Los
guerreros no perdieron el tiempo y se encargaron de recoger ramas y todo lo que
pudieran usar. Un fuego cerraba la entrada a la cima, impidiendo que ningún
animal se acercara demasiado sin que los centinelas se percataran de la
presencia de estas. No intentaron cazar nada, aunque aún quedaba luz del día.
- Los guerreros temen que los leones negros sigan por las
inmediaciones, tiraran de sus propias provisiones, no se aventuraran de nuevo
en la selva -murmuró Kounia, cuando Yholet pudo por fin sentarse, con todos los
músculos cansados y doloridos.
- Ha estado cerca -se limitó a decir Yholet, rememorando los últimos
segundos de escapada.
- Los guerreros rezarán a Gharakan toda la noche para que envíe a
los leones negros lejos de aquí -prosiguió Kounia, tras asentir con la cabeza-.
Se quedaran todos juntos cerca del fuego. Nosotros podemos quedarnos por aquí.
Lystok tiene mejores cosas que hacer que pasar su tiempo con alguien como tú.
No se aproximará mucho, a menos que quiera ser maldecido otra vez.
- ¿Y tú? ¿Estar cerca de mí no te hará nada malo? -inquirió Yholet, disimulando
una mueca de enfado por ser un objeto maldito.
- Yo no soy una guerrera, por lo que las maldiciones que ellos temen
no me afectan -afirmó Kounia, sin hacer caso a los gestos del rostro de
Yholet-. De todas formas, ningún grakan que se precie se acerca mucho a mí. Por
algo relacionado con mi madre, que era una curandera o una chamán, no estoy
segura, no la llegue a conocer, murió cuando yo nací.
- Lo siento -indicó Yholet, serio.
Kounia se
lo quedó mirando y no detectó ni burla ni mentira en su cara, lo que le dejó
sorprendida, porqué el sureño se hubiera apenado por la circunstancia de la
muerte de su madre. Podría ser que no todos los sureños fueran tan malos como
las crónicas y las palabras de los antiguos decían.
- Gharakan decidió llevársela y los mortales no podemos hacer nada
por ello, Yholet -comentó Kounia-. No podemos impedir las decisiones del dios,
solo vivir con sus designios.
- Hay algo que me inquieta de tu dios y sus maldiciones, parece muy
agresivo y poco compasivo, ¿no? -indicó Yholet, rumiando lo que le había dicho
sobre Lystok y ella misma.
- Nuestro dios no es agresivo, es bondadoso y caritativo -explicó
Kounia, interesada por la pregunta de Yholet, que cada vez se le daba mejor su
idioma-. Lo que pasa es que no le gusta que destrocen su creación. ¿A ti no te
pasaría lo mismo? Has creado una cosa, no sé, una ciudad y viene alguien con
ganas de destruirlo todo. Tú como su señor te enfadarías con esa persona, ¿no?
- Visto de esa forma, entiendo cómo es vuestro dios, al fin y al
cabo el nuestro, Rhetahl tampoco es tan diferente, supongo -meditó Yholet-.
Pero el nuestro no maldice a nadie.
- No hace falta, nuestros chamanes hablan que son vuestros
sacerdotes los que se encargan de llevar la palabra y la sentencia de vuestro
dios -terció Kounia, no muy segura de la información que había obtenido de un
chamán cuando era más pequeña-. Si vuestro dios no está convencido de alguien,
vuestros sacerdotes escuchan su palabra, y la ejecutan, mandando a sus soldados
a aplastar a quien ofende a vuestro dios. Gharakan no manda a nadie en su
lugar, él mismo ejecuta sus designios con su poder.
- Entiendo tu punto de vista -asintió Yholet-. En ocasiones me
gustaría que Rhetahl se encargara directamente de ejecutar a un blasfemo y no
sus sacerdotes.
Kounia se
quedó mirando a Yholet, sin comprender a qué venía ese deseo del sureño, pero
contenta de que el hombre entendiera como era Gharakan. Sabía que para los
sureños su dios y ellos mismos eran como animales. En muchos casos, y sobre
todo las incursiones en su territorio, las llevaban a cabo porque los sureños
creían que los grakan eran animales o bestias infernales.
Por su
parte, Yholet meditaba que tal vez Rhetahl podía maldecir directamente, pues
sus sacerdotes normalmente eran unos miserables sacacuartos. Podías vivir como
alguien modesto o mejorar en tu vida. Pero cualquier ascenso llevaba asociado
un buen pago a los sacerdotes o estos ya se encargarían de hacerte volver a tu
estrato social. Pero en muchos casos, el descenso era hasta una tumba olvidada
por todos. Los sacerdotes y la burocracia corrupta era lo que poco a poco
estaban destrozando al imperio. Una extensión tan grande no se podría mantener
eternamente con un funcionariado con los dedos tan largos.
Yholet y
Kounia compartieron conversación y provisiones hasta que la oscuridad se hizo
patente. Las estrellas aparecieron en el cielo y Lystok se acercó para
ordenarles que se pusieran a dormir, pues a la mañana siguiente se pondrían en
marcha pronto.
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