Ofthar y sus compañeros habían estado esperando hasta que fuera escucharon
las pisadas de las pezuñas de los animales y el traqueteo de los carros. Por
ahora iban vacíos, por lo que les dejaron seguir su camino. Pero Ofthar no
perdió de vista al grupo. Solo había tres guerreros, montando en caballos,
posiblemente robados. El resto de animales eran mulas o bueyes. Los carreteros
eran esclavos, posiblemente los liberados por los del culto de Bheler, pero por
sus caras, Ofthar supuso que tenían poco de felices por su cambio de situación.
El que iba el primero parecía enfadado, como si no le apeteciera estar ahí.
Claramente, los del culto de Bheler se habían erigido señores del resto y
seguramente no por la vía pacífica. Creyó notar cicatrices recientes en las
caras y espaldas de los esclavos. Los nuevos líderes eran posiblemente más
duros que sus antiguos señores. Con un poco de suerte, los que conducían los
carros no se opusieran a retornar a vivir para sus viejos dueños. Aunque esa
posibilidad no la podía ratificar ni prometer Ofthar, pues en Limeck solamente
era un invitado. Con esos pensamientos, vio alejarse al último de los carros.
Era hora de preparar su emboscada. Cuando los carros habían desaparecido,
salió del almacén, seguido de sus guerreros. Se dispusieron a ambos lados de la
calle. Listos para detener los carruajes cargados. Tendrían que esperar un buen
rato, pensó Ofthar. Por otro lado eso daría tiempo a Mhista a llevar a cabo la
segunda parte de su misión. No solo tenía que acabar con el resto de la
escolta, como había ordenado la dama Arnayna, sino que tenía que cerrar y
bloquear desde dentro las puertas. Pero no solo esa entrada, sino todas las de
la ciudad. Cuando al día siguiente o cuando se percataran que su columna de
suministros no había regresado, se encontrarían un problema más. Es verdad que
no había tropas suficientes para defender la empalizada, pero tampoco hacía
falta. Mientras los de Bheler se dedicarían a preparar un ataque o a romper las
puertas, ellos podrían reforzar el baluarte y llenar las despensas. Era una
pena que la dama Arnayna no se hubiera dado cuenta de este punto.
Por fin notó los pasos de los caballos acercándose. Cuando los tres jinetes
seguidos por los primeros carros aparecieron por la esquina, Ofthar salió de la
sombra y se interpuso ante los asombrados jinetes que hicieron detener la
marcha, sin saber muy bien lo que pasaba.
- Tengo que pediros que tiréis vuestras
armas y os rindáis -dijo Ofthar, mirando a los tres jinetes.
- ¿Quién coño eres tú, por Bheler? -preguntó
el primero de ellos, con una sonrisa entre los labios.
- Mala respuesta -se limitó a decir Ofthar,
que se había acercado al jinete y acariciaba el morro del caballo con la mano
izquierda.
La mano derecha la había llevado todo el rato pegada a la pierna, y de esa
forma, medio escondida en los pliegues de la capa, llevaba su espada. Con un
movimiento rápido, entre las risas y las miradas del líder a sus hombres, la
espada de Ofthar ascendió y se clavó en la cintura del hombre, cuya risa se
congeló de improviso.
- ¡A mí! -gritó Ofthar.
De entre las sombras empezaron a salir los compañeros de Ofthar y se
lanzaron sobre los dos jinetes que quedaban y se habían quedado petrificados en
sus sillas. Orot descabalgó a uno con su gran hacha. El cuerpo cayó con un
inmenso tajo desde el cuello, cortando la parte superior de la coraza. Al
segundo, Lirnho le acertó con un de sus hachas en plena cara, por lo que este
se tiró al suelo dando chillidos y Shetol le remató aplastándole la cabeza con
su maza.
Ofthar retiró su espada y empujó al líder al suelo, al tiempo que se subía
en el caballo y se volvía hacia los carros.
- Si no me seguís con los carros, acabareis
como ellos -advirtió Ofthar a los esclavos que guiaban los carros, mientras
señaló al líder que aún se movía por el suelo.
Phyka se acercó con paso lento, como si jugara con él y al final le cercenó
la cabeza de un tajo. La cogió de los pelos y la alzó hasta su cara, mientras
goteaba sangre, para que lo vieran bien los primeros carreteros, que habían
palidecido. Tras mirar los ojos sin vida de la cabeza cercenada, Phyka la tiró
como si fuera un despojo que no sirviera a nadie. La cabeza golpeó en el suelo,
haciendo un macabro sonido, como una especie de chapoteo. Hefta y Elbok se
subieron a los otros dos caballos y recorrieron la caravana de carros con las
espadas al aire, indicando que tenían que seguir al carro de delante, sin
rechistar o lo lamentarían con creces.
Ofthar espoleó su caballo y la caravana se puso en marcha, pero en el
primer cruce cambiaron de dirección, ya no se dirigían hacia la puerta sino al
centro de la ciudad, donde se encontraba el reducto. Uno a uno cada conductor
pudo ver a los tres muertos y el miedo a acabar como ellos les hizo cooperar.
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