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martes, 2 de noviembre de 2021

Lágrimas de hollín (102)

El avance se había detenido por completo. El general, protegido por sus escoltas, los guerreros más fuertes del regimiento, permanecía de pie, esperando las noticias del capitán Tyomol. Le dolían los pies, pues hacía mucho que no caminaba tanto y las botas eran para cabalgar, no para marchar. 

-   Una casa se ha desplomado sobre la vanguardia, general -informó por fin Tyomol, que cruzó el grupo de escoltas. 

-   Querrá decir que nos han tirado una casa encima -corrigió el general, que empezaba a ver que iba a ser algo más duro de lo que había previsto esta misión de castigo-. ¿Cuántas bajas? 

-   Prácticamente toda la vanguardia -indicó Tyomol-. No lo sabremos hasta que se disperse la nube de polvo. La vanguardia en pleno estaba pasando por debajo cuando se ha derrumbado. He ordenado que busquen supervivientes. 

-   Eso nos va a llevar tiempo y el enemigo lanzará flechas sobre los hombres que buscan -murmuró el general-. Capitán, nos detenemos durante un rato y mande mensajeros para saber qué están haciendo los otros generales. Me parece que ese Jockhel está jugando con nosotros. Y prosiga con seguridad la búsqueda de supervivientes. A un lado y el otro del derrumbe. 

-   ¿Al otro lado? -inquirió Tyomol. 

-   Puede que parte de la vanguardia hubiera pasado la zona de caída y estén al otro lado -explicó el general, preguntándose cómo Tyomol había llegado a oficial, siendo tan simple.

El general tuvo que esperar casi una hora para recibir más informes. Lo aguantó a pie firme, como el resto de sus soldados. Ese gesto hizo que se volviera más como uno de ellos, y no como una persona ajena que los mandaba a la muerte sin pensárselo. Pero las noticias que llegaron no eran buenas. Los otros generales habían separado sus fuerzas persiguiendo a los atacantes. Habían caído en las provocaciones y ahora eran incapaces de replegar a todos sus efectivos. Lo estaban intentando, para formar un avance en bloque, como él. Pero tardarían horas y solo para descubrir que sus fuerzas estaban mermadas.

De todas formas, el general había pedido un plano del barrio y había mandado orden a los otros generales para reunirse en una plaza cercana a su posición. Ya no valía un avance rápido a la posición donde Jockhel parecía tener su baluarte. Había que llegar con el máximo número de tropas posibles. Estaba pensando en pedir al gobernador que le prestase las tropas de la milicia de la ciudad. Era hora que el Alto Magistrado hiciera algo para sus jefes. Pero había un problema con esa petición, dejaría claro que él y su estrategia habían fallado. Y el gobernador no dudaría en hacerle responsable de lo que pasase al final, como la pérdida del oro, únicamente para salvarse él de la ignominia. Por ahora aguantaría con lo que tenía. Seguían siendo más numerosos que los criminales de Jockhel.

Lo que le había pasado a la vanguardia le hacía hervir su fuero interno. Muy pocos soldados habían sobrevivido al derrumbe. Solo habían encontrado cadáveres bajo los cascotes. Pero sí que habían sobrevivido algunos al otro lado del derrumbe. Los enemigos los habían matado, habían desmembrado sus cuerpos, les habían sacado las tripas y las cabezas las habían colocado en estacas. Los hombres querían venganza, querían matar a los que les habían hecho eso a sus compañeros. 

-   Capitán Tyomol, no vamos a seguir avanzando hacía el baluarte enemigo -dijo el general-. Avanzamos a esta plaza de aquí. He ordenado a los otros generales que nos reuniremos aquí, todos juntos para caer sobre la base enemiga. 

-   Los soldados quieren avanzar, señor -indicó Tyomol. 

-   Ya sé lo que quieren los soldados -aseguró el general-. Es lo mismo que quiere nuestro enemigo. Unas bestias sedientas de sangre y odio. Incapaces de ver lo que les rodea, que ataquen como caballos desbocados. Pero yo sigo siendo el general y usaré las ansias de los soldados para cuando sean más propicias para victoria. Ponga en marcha a la columna. 

-   Como ordene -asintió Tyomol.

El general sabía lo que les hubiera hecho el enemigo a una banda de soldados como los suyos. Muy pocos llegarían al baluarte enemigo, cegados por la venganza. Perseguirían a cualquier sombra o a civiles. La rapiña, las violaciones y las muertes teñirían todo. Posiblemente, una vez que terminase con Jockhel permitiera esos estragos en el barrio. Así el resto de la ciudad se olvidaría de una vez por todas de volver a ser un país independiente. Habían pasado cientos de años de ocupación imperial y seguían añorando su antiguo reino. Los otros reinos que habían conquistado el imperio se habían convertido en provincias sin problemas, porque este no lo conseguía y era un gasto al erario imperial. El general desconocía la causa y le molestaba no conseguirlo, incluso estar allí destinado.

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