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miércoles, 12 de septiembre de 2018

Lágrimas de hollín (31)


La noche siempre parecía mucho más oscura en la Cresta que en ningún otro lugar de la ciudad. Ya fuera por las casas, unas pegadas a otras o por los tejados de alas grandes, pero las esquinas, las calles y las plazas permanecían en sombra a todas horas. Y por las noches, esa oscuridad era más pesada, algunos decían que hasta se podía agarrar con las manos.

En la plaza de la estatua ecuestre del rey Mars olvidado, la oscuridad era también la reina. Aunque en este caso había un buen número de faroles, colgando de las manos de varios hombres, así como otros tantos que los mantenían cerrados tras piezas de madera, impidiendo a sus portadores ser detectados. En el centro de la plaza había cinco hombres. Cuatro se conocían demasiado bien, pero el quinto era todo un misterio. El mejor vestido era un hombre delgaducho, pero menos enclenque que su predecesor. Se llamaba Terbus y era el nuevo señor de los Serpientes. Había sido lugarteniente de Vheriuss, había cubierto su culo muchas veces, pero no estuvo el día que lo mataron, pues tuvo que arreglar otro entuerto de su señor. Las malas lenguas aseguraban que llevaba tiempo urdiendo un plan para acabar con Vheriuss y hacerse con su nido de Serpientes, pero Vheriuss siempre fue muy cauteloso y temía a sus propios hombres, eliminando al que sobresalía un poco.

Junto a él se encontraba sus nuevos lugartenientes, tres, que se peleaban entre ellos para ser el sucesor digno de Terbus. Había sido lo más inteligente de Terbus, dando poder a tres y hacerles ver que uno de ellos sería su sucesor. La ambición de los tres era suficiente para que lucharan entre ellos por su favor, pero a ninguno se le ocurriera matarle, pues los otros se unirían contra el traidor.

Terbus permanecía junto a sus compañeros, hablando y mirando de soslayo al quinto hombre. Terbus había tenido que aceptar al individuo, una petición de Oltar, el señor de los Nutrias. Lo había presentado como Jockhel, uno de sus esbirros más competentes. Si querían que los Nutrias hicieran su parte, Jockhel debía estar en la plaza. Terbus entendía que Oltar no se fiara de que él le intentará traicionar, al fin y al cabo, Phorto había sido un Serpiente en otra época. Tal vez los Nutrias temían una contra traición por parte de los Serpientes, pues como su nombre eran muy ladinos o por lo menos Vheriuss lo fue durante todo su reinado. Así que Oltar tendría a su espía en la plaza y ellos a los Nutrias de compañeros.

Jockhel era un individuo alto y fuerte, pero no podía ver mucho más de él, pues iba embutido en una capa de viaje con capucha. Tampoco sus acompañantes eran capaces de ver si portaba o no armas. Y por ello, Terbus estaba tenso. Cada poco miraba al cielo, para ver en qué punto se encontraba alguna de las lunas, pues los Carneros parecían llegar tarde.

Pero llegaran cuando llegaran, la trampa estaba lista. No solo habría hombres suyos cuando se levantara el telón, en las arcadas, sino que Nutrias aparecerían en la entrada y en las balconadas. El traidor de Phorto y sus seguidores morirían y no podrían hacer nada para salvarse.

Terbus escuchó un silbido, lo que le avisaba que alguien se acercaba. Dirigió su mirada hacia la entrada y vio que llegaba Phorto. No había olvidado la cara del traidor, que durante tanto tiempo había sido una espina clavada en su pie. Phorto tendría treinta años o más, era fuerte, no muy alto, pero ancho. Era de piel morena y pelo negro, que crecía de forma alocada y rebelde. En la cara y en el cuerpo se veían multitud de cicatrices, rastros de una vida de luchas callejeras y maltratos en su juventud. Muchos sabían que sus padres habían muerto cuando él era un tierno infante y su persona fue enviada a un orfanato que no se gastaba mucho en educar a sus clientes. Un par de encargados de manos largas y cinturones más aún, mantenían una disciplina rayante en la tortura, cuando no caían en la depredación etílica. Phorto soportó eso y más para salvar a sus compañeros, muchos de los que luego siguieron su camino como Serpiente, aunque ya no estaban allí para verlo. Era un superviviente y un héroe, o así lo veían sus seguidores. Por ello lo reclutó Vheriuss, que veía en él un tonto útil. Llenaría sus huestes de carne de matadero, que irían a él insuflados por el espíritu de Phorto. Pero al morir Vheriuss, Phorto se negó a rendir pleitesía a Terbus y siguió su propio camino, creando los Carneros, robando un territorio de los Serpientes y manteniendo la guerra en la que ahora, Terbus planteaba dar el carpetazo final.

Con Phorto llegaron una veintena de hombres, que eran sus más allegados y casi la totalidad de su clan. Terbus sonrió, pensando que por fin se libraría de ese grano purulento y de paso a gran parte de los Nutrias, pues si algo era él, era un Serpiente. Ese Jockhel, tan apreciado por su señor sería uno de los primeros en morir. Ya era hora de revelar las cartas que tan celosamente se había guardado en sus mangas, como un tahúr experimentado que va hacer su gran partida, su jugada estudiada y dejando a sus enemigos sentados en sus sillas.

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