Cuando
Gynthar se despertó, no recordaba muy bien lo ocurrido por la noche. Tenía una
visión clara de los lobos, de haber matado a unos cuantos, pero tras un aullido
del lobo que parecía el jefe, había perdido la noción de la realidad. Aparecían
retazos que no sabía si eran ilusiones o realidad. Se veía luchando pero
perdido, llenó de un odio inmenso. Dhearryn siempre le había instruido en la
lucha, pero recordándole que cuando los sentimientos se mezclaban con la lid,
esta estaba destinada al fracaso. Los elfos luchaban sin sentimientos, sin esa
lacra que volvía débil al guerrero, que le daba una fuerza falsa y le llevaba a
la muerte. A su vez, creía recordar que Lybhinnia le había besado en los
labios, más de una vez, y le había llamado “su paladín”. Gynthar pensó que eran
ensoñaciones de lo que a él le gustaría que pasase.
Cuando se
levantó, descubrió que no llevaba puesta su armadura, sino que la habían dejado
junto a su lecho. Lybhinnia dormía aún junto a él, tapada por la capa de viaje.
Los primeros rayos de sol, comenzaban a iluminar el cielo y Pollus se iba
marchando por el horizonte al que tenían que ir ellos. No recordaba haberse
quitado la armadura, por lo que tenía que haber sido Lybhinnia, pero con qué
propósito. Eso era lo que le perturbaba al guerrero. Tendría que esperar a que
la cazadora se despertase. Se puso su armadura, que estaba muy limpia, muy bien
cuidada. Recuperó su arma y la colocó en su espalda. Se acercó a los bordes de
la plataforma y observó los cadáveres calcinados de los lobos, así como parte
de la hierba seca de los alrededores.
-
Fue una buena idea quemar sus cuerpos, no se ha acercado ninguna
alimaña durante nuestro sueño -escuchó la voz de Lybhinnia a su espalda.
-
No recuerdo mucho de lo que ocurrió ayer -indicó Gynthar-. Pero si
hice algo,... algo que te haya incomodado lo siento. Tengo recuerdos raros.
-
No pasó nada que me ofendiera, Gynthar -dijo Lybhinnia,
preguntándose por esos sueños raros de los que hablaba el guerrero, podría ser
que si se acordara de sus muestras de cariño. Desechó esa idea-. Tras quemar
los lobos y recuperar mis flechas, intentaste limpiar tus cosas, pero caíste en
el sueño. Así que te quite la armadura y la espada, para limpiarlas.
-
Gracias, Lybhinnia -satisfecho por saber el porqué de que sus
cosas no estuvieran en el sitio que les correspondía y limpias.
-
Luchaste como un gran guerrero y me salvaste del gran lobo, era lo
menos que podía hacer por ti -aseguró Lybhinnia, que estaba recogiendo las
capas, para guardarlas en la bandolera-. Será mejor que nos pongamos en camino,
hay que recorrer más leguas, para acercarnos a Lhym.
Gynthar
asintió con la cabeza. Recogió sus bandoleras, revisó que no se dejaban nada y
cuando Lybhinnia estuvo lista, descendieron del acumulo de rocas y comenzaron a
moverse, en su carrerita habitual, en dirección norte.
El
paisaje que iban recorriendo no había cambiado mucho, seguía siendo las colinas
bajas, el territorio ondulante, donde apenas se divisaban bosquecillos, que
ahora solo estaban formados por una decena de árboles, vivos pero pequeños. El
resto de la vegetación eran esas hierbas amarillentas, que parecían secas, pero
no era así. No se cruzaron con ningún animal, ni con los rastros de estos. Si
miraban hacia el este, muy en la lejanía podían ver las copas del bosque. En
cambio, si miraban al oeste, el cielo se emcapotaba, pero entre nube y nube
podían distinguir las cumbres de la cordillera de Sherghaltha, que nacía desde
el mar del sur, Olghalssemun, también conocido por el mar de hielo, pues
durante muchos meses del año así era su superficie.
Como esa
jornada había empezado pronto, se detuvieron a descansar en una loma, algo más
alta que las demás, con casi toda su cima terminada en paredes verticales de
piedra, excepto por un acceso con una ladera empinada. Desde allí tuvieron una
buena vista. Para sorpresa de ambos, distinguieron casi al borde del horizonte
unos cuantos árboles inmensos o más bien sus copas. La arboleda de Lhym. Pero
según sus cálculos deberían haber llegado al día siguiente, no hoy. Lybhinnia
fue la primera en darse cuenta de su error, eran cuatro jornadas recorriendo un
bosque cerrado, no por una estepa.
Según
descansaron lo suficiente, se pusieron de nuevo en camino. Cada vez que subían
una loma, veían con mayor claridad los árboles gigantes, más completos, más
exuberantes. Pero cada vez que distinguían mejor la arboleda, notaban cambios
significativos. Había algo que les empezó a hacer sentir que algo estaba mal. No
fue hasta que el anochecer se acercaba y ellos alcanzaron el cercado. El muro
de madera estaba muy deteriorado. Ninguna arboleda habitada dejaría que su
cercado estuviera en ese estado. La puerta estaba cerrada, pero debido a la
mala conservación fueron capaces de escalarlo y saltar a su interior.
Lo que se
encontraron era lo que ya habían presentido. Los campos, donde se cultivaban
las plantas que mantenían la base de su alimentación hacía mucho que se habían
dejado a su suerte. Zarzas y enredaderas habían llenado todo el lugar, así como
multitud de plantas que no servían casi para nada. Habían ahogado a los
cultivos y ahora eran dueñas y señoras de todo. Un cuidador de la arboleda no
hubiera permitido eso. Buscaron la escala para subir hacia la zona de cabañas.
Como no se fiaban de la seguridad que daba el cercado, según ascendieron a la
primera plataforma, retiraron la escala. Ningún lobo sería capaz de subir allí.
Decidieron
separarse, pero con sus armas preparadas. Deambularían por las cabañas,
buscando si había alguien allí y al final, se reencontrarían en el santuario.
Lybhinnia tomó la pasarela que iba hacia la izquierda. Entró en varias cabañas,
donde no encontró nada, más que suciedad, telarañas, en un buen número, lo que
indicaba que hacía mucho que allí ya no vivía nadie. Pasó por la armería, llena
de arcos, flechas y espadas. El horno llevaba mucho apagado. Los útiles estaban
en su sitio, había orden. Por lo que el maestro armero no se había llevado
nada. Eso era raro, pues si se habían marchado, se habrían llevado sus cosas.
Pasó lo mismo en la cabaña de la sanadora, los matraces, los utensilios, y
luego en la de los tejedores. Todo igual, incluso en las cabañas de residencia,
los lechos listos para ser utilizados, los enseres de cada uno, pero nadie
había allí. Se dirigió hacia el santuario. En cuya entrada estaba Gynthar, de
pie, mirando a la plataforma sagrada, con cara seria. Lybhinnia apresuró el
paso para ver qué había sobresaltado al guerrero, para ver que había encontrado.
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