.
   -   Me parece bien -susurró Mhista-. Cuando lo mates, te llevas a Irnha hacia la izquierda de la puerta y empiezas a acabar con ellos. Ubbal y Ogbha por la derecha. Yo iré por el centro.
   -   ¿Por el centro? Eso puede ser un suicidio, Mhista -indicó perplejo Rhime, sorprendido de la ocurrencia del guerrero.
   -   ¡Oh, no te preocupes por mí, Rhime! Podré acercarme a ellos y no me verán hasta que sea demasiado tarde -Murmuró ufano Mhista, ante la perplejidad de Rhime. No solo el arquero era capaz de idear planes. Él tenía uno muy bueno-. Prepárate que se acerca.

Rhime asintió y tomó una flecha de su carcaj, al tiempo que se preparaba apoyándose en la pared. Mhista esperó a que el enemigo se acercara en su ruta y movió la puerta. Lo hizo de una forma que indicara que no había sido por causa del viento. El jinete lo vio y tras pensárselo y mirar a sus hombres, espoleó su montura para acercarse. Rhime le tenía controlado, pero hasta que no se bajó de su montura y se acercó a la puerta no acabó con él. La flecha se clavó en el cuello y el guerrero cayó de lado, sin poder hablar o gritar, mientras intentaba detener la hemorragia.

Mhista según vio caer al jinete, abrió la puerta y salió empuñando su espada. Cuando pasó junto al moribundo, descargó su arma sobre él, astillando el asta de la flecha, cercenando dedos y abriendo un tajo en el cuello. Con el impulso de su carrera se aupó al lomo del caballo, espoleándolo, haciendo que se pusiera en marcha. En ese momento entendió Rhime las palabras de su amigo. Iba a avanzar de frente y el enemigo no iba a notarlo hasta que fuera demasiado tarde. Las parejas partieron de la taberna y siguieron la orden de Mhista, unos por la derecha y otros por la izquierda.

El enemigo no supo de su presencia hasta que Mhista destrozaba la cabeza de uno de ellos con su hacha. Las flechas comenzaron a volar y los esclavos a caer muertos. Los habían pillado por sorpresa y sin líder no eran capaces de defenderse. Uno a uno fue muriendo. Solo habían pasado unos minutos desde que el jinete cayera y sus hombres le siguieran al infierno. Mhista, sobre el caballo, con su hacha goteando sangre, sonreía como un demonio. Rhime lanzó un silbido y devolvió a Mhista a la realidad. Aún quedaba mucho que hacer.

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