Seguidores

miércoles, 21 de marzo de 2018

Lágrimas de hollín (6)



Un ambiente cálido o más bien, un olor le sacaron de su sueño. El niño abrió con cuidado los ojos, pero la luz le cegó por completo. Tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran a esa luz. No era la del sol, pero tampoco la de la luna. Estaba en algún lugar, en una sala. El olor que había advertido era el que creaban las velas de sebo, un olor fuerte, que en casos llegaba a repugnar. Aun así este tipo de velas eran muy comunes, pues el sebo era mucho más barato que la cera y ya ni qué decir de las perfumadas que había visto en las tiendas de su barrio. La dueña del burdel solía tener de los dos, sebo para las zonas comunes y cera para la taberna y las habitaciones.

Poco a poco fue dándose cuenta de donde estaba. Era una sala de suelo y paredes de madera, había dos porta velas que colgaban de las paredes. Una puerta cerrada, un pequeño armario y la cama, sobre la que estaba tumbado, eran el resto del mobiliario que ofrecía el lugar. No había ninguna decoración de más, ni una ventana. Era un cuarto cerrado, como una celda de una prisión. Aunque dudaba que las camas fueran tan blandas en las prisiones.

El niño escuchó pasos más allá de la puerta e intentó volverse hacia esta, pero le dolía todo el cuerpo. Fue en ese momento que se percató que estaba vendado del cuello para abajo, ambos brazos y supuso que las dos piernas. Estaba forcejeando con su propio cuerpo, cuando se abrió la puerta.

-       Me ha costado mucho recolocarte los huesos y vendarte, así que por favor no te muevas demasiado -dijo una voz seria, con peso, pero a su vez amigable-. Cuando te trajo aquí estabas hecho una verdadera mierda. La verdad es que tenía dudas que sobrevivieras a tus heridas. Pensaba que pronto serías llamado por el gran Bhall. Pero se ve que él tenía otra idea con respecto a ti.

El niño miró a la persona que tenía ante él. Era un hombre, de altura media, pero fuerte. Vestía con una camisola gruesa, pero el niño era capaz de intuir unos brazos fuertes, gruesos. La cara era redonda, bonachona, con una tupida barba grisácea. Los ojos grandes y sinceros, azulados. El pelo, largo, recogido en una coleta en la nuca, del mismo color que la barba. Traía un par de taburetes, que colocó cerca de la cama. Se marchó para regresar de nuevo con una bandeja. El niño pudo ver un cuenco de madera de donde salía el humo de algo caliente.

-       Bueno, no te recuperaras si no te alimentas -indicó el hombre, alzando el cuenco y una cuchara-. Voy a tener que dártelo a la boca, es una sopita muy rica.

El niño se negó a abrir la boca. No se llegaba a fiar del hombre, pues estos no habían sido muy buenos con él. Solo Gholma era la excepción, pero él se había comportado mal con él. Aun ahora el recuerdo de su forma de actuar le ardía en el corazón.

-       ¡Oh, vamos! Que le voy a decir a Gholma cuando venga de visita -se quejó el hombre, mientras revolvía el cuenco con la cuchara-. ¿Quieres que se enfade conmigo porque no consigo que comas?

El niño se había quedado tan sorprendido con la revelación del hombre que se le abrió la boca y el desconocido, con una velocidad inaudita le metió la cuchara con una carga de contenido. El líquido, cálido y sabroso, pasó por su boca y se fue por su garganta. Ya no pudo negarse a recibir el alimento, esperando que al terminar con él, el desconocido le hablase de que era lo que pasaba. Pero se equivocaba. Cuando el niño se terminó su comida, los ojos se le empezaron a cerrar y se quedó dormido.

El hombre dejó el plato en la bandeja, y arropó al niño para que no pasara demasiado frío. Un buen amigo le había traído hacia dos noches y le había pedido que lo cuidase. Él no podía faltar a su palabra. Su amigo era un gran hombre y le debía tanto, su propia existencia estaría siempre ligada a su amigo.

-       ¿Por qué serás tan importante para el viejo Gholma, muchacho? -preguntó al aire el hombre, pues sabía que el niño estaría muy bien dormido. Había tenido que echar una droga para dormirle.

El hombre recogió la bandeja y salió de la habitación. Dejando al niño con sus pensamientos. Qué sueños atormentarían a quien había sufrido tal maltrato por sus congéneres. Sabía que Gholma había salvado al muchacho, incluso enfrentándose a los matones de una de esas bandas que ahora se repartían el barrio. Pero allí, en su casa, nadie vendría a por el muchacho. Nadie se le acercaba, pues todos le tenían un respeto sepulcral. Al final y al cabo, él hablaba a Bhall por ellos. Y nadie se quería meter con aquel que tenía el poder de conversar con los dioses. Aún se maravillaba de lo crédula que era la gente. Pero por ello, él vivía de forma prácticamente autónoma en el barrio, donde ni la milicia ni los imperiales se atrevían a entrar, dejando a sus pobladores en manos de criminales y personas malvadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario