Seguidores

sábado, 20 de noviembre de 2021

Aguas patrias (63)

Al final, lo que deberían haber sido tres maniobras bien ejecutadas, se habían convertido en una competición entre los barcos, culminando en un trayecto a remo fuerte, como si las tres falúas fueran a tomar al asalto un barco enemigo. Fue la falúa de Eugenio la primera en llegar al muelle y con ella, los laureles para la Sirena. Eugenio bajó a tierra serio, sin mostrar ninguno de sus sentimientos, en parte felicidad porque su barco había ganado, pensando en ordenar a Romonés cuando regresase que les diera un vaso de más de ron aguado como premio, pero también pena porque el guardiamarina de su falúa había espoleado a los marineros como si estuviese en una carrera de caballos y su apuesta fuese perdiendo. Cuando volviera al barco, ese guardiamarina iba a recibir una charla suya y de la vara del condestable. Un futuro oficial no podía hacer ese tipo de cosas indecorosas para su estatus.

Mientras esperaba a que llegasen los otros dos capitanes, le hizo una seña a un carruaje que esperaba ahí cerca. El cochero le preguntó a donde les debía llevar y Eugenio indicó que él y los otros capitanes iban al palacio del gobernador. El cochero asintió y esperó la llegada de los capitanes. Eugenio no subió a la caja hasta que Heredia y de la Osa no hubieron subido antes que él. 

-   Al palacio del gobernador -le recordó Eugenio al cochero, cuando este se subió, cerró la portezuela y sacó el cuerpo por la ventanilla. Luego se dejó caer junto al capitán Heredia, antes de que el carruaje se pusiera en marcha con un golpe seco. 

-   Espero que haya tenido una buena noche -dijo el capitán de la Osa, intentando ser afable, aunque al ver que se había expresado en singular, añadió-. Espero que ambos. 

-   Una noche calmada -afirmó Eugenio, mientras que Marcos, mucho más tímido, ya que él era un recién llegado al puesto que los otros dos ya ocupaban desde hacía más, solo movió la cabeza. 

-   Supongo que es la paz de estar fondeado en un puerto o que se tiene una tripulación poco escandalosa -indicó de la Osa, guiñándoles un ojo a ambos. 

-   Si no me puedo quejar de mi tripulación -se rio Eugenio, que no estaba muy interesado en hablar de sus hombres con alguien que dirigía otro barco-. Yo espero que el tribunal de hoy no se demore demasiado, las pruebas son irrefutables y los delitos execrables. Aun así, es una responsabilidad profunda por nuestra parte. Ya fue duro lo de ayer. 

-   Sin añadir las incorrecciones del capitán Trinquez -dejo caer de la Osa.

Esa última afirmación dejó intranquilo a Eugenio. Era la primera vez que alguien hablaba mal abiertamente del capitán Trinquez. Es verdad que él mismo pensaba que la actuación del día anterior del capitán había sido cuanto menos poco caballerosa. Pero no iba a empezar a hablar mal de alguien ante dos capitanes que acababa de conocer. Por ello, miró, escrutador, el rostro del capitán de la Osa. Parecía cansado, tal vez había dormido mal y eso es lo que le había hecho pecar de hablador. 

-   Un capitán debería guardarse sus opiniones personales de otro capitán -aventuró decir Eugenio, esperando que de la Osa se percatara de la indirecta-. No es de un caballero ir por ahí aireando los trapos sucios y las medias verdades que corren por la cabeza de uno. 

-   Una gran verdad, capitán Casas -asintió eufórico de la Osa-. Es lo que digo yo siempre, si tienes tantos muertos en tu armario como el que criticas deberías guardar silencio. Sabéis, el capitán Trinquez no es ni ha sido uno de los caballeros más notables de este puesto. En un tiempo era un don Juan como el antiguo capitán de Rivera y Ortiz. Y por lo que sé, su enemistad se debe a una mujer. Las faldas son siempre lo peor en un hombre. Mejor la castidad. 

-   Puede ser -se limitó a decir Eugenio, asombrado del giro que estaba dando la conversación. 

-   Una vez llegue a saber que el capitán Trinquez tiene más de un hijo bastardo en La Habana -prosiguió de la Osa con sus indiscreciones.

La cara de Eugenio se había quedado impasible, ya que no esperaba que el capitán de Osa fuera tan hablador y contase con tan lujo de detalles los secretos de otras personas. Su prudencia le dijo que no debería emborracharse nunca junto al capitán de la Osa o sus secretos más terribles serían parte de las conversaciones que parecían triviales por parte del capitán. Así que se recolocó mejor en el asiento acolchado, miró a un sorprendido Heredia y suspiró. Empezó a calcular cuánto les quedaría de viaje hasta el palacio del gobernador y cuántas nuevas indiscreciones tendría que escuchar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario