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domingo, 30 de septiembre de 2018

El conde de Lhimoner (10)


Fuera del templo, aparte de un número más alto de sacerdotes y unos cuantos siervos, armados con material de limpieza, se encontraba uno de los carros que usaban para el transporte de presos. Eran vehículos de cuatro ruedas, de cabinas cerradas, con ventanucos con barrotes de hierro a los lados y una portezuela metálica en la parte trasera. En el lado donde se encontraban los dos caballos que tiraban del carro, había un pescante anclado a la pared delantera de la cabina. Allí permanecían sentados uno de los estudiosos y un soldado de la milicia. El otro estudioso viajaba con el cadáver, para que no le ocurriese nada.


Fhahl permanecía sentado sobre su caballo, mientras que conversaba con el soldado, que tenía entre sus manos las riendas y el látigo, con el que azuzar a los caballos de tiro. Un sirviente mantenía agarradas las riendas de los caballos del prefecto y de Ahlssei. Beldek se dirigió hacia su caballo, pero sintió que era vigilado y por ello buscó entre el grupo de criados y sacerdotes. Pronto encontró dos ojos oscuros. Era el ayudante del sumo sacerdote, Bhilsso le había nombrado Oljhal. No parecía demasiado mayor, pero podría tener parecida edad que Fhahl, por lo tanto estar en la treintena. Su cabello estaba cortado al raso y parecía negro o castaño. Sus ropas eran sencillas y no veía la ostentación de su jefe. La piel parecía algo más oscura que otros sacerdotes, lo que podía ser porque era de provincias, como él mismo, pensó Beldek. Lo que más le definía era la nariz, delgada y aguileña, que con los ojos grandes y oscuros le daba un aura especial. Como algo oscuro o demoníaco. El instinto de Beldek le hacía mirar a ese sacerdote con interés, pero no creía que estuviera metido en ese caso, o sí.


Beldek se subió a su caballo y Ahlssei que al salir del templo, se había dirigido a hablar con el soldado a las órdenes de la guardia imperial ahí dispuesta para que se retiraran de vuelta al palacio, se acercó a su montura e imitó al prefecto. Al retirarse los guardias imperiales, los sacerdotes y los siervos entraron en grupo al templo, pues tenían mucho que limpiar, la ceremonia de la tarde cada vez estaba más cerca y menos tiempo quedaba para que los primeros feligreses llegaran en peregrinación. Beldek esperó a que los soldados de infantería fueran saliendo del recinto religioso para poner su grupo en movimiento. Cuando entendió que les había dado tiempo más que suficiente, espoleó su montura.


Cuando ellos llegaron a las puertas del complejo, Beldek pudo observar cómo los soldados se alejaban a paso firme.


   -   ¿Nostalgia, prefecto? -dijo Ahlssei a su lado.

   -   Supongo que sí, capitán -admitió Beldek, en cuyo rostro apareció una sonrisa tímida-. Pero no se lo diga a mi esposa. Le gusta que tenga este puesto, es estable, no tengo que viajar de destino en destino. Mi esposa reza todos los días por la gracia del emperador que me asignó como prefecto.

   -   No he podido dejar de ver su distinción -señaló Ahlssei su broche laureado.

   -   La recibí durante la batalla de Hermult -indicó Beldek, poniendo su caballo al trote y alejándose de Ahlssei, que empezó a rumiar la respuesta del prefecto.


Ahlssei como muchos otros en la capital había oído hablar de la batalla de Hermult. El valle de Hermult se encontraba al sur, hacia el mar. La guerra que la provocó en verdad fue una sublevación en toda regla. Habían transcurrido ya más de veinte años de ese asunto. El anciano emperador Fheranuss II, envió al entonces príncipe heredero Fherenun al mando de un ejército a someter a los rebeldes. La guerra fue más difícil de lo que se había llegado a suponer. Esa subestimación del poder de los sublevados fue el primer error de Fheranuss II, que mandó a su hijo con un ejército pequeño y lleno de novatos. Al tener Fherenun hermanos y primos que ansiaban verlo caer en desgracia, se negó a pedir refuerzos. Por lo que había escuchado a un soldado de la guardia, un veterano que había luchado en Hermult, los rebeldes pillaron al ejército imperial por sorpresa. Les hubieran masacrado a todos, incluido al actual emperador, sino fuera por las estrategias de un joven noble de dieciocho años, que veía el campo de batalla como si fuera un plano normal. La batalla se extendió por tres días y aun con las estrategias del joven, casi se va todo al traste, por la negativa de algunos nobles a someterse a los designios del protegido de Fherenun. No fue hasta el tercer día, cuando los dos bandos entraron en una batalla campal, cuando se dice que el joven de dieciocho años salvo de morir a Fherenun, recibiendo él el ataque mortal que iba dirigido al príncipe. Los rebeldes no pudieron contra las ideas del joven noble y sucumbieron en su arrogancia. Ahlssei recordaba haberle preguntado al veterano por el joven, pero este no sabía quién era. Muchos creyeron que murió salvando a Fherenun. Ahlssei esperaba que Beldek le llegara a contar algo de la batalla, pues el prefecto podría ser uno de esos nobles.

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