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domingo, 9 de septiembre de 2018

El conde de Lhimoner (7)


Un par de soldados se hicieron cargo de los caballos de Ahlssei y Beldek, que se dirigieron hacia el gran templo según se apearon de ellas. Los hombres que se mantenían ante las puertas se hicieron a un lado y ellos entraron a la construcción. En el último momento, por el rabillo del ojo, Beldek vio cómo un sacerdote que les observaba desde la entrada del palacio del sumo sacerdote, desapareció para informar a su líder. Supuso que pronto tendría la visita del gran religioso.


El gran templo era edificio cuadrado, formado por una gran nave que se dividía en tres pasillos paralelos debido a dos líneas de arcos. En la zona central, había un círculo de arcos que se cruzaban entre ellos en su parte superior, al igual que la gran cúpula que formaban en el interior del círculo. El gran altar estaba situado en una alta plataforma bajo el punto central de la cúpula, que tenía un agujero por el que entraban los rayos del sol en el mediodía, que era cuando se llevaba la principal ceremonia. Con razón el sumo sacerdote estaba tan apurado y nervioso, la hora del mediodía se acercaba inexorablemente. Los dos hombres se dirigieron hacia la plataforma y subieron los peldaños hasta llegar al altar de mármol. Tal como le habían indicado, el cuerpo permanecía tapado por una sabana. Ahlssei se acercó y la levantó, para que Beldek pudiera ver el cadáver.


El prefecto se aproximó al cuerpo, observándolo con cuidado. La mujer era joven, tendría unos diecisiete o dieciocho años, era de una altura media, un metro setenta o menos, la piel era blanquecina, aunque eso se podía deber a la pérdida de sangre. Los pechos eran medios y estaba delgada, pero no del tipo de quien pasa hambre, pues no se le veían los huesos. Pasó su dedo índice sobre la piel y notó que era delicada, suave, lo que indicaba que se cuidaba, por lo que no parecía ser pobre, aunque tampoco rica, ya que no parecía llevar ni óleos ni polvos que se llevaban tanto entre la sociedad alta. El rostro se había quedado en un rictus de terror, con los ojos muy abiertos y la boca abierta. Eso le decía que había gritado, pero no había muerto en el altar. Tenía cierta belleza, pero no parecía demasiada. Tras ese examen preliminar, decidió observar la forma de la muerte. Como le habían dicho tenía un corte que iba desde el centro del pecho hasta el ombligo. Pero estaba limpio, por lo cual no había muerto por él, sino que ya lo estaba antes. Lo que la había matado era una serie de puñaladas por el cuerpo. Las contó, trece en total. Beldek no cejó en su empeño y revisó todos los lugares del cuerpo que pudo. Incluso vio la cara de sorpresa o asco en Ahlssei cuando hurgó en la vagina de la muerta y luego miró en el interior del cuerpo.


   -   Puede taparla, Ahlssei -le dijo Beldek cuando terminó su examen-. Un caso raro y peliagudo, me temo.

   -   ¿Ha encontrado algo, prefecto? -preguntó Ahlssei, dejando la sábana sobre el cuerpo.

   -   Hay varias cosas que me dan que pensar, pero prefiero que el cuerpo sea trasladado a nuestra morgue -contestó Beldek-. Pero podría decir que esa mujer…

   -   ¡Cómo no, el gran prefecto Beldek ha sido llamado! -se escuchó una voz grave a sus espaldas, por lo que los dos se volvieron-. El emperador tiene demasiada confianza en un soldado normalucho. Le nubla el pasado.


El recién llegado era un hombre alto, pero a la vez era grueso, con una panza redondeada que le daba una silueta curiosa. Llevaba toda la cabeza rasurada y una perilla corta, ligeramente canosa. El rostro era redondo y tenía una gran nariz. Unos ojos grandes y azulados miraban hacia los dos soldados con aires de superioridad. Una mano grande con dedos larguiruchos apuntaban a Beldek con un afán acusador. Vestía con una túnica grisácea, amplia, que iba desde el cuello hasta los pies, de los cuales solo se veía la punta de unas babuchas decoradas con rosas doradas. Sobre la túnica llevaba un gran toisón de oro terminado en un colgante recubierto con una infinidad de diamantes. Pero no eran las únicas joyas que llevaba, pues sus dedos estaban repletos de anillos. Solo una persona podía llevar tanto oro y joyas encima, el sumo sacerdote Oljhal. Le seguía un hombre joven, que vestía con una túnica más oscura y sin ornamentos de ningún tipo, a excepción de un colgante con una cabeza de león unido a una cadena de eslabones de plata. Beldek le reconoció como el sacerdote de la puerta del palacio, que había visto al entrar en el gran templo.


   -   Sumo sacerdote Oljhal siempre es un placer poder charlar con vos -dijo Beldek, poniendo un sonrisilla, que solo hizo más que dar pie al enojo del sacerdote, pues parecía a la legua falsa-. Tener la confianza del emperador no siempre es lo mejor, pero mientras me llame cuando me necesite, acudiré a su lado. Lo hice en el pasado y lo volveré a hacer ahora. De todas formas -Beldek señaló al cuerpo-, no es el emperador ni yo los que tenemos un problema, ¿verdad?


Ahlssei pudo comprobar que la respuesta del prefecto había provocado lo que este buscaba, un absceso de ira en el corazón del sumo sacerdote, cuyos ojos echaban chispas. A esto se había referido el canciller cuando no le buscase al sumo sacerdote. Si no se daba prisa, el religioso iba a hacer algo como echar al prefecto del gran templo y sabía que necesitaban al conde de Lhimoner para encontrar al culpable.

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