Seguidores

miércoles, 7 de marzo de 2018

Lágrimas de hollín (4)



Pero ver como la sangre del soldado se vertía por donde él había cortado, en un movimiento improvisado, una búsqueda alocada de una salida, de defenderse de la violencia y la malevolencia del soldado, no le habían bloqueado. Tal vez en ese ataque estuviera un pequeño sentimiento de venganza por la muerte de su madre. Podía haber mucho de ello o nada, pues él era aún un niño, y como tal no debería haber sufrido estas cosas, pero el destino siempre era inexorable. La cuestión es que mientras el soldado, tirado en el suelo en el que iba poco a poco apareciendo un charco de líquido rojizo y cálido, iba diciendo adiós a este mundo, lanzando pestes del niño y la puta de su madre, en ese lenguaje de sílabas alargadas que usaban los imperiales, su verdugo por primera vez en mucho tiempo estaba pensando. Buscaba la salida a esta acción y sabía que no tenía demasiado tiempo.

Antes de que el soldado muriera del todo, él ya se había dado cuenta que su paso por el burdel se había terminado, que echaría de menos a las chicas, unas más amables que otras, al gran Gholma, pero que quedarse allí haría que los amigos del soldado muerto fueran a por él, porque ella, la dueña le entregaría a sus manos. Soltó la daga, pues pesaba en su mano, que golpeó el suelo provocando un tañido. Pasó sobre el soldado, quien ya no percibía demasiado y buscó entre las cosas hasta dar con la bolsa. La abrió y vio oro, y plata y algo de cobre, suficientes monedas para sobrevivir en la calle. Se subió los calzones, volviendo a unir los extremos cortados y atándolos como pudo. Salió de la habitación raudo, esperando no encontrarse con nadie.

Pero las esperanzas son solo mitos, siempre pasará lo que no queremos que ocurra y al bajar la escalera se encontró con Gholma. El gigantón le sonrió, pero él pasó por su lado, sin devolver el saludo, sin mirarle a los ojos, sabiendo que su más viejo amigo se daría cuenta de su desazón. De esa forma y con lo que tenía, que en ese momento eran las andrajosas vestiduras y la bolsa del soldado muerto, salió del burdel para no regresar más.

Durante los días siguientes se quedó cerca, siempre escondido en las sombras de aleros y arcadas, como si fuera una rata más, salida de las cloacas, que repta por donde cree que no la ven, arrastrando una tripa peluda, para roer algún desperdicio que sus vecinos de la superficie han desperdiciado. De esa forma, observó como la alarma y el miedo se extendieron por el burdel, la llegada de guardias, todos imperiales, no vino ni uno solo de los miembros de la milicia de la ciudad. El muerto era imperial y ellos se encargarían de solucionar el asunto. Escrutaron todo el burdel con lupa, con una diligencia que rayaba lo incorrecto, buscando enemigos de la paz armada del imperio. Investigaron a todas las muchachas, es decir que se las trajinaron gratis hasta quedar complacidos. Realmente a ninguno le importaba mucho la muerte del soldado, pero había que parecer que eso no era así. Tan corruptos como el muerto, tan ávidos de poseer cualquier mujer que se les presentara delante, los imperiales se limitaron a recibir el regalo que les entregó la habilidosa dueña, quien ya había tenido que ver cosas así cuando ella no era más que una ramera más, cuando ocupaba un cuartucho como una de sus propias protegidas. Al final, los imperiales se limitaron a llevarse a su hombre, para que le acogiera Rhetahl con todos los honores debidos, la investigación se terminó en ese mismo momento. Su amigo había caído víctima de un ladrón, quien, poco importaba. En la prisión imperial había muchos presos, que con el tormento adecuado reconocerían haber rajado al muerto. La justicia pendía de aquel que tuviera el oro y el poder para hacerla administrar y en ese tiempo era la mano del emperador o sus gobernadores.

La madre del niño desapareció en silencio, imbuida en una tela, dentro de un saco de esparto, el gran Gholma la sacó del burdel, sin que el niño, desde su atalaya sombría ni llegara a percatarse de nada. A donde van esos cuerpos, los resultados de la injusticia y la corrupción, pocos lo saben y ni la dueña quería conocerlo. El hombretón se la llevó, limpió la habitación y ella se limitó a buscar una nueva candidata para saciar el apetito de aquellos que se dejaban caer en su local. Pero para cuando llegó la sustituta de la madre, el niño ya se había convertido en otra cosa. Deambulaba por las calles, sin oficio ni beneficio, viviendo de los escasos y cada vez más menguantes ahorros que había obtenido del soldado muerto. Pero sus gastos, aunque ligeros y precavidos eran inexorables, debía alimentarse y debía soltar el preciado oro para ellos. Poco a poco fue descubriendo que su vida en el burdel, aunque triste era mejor que el deambular por las calles y callejas de la gran ciudad, llenas de oscuridad y violencia. Desde los rincones donde se escondía podía ver como los mayores se enzarzaban en lides de acero y sangre, donde el oro pasaba de manos de forma muy fácil. En más de una ocasión estuvo a punto de caer en las perversas manos de gente que se parecía demasiado al soldado muerto, imbuidos en la maldad y la envidia. Que movían sus cuerpos accionados por el rencor. Cada día que pasaba era un nuevo combate, una carrera por sobrevivir, y por segunda vez en poco tiempo tuvo una nueva visión de claridad, sino tomaba los problemas por los cuernos, acabaría igual o peor que su madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario