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miércoles, 26 de septiembre de 2018

Unión (39)


Ofthar estuvo hablando con Mhista, que se marchó hacia fuera en cuanto los carros habían cruzado la defensa. Polnok y la mayoría de sus hombres se habían marchado para comenzar la descarga. Incluso la mente de Usbhale había fantaseado con dar un pequeño festín en la casona. Pero la realidad había vuelto y quería hablar con Ofthar y con su sobrina, ya de paso, pues organizaba cosas a su espalda.

   -   Habéis cerrado las puertas de Limeck, pero ya supondréis que no tengo hombres suficientes para guarnecer las empalizadas y las entradas -indicó Usbhale-. ¿Qué es lo que pensáis que puedo hacer con esto? El enemigo recuperara el control de Limeck rápidamente.
   -   No hasta mañana, cuando se den cuenta de que la columna no ha regresado de la ciudad -afirmó Ofthar-. Por la actitud de los que se quedaron en la puerta, sus compañeros de las minas lo debían estar pasando demasiado bien. Eso me dice que estaban haciendo algún tipo de festín o ritual. Los de aquí no estaban muy contentos. No creo que se percaten de que estos no han vuelto hasta bien entrada la mañana. Para entonces ya tendremos mucho adelantado.
   -   ¿Mucho adelantado? -preguntaron a la vez Usbhale y Arnayna, pues no sabían qué estaba tramando Ofthar.
   -   Por un lado, debemos vaciar estos carros y volverlos a llevar a los silos, hay más alimento que transportar -explicó Ofthar-. No les vamos a dejar todas las reservas de Limeck a nuestros enemigos. Antes de que amanezca podremos haber hecho otros tres o cuatro viajes. Los esclavos se han rendido, aunque tampoco les importará mucho el cambio de dueños otra vez. He visto antes sus rostros cuando les dirigían los de Bheler, les temían y al mismo tiempo los odiaban. Los de Bheler se han transformado en hombres libres pero los esclavos siguen siendo esclavos. Tienen dos rangos. La segunda cosa que hay que hacer es reforzar las defensas del reducto. Al igual que llenar las despensas, tenemos tiempo para derruir unas cuantas casas más del área circundante. Con ello, mejoraremos los parapetos y abriremos una zona despejada, con lo que los atacantes estarán más expuestos que antes a flechas y piedras.

Usbhale se le quedó mirando y sonrió por inercia. El joven había pensado en todo.

   -   Pondré a mis hombres manos a la obra, bien hecho Ofthar -dijo Usbhale al poco, tras lo que se dio la vuelta y se marchó dando gritos.
   -   Has hecho cosas que yo no te he ordenado -indicó Arnayna cuando su tío se marchaba de allí.
   -   Tu plan era bueno, pero se quedaba corto -afirmó Ofthar-. Se puede decir que solo veías la forma de alimentar a los supervivientes del reducto, pero no mirabas la batalla al completo, como hace tu tío. Tu idea era buena a corto plazo, y además solo se podría usar una vez. La pregunta que me hice yo al escuchar tu explicación era que podía añadir para hacer que la comida y el reducto pudieran aguantar más hasta la llegada del ejército del señor Naynho. La respuesta era tiempo. Yo le estoy dando tiempo a los supervivientes para que se preparen mejor, para que tomen todo lo que necesiten. Tu tío tiene ahora ese tiempo y será rápido. Y no solo hará las dos cosas que he comentado, si no me equivoco mandara hombres a herrerías y talleres. Traerán todo lo que encuentren o no se hayan llevado los esclavos. Armaduras, espadas, hachas, y sobre todo flechas. Si hace unas horas el enemigo tenía la situación en sus manos, ahora se ha reducido bastante.
   -   Nunca había visto la idea de ese modo -se limitó a murmurar Arnayna, sorprendida por la mente lúcida de Ofthar. Por un momento notó un sentimiento por el hombre, respeto e interés. Pero entonces bostezó.
   -   Dama Arnayna, creo que deberíais ir a dormir -señaló Ofthar-. Mis hombres y yo ya no corremos peligro, por lo que no debéis seguir preocupada.
   -   Yo no estaba preocupada -se quejó la muchacha, enrojeciendo su rostro-. Buenas noches.

Ofthar hizo una reverencia y vio cómo la muchacha se marchaba con aires de superioridad, que no hicieron otra cosa que divertir a Ofthar. Cuando ya se había ido, llamó a Albhak y a los guardias asignados a su grupo. Les contó cómo estaban las cosas en ese momento y lo que requería de ellos. Todos, más tranquilos por la idea de tener las puertas de la ciudad cerradas y bloqueadas, asentían a cada orden de Ofthar.

La noche fue larga y laboriosa. Usbhale había levantado a todo hombre y mujer del reducto. Las mujeres se encargaron del asunto de los suministros. Los carros iban y venían de los silos. Los descargaban rápido y se volvían a marchar. Los esclavos que los manejaban parecían hasta felices por su suerte actual. Más aún cuando volvieron a jurar lealtad al gobernador y este les hizo hombres libres. La mayoría eran hombres jóvenes que formarían parte del grupo de arqueros. Por lo menos, fueron capaces de llevar cinco cargas completas por carro antes del amanecer.

Los hombres fueron formados por cuadrillas y enviados a diversas labores. Unas cuantas se encargaron de derruir más chozas, tal y como había indicado Ofthar. Incluso los hombres de Ofthar se dedicaron a este menester. Su líder había ideado una forma de defender mejor la antigua entrada al reducto, algo mejor que el carro cruzado, que volvería a funcionar de puerta, pero con una sorpresa detrás. En el resto de las defensas, solamente se levantaron mejor los parapetos, añadiendo lugares más seguros para que los arqueros pudieran hacer su trabajo sin ser heridos. Pero Usbhale también envió a otras cuadrillas a peinar la ciudad, buscaba armas y flechas, así como todo lo que les pudiera ser útil para la defensa. A estos grupos se les habían entregado parte de los caballos del enemigo. Si Ordhin estuviera mirando desde los cielos, vería una multitud de hormigas pululando por la ciudad.

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