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domingo, 4 de marzo de 2018

La odisea de la cazadora (16)




Cuando Gynthar se despertó, no recordaba muy bien lo ocurrido por la noche. Tenía una visión clara de los lobos, de haber matado a unos cuantos, pero tras un aullido del lobo que parecía el jefe, había perdido la noción de la realidad. Aparecían retazos que no sabía si eran ilusiones o realidad. Se veía luchando pero perdido, llenó de un odio inmenso. Dhearryn siempre le había instruido en la lucha, pero recordándole que cuando los sentimientos se mezclaban con la lid, esta estaba destinada al fracaso. Los elfos luchaban sin sentimientos, sin esa lacra que volvía débil al guerrero, que le daba una fuerza falsa y le llevaba a la muerte. A su vez, creía recordar que Lybhinnia le había besado en los labios, más de una vez, y le había llamado “su paladín”. Gynthar pensó que eran ensoñaciones de lo que a él le gustaría que pasase.


Cuando se levantó, descubrió que no llevaba puesta su armadura, sino que la habían dejado junto a su lecho. Lybhinnia dormía aún junto a él, tapada por la capa de viaje. Los primeros rayos de sol, comenzaban a iluminar el cielo y Pollus se iba marchando por el horizonte al que tenían que ir ellos. No recordaba haberse quitado la armadura, por lo que tenía que haber sido Lybhinnia, pero con qué propósito. Eso era lo que le perturbaba al guerrero. Tendría que esperar a que la cazadora se despertase. Se puso su armadura, que estaba muy limpia, muy bien cuidada. Recuperó su arma y la colocó en su espalda. Se acercó a los bordes de la plataforma y observó los cadáveres calcinados de los lobos, así como parte de la hierba seca de los alrededores.



-       Fue una buena idea quemar sus cuerpos, no se ha acercado ninguna alimaña durante nuestro sueño -escuchó la voz de Lybhinnia a su espalda.
-       No recuerdo mucho de lo que ocurrió ayer -indicó Gynthar-. Pero si hice algo,... algo que te haya incomodado lo siento. Tengo recuerdos raros.
-       No pasó nada que me ofendiera, Gynthar -dijo Lybhinnia, preguntándose por esos sueños raros de los que hablaba el guerrero, podría ser que si se acordara de sus muestras de cariño. Desechó esa idea-. Tras quemar los lobos y recuperar mis flechas, intentaste limpiar tus cosas, pero caíste en el sueño. Así que te quite la armadura y la espada, para limpiarlas.
-       Gracias, Lybhinnia -satisfecho por saber el porqué de que sus cosas no estuvieran en el sitio que les correspondía y limpias.
-       Luchaste como un gran guerrero y me salvaste del gran lobo, era lo menos que podía hacer por ti -aseguró Lybhinnia, que estaba recogiendo las capas, para guardarlas en la bandolera-. Será mejor que nos pongamos en camino, hay que recorrer más leguas, para acercarnos a Lhym.


Gynthar asintió con la cabeza. Recogió sus bandoleras, revisó que no se dejaban nada y cuando Lybhinnia estuvo lista, descendieron del acumulo de rocas y comenzaron a moverse, en su carrerita habitual, en dirección norte.

El paisaje que iban recorriendo no había cambiado mucho, seguía siendo las colinas bajas, el territorio ondulante, donde apenas se divisaban bosquecillos, que ahora solo estaban formados por una decena de árboles, vivos pero pequeños. El resto de la vegetación eran esas hierbas amarillentas, que parecían secas, pero no era así. No se cruzaron con ningún animal, ni con los rastros de estos. Si miraban hacia el este, muy en la lejanía podían ver las copas del bosque. En cambio, si miraban al oeste, el cielo se emcapotaba, pero entre nube y nube podían distinguir las cumbres de la cordillera de Sherghaltha, que nacía desde el mar del sur, Olghalssemun, también conocido por el mar de hielo, pues durante muchos meses del año así era su superficie.

Como esa jornada había empezado pronto, se detuvieron a descansar en una loma, algo más alta que las demás, con casi toda su cima terminada en paredes verticales de piedra, excepto por un acceso con una ladera empinada. Desde allí tuvieron una buena vista. Para sorpresa de ambos, distinguieron casi al borde del horizonte unos cuantos árboles inmensos o más bien sus copas. La arboleda de Lhym. Pero según sus cálculos deberían haber llegado al día siguiente, no hoy. Lybhinnia fue la primera en darse cuenta de su error, eran cuatro jornadas recorriendo un bosque cerrado, no por una estepa.


Según descansaron lo suficiente, se pusieron de nuevo en camino. Cada vez que subían una loma, veían con mayor claridad los árboles gigantes, más completos, más exuberantes. Pero cada vez que distinguían mejor la arboleda, notaban cambios significativos. Había algo que les empezó a hacer sentir que algo estaba mal. No fue hasta que el anochecer se acercaba y ellos alcanzaron el cercado. El muro de madera estaba muy deteriorado. Ninguna arboleda habitada dejaría que su cercado estuviera en ese estado. La puerta estaba cerrada, pero debido a la mala conservación fueron capaces de escalarlo y saltar a su interior.


Lo que se encontraron era lo que ya habían presentido. Los campos, donde se cultivaban las plantas que mantenían la base de su alimentación hacía mucho que se habían dejado a su suerte. Zarzas y enredaderas habían llenado todo el lugar, así como multitud de plantas que no servían casi para nada. Habían ahogado a los cultivos y ahora eran dueñas y señoras de todo. Un cuidador de la arboleda no hubiera permitido eso. Buscaron la escala para subir hacia la zona de cabañas. Como no se fiaban de la seguridad que daba el cercado, según ascendieron a la primera plataforma, retiraron la escala. Ningún lobo sería capaz de subir allí.


Decidieron separarse, pero con sus armas preparadas. Deambularían por las cabañas, buscando si había alguien allí y al final, se reencontrarían en el santuario. Lybhinnia tomó la pasarela que iba hacia la izquierda. Entró en varias cabañas, donde no encontró nada, más que suciedad, telarañas, en un buen número, lo que indicaba que hacía mucho que allí ya no vivía nadie. Pasó por la armería, llena de arcos, flechas y espadas. El horno llevaba mucho apagado. Los útiles estaban en su sitio, había orden. Por lo que el maestro armero no se había llevado nada. Eso era raro, pues si se habían marchado, se habrían llevado sus cosas. Pasó lo mismo en la cabaña de la sanadora, los matraces, los utensilios, y luego en la de los tejedores. Todo igual, incluso en las cabañas de residencia, los lechos listos para ser utilizados, los enseres de cada uno, pero nadie había allí. Se dirigió hacia el santuario. En cuya entrada estaba Gynthar, de pie, mirando a la plataforma sagrada, con cara seria. Lybhinnia apresuró el paso para ver qué había sobresaltado al guerrero, para ver que había encontrado.

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