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domingo, 11 de marzo de 2018

La odisea de la cazadora (17)



Lo que vio la dejó sin habla. El suelo de la plataforma estaba llenó de cuerpos, la mayoría eran ya sólo esqueletos con los restos de sus ropas por encima. Alguno aún tenía un trozo de carne reseca sobre ellos. Lybhinnia le dio un golpe a Gynthar que reaccionó y se internó en la plataforma. Fue revisando los cuerpos y la mayoría habían fallecido por heridas de arma blanca, por un guerrero formidable, ya que había cortes en los huesos. Pero ninguno de los moradores de la arboleda que allí estaban tirados llevaba armas, ninguno, excepto el último de los esqueletos, que permanecía sentado en una silla, con un respaldo grande y apoya codos, con sus manos agarrando una gran espada, una como la que usaba Gynthar. Sus cuencas vacías miraban a algo detrás de Gynthar, Lybhinnia y todos los muertos. Ambos se dieron la vuelta y vieron una especie de cabaña, o por lo menos, el frontal que se adosaba al tronco del gran árbol. Esa construcción no había en el santuario de su arboleda. Gynthar se acercó a lo que parecía la puerta y empujó. La madera no se movió, claramente había algo que lo impedía. Lybhinnia se acercó a los esqueletos y los revisó de nuevo, buscando algo que pudiera esclarecer lo sucedido.

-       Detrás de esa puerta hay algo, por lo menos algo bloquea su apertura -indicó Gynthar, cuando regresó junto a Lybhinnia.
-       Todos los muertos son adultos, no hay ni un solo infante o joven -informó Lybhinnia-. Tampoco he encontrado el cuerpo de la mhilderein Shyimia. Pero sí hay algo escalofriante en todo ello. Algo o alguien les fue quitando la carne a estos muertos. Hay marcas del uso de un pequeño puñal o una garra en cada hueso. Fueron el alimento de algo.
-       Canibalismo -dejó caer Gynthar, señalando la mesa que había junto al hombre de la espada, donde había varios puñales, la mayoría sin filo, por el uso-. Él los mató y se los comió. La verdad es siempre la más obvia y la más nefasta. Armhiin siempre me lo dice.
-       ¿Quién es él y por qué?
-       No sé el porqué, pero si quien era él, el guardián de Lhym -aseguró Gynthar-. Si queremos saber lo que ocurrió y porqué debemos pasar esa puerta.


Lybhinnia estaba seguro de ello. Ambos estuvieron haciendo todo lo posible por abrirla. Probaron todo lo que habían aprendido, incluso Lybhinnia recitó algunos salmos que Armhiin le había enseñado. Pero parecía que no era una barrera mágica. Por lo que Gynthar empezó a golpear y clavar su arma contra la puerta. La noche y la luz de Jhala, era la única iluminación que tenían cuando por fin la puerta cedió, o más bien lo que había detrás, que resultó ser una silla. Pero una silla normal no podía haber aguantado tanto, pues Gynthar supuso que el guardián ya habría puesto toda su fuerza en destrozar la puerta.


Lybhinnia observó las patas de la silla y descubrió que estas habían germinado. Sabía por las palabras de Armhiin, que algunos chamanes eran capaces de revivir hasta la madera que llevaba muerta mucho tiempo. Si Shiymia era tan poderosa, tal vez era capaz de ello. Entraron a una sala, tallada en el interior del tronco del gran árbol y que estaba iluminada por una luz azulada, proveniente de unas rocas, insertadas en la madera. Sin duda era la cabaña del chamán de Lhym. Tenía los mismos utensilios que usaba Armhiin, así como tallas de los dioses o libros, en mayor número que su chamán. Lybhinnia buscó una bolsa y la empezó a llenar con los libros.

-       ¿Crees que es necesario hacer eso ahora? -preguntó Gynthar, al ver a su compañera guardar los libros.
-       Ya sabes que es un gran pecado dejar que nuestra cultura sea pasto de la destrucción, sólo preparo la bolsa, para cuando nos vayamos -recordó Lybhinnia, que se percató que había un libro más sobre la mesa, abierto. Lo cerró y lo introdujo en la bolsa, que cerró de inmediato.


Las palabras de Lybhinnia eran ciertas, no podían dejar los libros allí, cuando se fueran debían llevárselos. La cultura de los elfos, tras la caída de Vhal’Thevllanum, se había reducido a unos cuantos tomos que se copiaban muy lentos. Si una arboleda se perdía, su cultura debía ser recuperada.


No había nada, ni estaba el cuerpo de la chamán. Gynthar descubrió unas escaleras, de caracol, que se internaban hacia el suelo. El guerrero señaló el descubrimiento, y Lybhinnia asintió con la cabeza. Ambos comenzaron a descender. La escalera daba vueltas sobre sí misma y los escalones seguían apareciendo en cada vuelta. No supieron ni cuánto tiempo emplearon en descenderla, ni a cuanta profundidad habían llegado. Pero por fin apareció el último escalón y una abertura en las paredes de madera.

Entraron a una cámara abovedada, de una altura escasa pero lo suficiente para estar ellos de pie. La estancia era ovoide, las paredes de tierra compactada, con raíces que las cruzaban. El suelo era de tierra, arenosa. La luz provenía de los cristales que se encontraban sobre las raíces. Había un ligero desnivel hacia el centro de la caverna, donde se veía agua estancada. Junto a la charca, había varios cuerpos. Algunos parecían momias, la piel reseca, pegada a los huesos. Pero había tres que parecían estar en buenas condiciones, dos varones y una mujer. Lybhinnia se acercó a ellos y comprobó sus condiciones.

-       Gynthar están vivos, pero dormidos, como en un trance -informó Lybhinnia, aun con su mano sobre la muchacha-. Parecen los tres mayores, el resto, los más jóvenes han fallecido.
-       ¿Y ella? -Gynthar señalaba a un cuerpo que permanecía en el centro de la charca, arrodillada, dentro del agua calmada.

Gynthar fue a meterse en la charca, pero Lybhinnia se lo impidió, le dijo que se pusiera detrás y que guardará su arma, allí no había peligro alguno. La cazadora se arrodilló junto a la orilla, sin meterse en el agua, pero la tierra estaba húmeda. Recitó un salmo, unas palabras que eran una señal de que eran personas de bien, que no buscaban el mal, que eran leales al gran Silvinix. Cuando terminó su canción, tocó con su mano la superficie del agua. Gynthar dio un paso atrás cuando toda la superficie se iluminó, una luz, clara y radiante, proveniente del fondo de la charca iluminó toda la estancia. El guerrero tuvo que cerrar los ojos, pues tanta luminosidad le estaba cegando.

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