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miércoles, 12 de septiembre de 2018

Unión (37)


Ofthar y sus compañeros habían estado esperando hasta que fuera escucharon las pisadas de las pezuñas de los animales y el traqueteo de los carros. Por ahora iban vacíos, por lo que les dejaron seguir su camino. Pero Ofthar no perdió de vista al grupo. Solo había tres guerreros, montando en caballos, posiblemente robados. El resto de animales eran mulas o bueyes. Los carreteros eran esclavos, posiblemente los liberados por los del culto de Bheler, pero por sus caras, Ofthar supuso que tenían poco de felices por su cambio de situación.

El que iba el primero parecía enfadado, como si no le apeteciera estar ahí. Claramente, los del culto de Bheler se habían erigido señores del resto y seguramente no por la vía pacífica. Creyó notar cicatrices recientes en las caras y espaldas de los esclavos. Los nuevos líderes eran posiblemente más duros que sus antiguos señores. Con un poco de suerte, los que conducían los carros no se opusieran a retornar a vivir para sus viejos dueños. Aunque esa posibilidad no la podía ratificar ni prometer Ofthar, pues en Limeck solamente era un invitado. Con esos pensamientos, vio alejarse al último de los carros.

Era hora de preparar su emboscada. Cuando los carros habían desaparecido, salió del almacén, seguido de sus guerreros. Se dispusieron a ambos lados de la calle. Listos para detener los carruajes cargados. Tendrían que esperar un buen rato, pensó Ofthar. Por otro lado eso daría tiempo a Mhista a llevar a cabo la segunda parte de su misión. No solo tenía que acabar con el resto de la escolta, como había ordenado la dama Arnayna, sino que tenía que cerrar y bloquear desde dentro las puertas. Pero no solo esa entrada, sino todas las de la ciudad. Cuando al día siguiente o cuando se percataran que su columna de suministros no había regresado, se encontrarían un problema más. Es verdad que no había tropas suficientes para defender la empalizada, pero tampoco hacía falta. Mientras los de Bheler se dedicarían a preparar un ataque o a romper las puertas, ellos podrían reforzar el baluarte y llenar las despensas. Era una pena que la dama Arnayna no se hubiera dado cuenta de este punto.

Por fin notó los pasos de los caballos acercándose. Cuando los tres jinetes seguidos por los primeros carros aparecieron por la esquina, Ofthar salió de la sombra y se interpuso ante los asombrados jinetes que hicieron detener la marcha, sin saber muy bien lo que pasaba.

   -   Tengo que pediros que tiréis vuestras armas y os rindáis -dijo Ofthar, mirando a los tres jinetes.
   -   ¿Quién coño eres tú, por Bheler? -preguntó el primero de ellos, con una sonrisa entre los labios.
   -   Mala respuesta -se limitó a decir Ofthar, que se había acercado al jinete y acariciaba el morro del caballo con la mano izquierda.

La mano derecha la había llevado todo el rato pegada a la pierna, y de esa forma, medio escondida en los pliegues de la capa, llevaba su espada. Con un movimiento rápido, entre las risas y las miradas del líder a sus hombres, la espada de Ofthar ascendió y se clavó en la cintura del hombre, cuya risa se congeló de improviso.

   -   ¡A mí! -gritó Ofthar.

De entre las sombras empezaron a salir los compañeros de Ofthar y se lanzaron sobre los dos jinetes que quedaban y se habían quedado petrificados en sus sillas. Orot descabalgó a uno con su gran hacha. El cuerpo cayó con un inmenso tajo desde el cuello, cortando la parte superior de la coraza. Al segundo, Lirnho le acertó con un de sus hachas en plena cara, por lo que este se tiró al suelo dando chillidos y Shetol le remató aplastándole la cabeza con su maza.

Ofthar retiró su espada y empujó al líder al suelo, al tiempo que se subía en el caballo y se volvía hacia los carros.

   -   Si no me seguís con los carros, acabareis como ellos -advirtió Ofthar a los esclavos que guiaban los carros, mientras señaló al líder que aún se movía por el suelo.

Phyka se acercó con paso lento, como si jugara con él y al final le cercenó la cabeza de un tajo. La cogió de los pelos y la alzó hasta su cara, mientras goteaba sangre, para que lo vieran bien los primeros carreteros, que habían palidecido. Tras mirar los ojos sin vida de la cabeza cercenada, Phyka la tiró como si fuera un despojo que no sirviera a nadie. La cabeza golpeó en el suelo, haciendo un macabro sonido, como una especie de chapoteo. Hefta y Elbok se subieron a los otros dos caballos y recorrieron la caravana de carros con las espadas al aire, indicando que tenían que seguir al carro de delante, sin rechistar o lo lamentarían con creces.

Ofthar espoleó su caballo y la caravana se puso en marcha, pero en el primer cruce cambiaron de dirección, ya no se dirigían hacia la puerta sino al centro de la ciudad, donde se encontraba el reducto. Uno a uno cada conductor pudo ver a los tres muertos y el miedo a acabar como ellos les hizo cooperar.

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