La dama Arnayna no se había podido ir a dormir. No con Ofthar y sus hombres
llevando a cabo su plan. Por ello, se vistió y se dirigió a la zona por donde
deberían llegar, por la parte del reducto que tenían asignado Ofthar y sus
hombres, ahora defendido por Albhak y los otros cuatro guerreros asignados, que
temían que todo hubiera salido mal.
Al llegar la dama Arnayna, los hombres se pusieron más nerviosos y Albhak
se acercó a informar.
- No sabemos nada de ellos, mi señora -dijo
con mucho respeto Albhak-. Hace rato que hemos visto llegar a la puerta la
caravana. Desde entonces no se ha escuchado nada.
- Todo queda en manos del gran Ordhin, buen
Albhak -indicó Arnayna, cubriéndose con la manta que llevaba encima, pues la
noche no era tan cálida como podía parecer.
- ¿Qué está en manos de Ordhin, sobrina? -se
escuchó la voz del tharn Usbhale tras la muchacha.
La dama Arnayna se dio la vuelta y Albhak dio un paso atrás, mientras hacía
una reverencia. Con el tharn llegaba el capitán Polnok y varios guerreros. A
Albhak no le correspondía responder a esa pregunta, pero se quedó allí, mirando
a su tharn, pues al ser su líder no podía regresar al parapeto si él no se lo
mandaba.
- Yo… -intentó hablar Arnayna.
- ¿Qué has hecho querida sobrina? -quiso
saber Usbhale, que sabía del temperamento de la muchacha y de sus ideas en
ocasiones alocadas.
- He llevado a cabo mi plan para recuperar
suministros de nuestros silos -informó Arnayna, recuperando su confianza y sus
fuerzas-. He usado los túneles que estudia Esbbil.
- ¡Por Ordhin! Otra vez esa idea -se lamentó
Usbhale-. ¿Y a quien has engañado con ese plan alocado?
- Al señor Ofthar -respondió Arnayna,
mientras su tío palidecía. Si el hijo del canciller Ofhar moría aquí porque
ella le había llevado a una locura, el señorío del norte no se lo tomaría muy
bien.
- Sobrina mía, no sabes lo que has hecho,
puede que hayas provocado un mal de mayor rango que esta situación… -comenzó a
decir Usbhale.
- Tío, necesitamos los víveres o no
aguantaremos a que llegue mi padre -rebatió Arnayna-. Lo sabes perfectamente.
Los guerreros no pueden luchar sin comida en la tripa, yo...
Usbhale iba a decir algo más cuando se escuchó un toque de cuerno. El
rostro de Arnayna se iluminó y le hizo un gesto a Albhak para que fuera a
comprobarlo. Se aupó sobre el carromato y al momento se dejó caer al suelo.
Llamó a sus hombres y comenzaron a moverlo, ante la sorpresa de los presentes.
Polnok iba a reprenderlos, cuando apareció un caballo y un jinete que les
miraba divertido. No era otro que Ofthar.
- Mi buen señor Usbhale, he traído algo que
nos va a hacer más felices a todos -dijo Ofthar, moviendo el caballo a un lado
dejando ver la silueta del primer carro.
- Polnok -llamó Usbhale recuperándose de la
sorpresa-. Abrid un hueco para que entren los víveres. Llenad las despensas del
cuartel, de mi casa y todo lugar donde la podéis almacenar.
- Son doce carros llenos y podemos ir a por
más -indicó Ofthar.
- ¿A por más? Eso podría ser peligroso
-señaló Usbhale, sin comprender a lo que se refería.
- No, porque me he encargado de cerrar y
bloquear todas las puertas de Limeck -dijo Mhista, entrando en el reducto.
Todos los presentes se quedaron de piedra, incluso Arnayna, ya que eso no
era parte del plan. Por un momento le pareció ver una ligera sonrisa a su tío,
pero le pensó que había sido un espejismo. Se tuvieron que retirar para dejar
pasar los carros, que iban hasta arriba con sacos de trigo, de cebada, cajas de
carne y pescado en salazón e incluso toneles de cerveza, un producto que les
vendría muy bien, y que ya empezaba a escasear. Había un viejo proverbio de su
pueblo que decía que el soldado puede luchar sin alimento pero sin cerveza
perece rápido. Usbhale no sabía cuánto tenía eso de verdad, pero había estado
en demasiados combates para ver los estragos que hacía la falta de la bebida en
las fuerzas y los corazones de los guerreros. Por segunda vez tenía que
reconocer que el enviado de Nardiok estaba resultando un buen aliado. Había
provocado que un ataque enemigo se viniera abajo y ahora llenaba sus despensas,
pero lo que era mejor, llenaba de esperanza a sus guerreros y a los hombres
libres del reducto. Su llegada había sido como una tormenta estival, fresca y
viva.
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