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martes, 9 de noviembre de 2021

Lágrimas de hollín (104)

El avance hasta la plaza había sido menos penoso de lo que el general había pensado y tomar los edificios que la rodeaban había sido rápido y sin víctimas por parte de su ejército. Más bien, no habían encontrado a nadie. Eso quería decir que su enemigo no había previsto que él detuviese su avance para reconectar con los otros contingentes. Por una vez en ese día se había sentido que le ganaba una mano al líder enemigo. Había tomado uno de los edificios, el más grande y alejado de la calle por la que luego avanzarían hacía el baluarte enemigo como puesto de mando. Desde que habían tomado la plaza, no habían sufrido más ataques. Aun así había ordenado atrincherarse a sus tropas. Era mejor prevenir que curar.

Desde su posición, podía ver las nubes de polvo que ocurrían cada poco. Sin duda eran edificios que se derrumbaban. Eran las pruebas que los otros generales estaban avanzando para reunirse con él. El general estimaba que los otros cuerpos llegarían muy diezmados, pero le alcanzarían en la plaza. 

-   General, hay un hombre con una bandera blanca, en el acceso de la plaza -informó Tyomol, que entró sin llamar-. Pide una tregua para hablar. Jockhel quiere parlamentar contigo, eso es lo que ha dicho el hombre, señor. 

-   ¿El líder enemigo quiere hablar ahora? -preguntó el general extrañado. No creía posible esa opción. Ese hombre quería una reunión. Podría ser que los otros cuerpos no estuviesen tan mal como había pensado y el líder enemigo había previsto su derrota. Por eso quería hablar. 

-   Eso parece, señor -asintió Tyomol-. ¿Qué hacemos? ¿Ordeno que maten al hombre? 

-   Ha perdido el juicio, va con bandera blanca -espetó el general, molesto por la afirmación. Una bandera blanca era una bandera blanca, la llevase quien la llevase. 

-   Pero no es más que un sucio criminal -intentó defenderse Tyomol, dolido por las palabras del general. 

-   Eso no importa, capitán, nosotros somos un ejército honorable -advirtió el general-. No vamos a rebajarnos a su nivel. Quiere una reunión, pues bien oigamos lo que tiene que decir. Eso nos da tiempo para que los otros generales se nos unan. Si su líder está aquí, sus hombres no reciben órdenes nuevas. 

-   Está bien, general -afirmó Tyomol, con un tono que indicaba que no estaba de acuerdo con su general, que tomó buena nota de esa reacción por parte del oficial.

Tyomol se marchó y regresó al rato para informar que el general podía acudir acompañado con doce hombres, ni uno más ni uno menos. Por ello eligió a cuatro escoltas y el resto a sus oficiales del estado mayor, entre ellos Tyomol. Cuando todos los elegidos estuvieron listos, cruzaron la plaza y se presentaron ante el hombre con bandera blanca que los guió un centenar de metros por la calle principal, pero torcieron a la derecha, hasta otra plaza, pero de menor tamaño. Allí habían colocado una carpa para protegerlos de los rayos del Sol del mediodía. La carpa estaba totalmente abierta. Había una mesa redonda en el centro y dos grandes sillones. Había algunos hombres enmascarados, que sin duda eran los hombres de Jockhel. En menor número que los del general. 

-   Son pocos, cuando aparezca lo matamos y se acabó el problema -le dijo Tyomol al general al oído. 

-   Creo capitán que no os habéis fijado bien en la situación -le advirtió el general, que miró a las casas que le rodeaban-. Ni conseguirías a acercarte a su líder. Mira las ventanas, hay arqueros por todas partes. Si quieres que nos maten, tú mismo. Si no te callas y permaneces firme sin moverte. ¿Entendido?

El capitán Tyomol asintió con la cabeza, poniéndose blanco al ir distinguiendo los hombres situados en las ventanas de las casas. Tenía razón el general, no alcanzarían al líder enemigo, sino que morirían rápidamente. Que la carpa no tuviera lona que la cerrara era por la presencia de los arqueros, para que actuasen si los imperiales querían hacer una jugada como la que había pensado él.

El hombre de la bandera blanca le señaló al general la silla, pero este rechazó el ofrecimiento con la cabeza. Prefería esperar de pie. Tenía que actuar como un hombre duro, para que en la negociación creyesen que no podrían doblegar su espíritu. Y además si no habían preparado sillas para sus hombres, para él tampoco.

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