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martes, 16 de noviembre de 2021

El dilema (102)

Había pasado una hora desde que los Fhanggar se habían retirado al otro lado de la empalizada, dejando cientos de muertos entre esta y la ciudadela. Alvho había sido aclamado por todo los guerreros de la ciudadela, no solo por los suyos. Se podía decir que el ejército de vanguardia se había resarcido por lo ocurrido días antes, cuando retornaban a la ciudadela aguijoneados por los Fhanggar. Aun así la acogida por parte del canciller no había sido tan cálida como la del resto de los guerreros. 

-   ¿No podía dejar pasar el momento para ganarse unos laureles, verdad therk? -preguntó el canciller Gherdhan cuando Alvho llegó a la reunión del estado mayor en la torre desde la que se veía todo el campo de batalla-. No responda therk. Estoy harto de que haga cosas sin que yo le de órdenes. Esta vez le ha salido bien, pero qué pasa con la próxima. Su independencia es un problema, therk. Si la situación fuera otra le haría azotar. Pero cómo voy a hacerle eso al héroe del ejército. 

-   Yo… -empezó a decir Alvho, pero Asbhul le hizo un gesto para que se callase. 

-   Canciller, la maniobra ha sido un poco suicida, no lo vamos a negar -habló Asbhul-. Pero ha provocado el caos ante los enemigos. Y el ejército de vanguardia era el que mejor sabe pelear en cuadro contra los Fhanggar. Al final, el repliegue a la ciudadela se ha conseguido con la menor pérdida de guerreros -solo había heridos, pero no muertos, lo que era todo un milagro dada la ferocidad del combate-. Tenemos hombres suficientes para el siguiente ataque enemigo. 

-   Pero hemos perdido la empalizada -habló un tharn mayor-. Ahora esas ratas se esconden detrás de ella. Hemos perdido esta batalla. 

-   Bueno, la empalizada la íbamos a perder según se abrió la brecha, algo que hubiera pasado más pronto que tarde -prosiguió Asbhul-. Que se quieren esconder, que lo hagan. Cuando quieran atacar tienen el foso y la altura de las murallas de piedra. Nuestros arqueros tendrán mucho que matar. 

-   Pero lo mejor es no quitarles el ojo de encima -advirtió Gherdhan, que miró a Alvho-. El therk Alvho se encargará de ello, así descansa. 

-   Como ordene, señor -se limitó a decir Alvho, lo que se llevó una mirada fría del canciller. 

-   A parte de los piquetes habituales, que los hombres se retiren para comer y descansar -ordenó Gherdhan. 

-   ¿Puedo hacer una petición? -preguntó Alvho, levantando una mano. 

-   ¿Una petición? Bien, vamos a oírla -afirmó Gherdhan. 

-   Podríamos obligar al enemigo a que nos ataquen -dijo Alvho. 

-   ¿Qué nos ataquen? ¿Por qué vamos a hacer eso? Debemos descansar y… -se quejó el tharn mayor de antes. 

-   Explicate mejor, therk Alvho -pidió Gherdhan, haciendo un gesto para que todos los tharns dejasen de hacer ruido o decir tonterías-. ¿Por qué obligar al enemigo? ¿No ha sido suficiente batalla por hoy? ¿Necesitas más sangre por la tarde? 

-   Mi canciller, no necesito sangre ni nada parecido, pero creo que si hacemos creer a los Fhanggar que los hacemos de menos, porque dudamos que sean capaces de tomar los muros de piedra, atacaran al momento. Es verdad que hemos tenido suficiente guerra durante toda la mañana, pero ahora tenemos la moral de los guerreros alta. Si esperamos algunos días, la desesperación matará a la moral. Y por otro lado los Fhanggar podrían atacar en cualquier momento, pero no uno que nosotros controlemos. Podría ser esta noche o mañana al amanecer. Buscarían el momento que estuviéramos más débiles o despistados. 

-   Entiendo tu proceder, es interesante -asintió Gherdhan-. ¿Cómo harías para que nos atacasen ahora? 

-   Iría retirando los hombres visibles y los escondería -indicó Alvho-. Claramente para los de fuera parecería que no les tememos y eso les herirá en el orgullo, que es lo que les ha movido hasta ahora, haciéndoles caer en cada una de nuestras estratagemas. 

-   Está bien, therk, estudiaremos tu petición, pero por ahora puedes retirarte, tienes una misión que hacer -ordenó Gherdhan señalando hacia la zona más allá de la empalizada.

Alvho agachó la cabeza e hizo una reverencia a los presentes antes de retirarse. Sus pasos le llevaron a la base de la torre en construcción donde estaba Dhalnnar, Alhanka, Aibber y el resto de sus mandos. Cuando llegó les saludó con la mano y pilló en el aire el odre que le lanzó Aibber. Sin duda todos esperaban noticias del cónclave de los tharns con el canciller. 

-   Parece que vamos a descansar y almorzar -informó Alvho-. Yo me quedaré por aquí, debo poner mi atención en los movimientos del enemigo. En cualquier momento podrían volver a atacar. 

-   Hemos acabado con cientos o miles, eso haría a cualquier ejército volverse por donde habían venido -indicó Dhalnnar. 

-   Cómo hizo vuestro emperador, dejándoos en nuestras manos, ¿eh? -inquirió Alvho. 

-   A mi me hicieron prisionero mucho antes de eso -habló Dhalnnar, suspirando ya que no le gustaba recordar cómo el ejército imperial se había venido abajo luchando con los parientes o vecinos de sus actuales patrones. Fue una deshonra semejante desastre. Sabía que estaba mejor como prisionero, que era lo más parecido a estar muerto, que regresar a la capital imperial como un perdedor.

Alvho dio un sorbo a la cerveza que había en el odre y eructó. Estaba cansado, pero a la vez listo para terminar la pugna con los Fhanggar. El próximo ataque sería el último, de una vez por todas.

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