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domingo, 9 de septiembre de 2018

La leona (16)


Yholet se despertó de improviso cuando notó un golpe en su espalda. Le pareció que alguien le daba una patada, por lo que se volvió con brusquedad, listo para devolver el golpe, pero recordó que podría hacer poco, pues tenía las manos atadas. Miró hacia arriba y vio la cara sonriente de Lystok.

   -  Es hora de ponerse en marcha -dijo Lystok, con una mirada sádica-. O te pones de pie o uno de mis hombres te llevara a rastras, tú decides.
   -   Yo me encargo de él, tú vuelve con los hombres -Kounia se había acercado y había empujado a Lystok, que al no esperarlo, dio un paso atrás.

Lystok miró con cara de enfado a la mujer, pero al notar los ojos burlones en los guerreros cercanos, lanzó un gruñido y se fue hacia la entrada de la cima, lanzando órdenes y quejas por la falta de profesionalidad de los guerreros. Lystok había dudado en dar un golpe a Kounia o no. En su sociedad, las mujeres debían respetar a los hombres y los castigos corporales estaban permitidos a las que no acataban las leyes de las aldeas. Pero Kounia era un caso diferente. Por un lado era la hija de un jefe, si la golpeará por el empujón, Asdruro se enfadaría. Además, los chamanes la veían como uno de ellos, lo que le daba mayor relevancia en la sociedad grakan. Para colmo se creía que había heredado el poder de su madre, lo que indicaba que era una protegida de Gharakan y no quería importunar al dios.

   -   No tenías que haberte metido -dijo Yholet, mientras Kounia le ayudaba a ponerse de pie-. Supongo que está celoso porque estuvimos toda la tarde hablando y no la pasaste con él.
   -  ¿Y por qué debería haber pasado tiempo con él? -preguntó interesada Kounia, echando un vistazo a Lystok que se marchaba enfadado.
   -   Hombre, si tú fueras mi prometida y te pasaras mucho tiempo hablando con otro hombre, yo también me molestaría -indicó Yholet, golpeando su armadura para quitarse restos de hierba y tierra.
   -  Yo no estoy prometida con Lystok -negó Kounia, sorprendida.
   -   Pues él me dijo… -empezó a decir Yholet, pero se calló.

Kounia le echó un vistazo a Yholet y luego miró a Lystok. Parecía que debería hablar con su padre cuando llegase a la reunión de jefes. Podría ser que este hubiera cerrado un trato con el guerrero. La verdad es que lo dudaba, pues sabía que su padre no tenía en buena estima al guerrero, como casi  nadie de su pueblo. Estar marcado por una maldición te iba haciendo mella.

   -   Hay que moverse, Lystok no aguanta quedar mal, hoy nos hará correr más rápido -advirtió Kounia a Yholet-. Si quieres sobrevivir al viaje, corre como si no hubiera un mañana.
   -   Pues mira que bien -se limitó a decir Yholet, viendo que su situación mejoraba a cada momento.

No esperaron mucho más. Lystok dio la orden de movimiento y todos se pusieron en marcha. Descendieron por la otra cara de la colina, introduciéndose rápidamente en la jungla. Durante las primeras horas el paisaje no cambió mucho con respecto al día anterior, pero llegó un momento que la senda dejó de ser un camino de tierra a presentar losas. Las piedras habían sido talladas de forma burda, nada parecido a las de los caminos imperiales, pero daban la sensación de no ser naturales. Eso solo podía indicar que en otro tiempo en esa selva hubo una civilización. Tal vez los grakan habrían sido una cultura mucho más avanzada de lo que eran ahora. Pero si ese fuera el caso, que les había pasado, como habían dado vuelto atrás. Cuando sus ancestros se habían enfrentado a los grakan ya parecían estar en este nivel atrasado.

Para su sorpresa, la selva fue revelando ruinas de construcciones y cada cierto tiempo tenían que escalar unas pequeñas paredes engullidas por las raíces. Incluso le pareció ver rastros de estatuas y mosaicos. Fueran los que fueran los que construyeran esos edificios habían tenido el suficiente grado de sensibilidad para crear obras de arte. Alguna de las estatuas le parecieron bellas piezas de estilo complicado. No pudo creer que los grakan, que parecían la mayoría unos bestias, pudieran haber llegado alguna vez a ese refinamiento.

Pero el ritmo instaurado por Lystok no permitió que Yholet pudiera dedicar tiempo y esfuerzo en estudiar esas ruinas. El grakan espoleaba al resto con una tenacidad que rayaba la locura. Los guerreros no quitaban ojo de la maleza, como si esperaban que algún depredador o las panteras reapareciesen. Incluso Kounia parecía más tensa que antes. Pensándolo bien, a Yholet le parecía haber notado esa intranquilidad en el mismo momento que el grupo había comenzado a cruzar las ruinas. Podría ser que los grakan tuvieran miedo a las ruinas en sí. En el primer descanso le preguntaría a Kounia, pues la curiosidad apretaba a su cerebro. Su padre ya le había advertido desde que era un niño, que tuviera cuidado con esas ganas de aprender, pues había cosas que era mejor no conocer. En ocasiones saber demasiado no traía nada bueno.

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