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sábado, 6 de noviembre de 2021

El reverso de la verdad (51)

Marie había cerrado la puerta, echando el cerrojo y se habían ido moviendo de una habitación a otra, cerrando todas y cada una de las ventanas. Habían cerrado las contraventanas de madera, viejas, pero que fueron oscureciendo el interior de las habitaciones, pero a su vez haría imposible que alguna visita más pudiera entrar por cualquier sitio. Cuando los tres hubieron revisado todos los accesos a la vivienda, Marie les llevó hasta la sala donde estaban los monitores de las cámaras. Allí, Andrei podría ver si se presentaba alguien inesperado y se sentía más cómodo para hablar. 

-   Quien ha montado este circuito de cámaras es una persona que teme ser atacado -indicó Andrei, después de revisar lo que se observaba por las pantallas-. Casi no hay puntos ciegos, aunque me temo que si los hay. Supongo que los LeGrange le tienen miedo a los vecinos o algo parecido. ¿Muchos ladrones por la zona? 

-   Tú eres el primero que ha entrado aquí sin ser invitado -se quejó Marie. 

-   Eso está bien -se burló Andrei, poniendo una pose orgullosa-. Aunque claro, yo no soy como los ladrones normales, Marie. Pero dejémonos de cumplidos pueriles, sabes bien por lo que estoy aquí, ¿verdad Marie? 

-   Has venido a hablar de Sarah -asintió Marie. 

-   Querrás decir que he venido a conocer porque mi Sarah tenía que morir -le aclaró Andrei, algo más airado-. Y porque tú estás metida en ello. 

-   ¡Yo no maté a Sarah! -negó Marie. 

-   Eso ya lo veremos, Marie -advirtió Andrei-. Louise no opinaba lo mismo de ti y sobre la muerte de Sarah. Nos contó su participación. Que cuando Sarah la apretó habló contigo y Sarah murió. Así que me parece que no me estas diciendo la verdad, Marie. 

-   ¿Has hablado con Louise? ¿Has dado con ella? -inquirió Marie sorprendida. 

-   Entiendo tu pregunta, nos costó encontrarla, pero dimos con ella -aseguró Andrei-. Aunque la verdad, es que ya no es la mujer que conocías. Cocainómana, ha caído en una espiral de auto degeneración. Vende su cuerpo para conseguir su vicio y para mantener una habitación cutre en un hotel de baja estofa. No te voy a decir en qué barrio bajo, pero estoy segura de que te puedes hacer una idea de donde es. 

-   Pobre Louise -murmuró Marie. 

-   ¡Pobre Louise! Acaso te atreves a sentir pena o lástima de Louise -ironizó Andrei-. Tú y aquellos con los que trabajasteis la habéis abocado a esa situación. Usando la droga para poder dormir por la noche, para evitar que lo que sabía de lo que le ocurrió a Sarah y lo que ella hizo, la dejasen dormir. Su culpabilidad la había vuelto lo suficientemente quebradiza para que cayese en las drogas y en la prostitución como único camino para parecer medianamente serena.

Marie iba a hablar, pero unos sollozos fueron lo único que apareció. Las lágrimas empezaron a fluir. Pero Andrei no iba a dejarse enternecer por lo que creía una burda estratagema para que no la culpase a ella de lo que se proponía. Pero las lágrimas tal vez no estaban destinadas a él, sino a su acompañante, que había estado callada durante todo el rato y ahora parecía incómoda con la aparente tristeza o compasión de Marie. Andrei iba a terminar de una vez con esa teatralidad, cuando distinguió un coche, un todo terreno negro, que se acercaba a la puerta de entrada de la finca. Podría ser que la mujer hubiera avisado a alguien de alguna forma. Igual desde el momento que Helene se había presentado en la puerta. 

-   ¿Dónde tienes cinta adhesiva o de carrocero? -preguntó de improviso Andrei. 

-   En la cocina -respondió Marie, sin saber qué es lo que pasaba. 

-   Guíanos -ordenó Andrei.

Marie les llevó a la cocina y sacó de un armario un rollo de cinta de carrocero. Luego los guió hasta el salón de la casa. Allí, y con las protestas de Marie y en parte de Helene, ató las manos a la espalda, y luego rodeo los antebrazos y los pies de Marie. La hizo sentar en un sillón y le puso un trozo más sobre la boca, alegando que calladita estaría mejor. Luego le pidió a Helene que se sentase en el sofá contiguo para hacerle compañía. Que podía hablarle de lo bien que le iba a Les Infants. Por hablar de un tema común de ambas. Pero que si no le podía comentar como estaba la moda en la ciudad. Algo le decía a Andrei que Marie estaba desconectada a su pesar de las tendencias del momento. Tras ello, Andrei desapareció.

Helene no se percató de que le había puesto allí de señuelo, no hasta que fue demasiado tarde y apareció un hombre, uno de parecida edad que Andrei, más alto y mucho más musculoso que le apuntaba con una pistola. 

-   ¿Quién diablos eres tú, zorra? -espetó el hombre, apuntando de frente a una Helene sorprendida-. Será mejor que hables o lo vas a lamentar con creces. 

-   ¿Cómo has entrado? -fue lo único que consiguió decir Helene, que estaba segura que Andrei se había encargado de cerrar todo a conciencia. 

-   Las preguntas las hago yo, maja -advirtió el hombre, que claramente no parecía tener muchas ganas de gracietas, ya que miraba a Marie como si no le gustase lo que veía. 

-   Te equivocas, Guichen, las preguntas las hago yo -habló Andrei, por detrás del hombre, colocando el cañón de la pistola presionando la nuca del hombre.

Las dos mujeres miraban a los dos hombres. Una más aliviada, pero a la vez confusa, ya que parecía conocer al otro hombre. Y la otra mujer porque veía como su libertador había caído en la trampa de su captor, que además había llamado al primero por un nombre que no le sonaba de nada.

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