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miércoles, 18 de diciembre de 2019

El mercenario (4)

El hombre tomó su vaso alto y se dirigió a uno de los reservados, el que usaba siempre cuando iba de visita. Los reservados eran circulares, cerrados por una mampara pintada y se accedía mediante una cortina oscura. Dentro, un sofá circular muy mullido rodeaba a una peana con su propia barra de baile. El hombre descorrió la cortina para pasar y la corrió cuando estuvo dentro. Las luces que iluminaban el apartado estaban atenuadas y el ambiente en su interior era más cálido. Se dejó caer en el sofá, intentando que no se le derramarse el contenido de su vaso y colocando los pies sobre la peana.

Al poco rato de estar allí, se descorrió la cortina de nuevo y entró una chica. El hombre puso una mueca burlona al ver a la muchacha. Jane la había hecho vestirse con un simulacro de la ropa de entrenamiento del ejército. La muchacha llevaba una camiseta ajustada, de color verde oscuro, más corta que la real, pues podía observar el ombligo. Los pantalones eran de camuflaje en tonos verdes, negros y grises, muy ajustados a las piernas de la chica. Llevaba una boina verde y unos zapatos de suela plana. La chica le sonreía y dejó una bandeja junto al hombre, donde había un plato humeante.

El hombre miró a la muchacha y luego a la comida. Ambas eran apetecibles. La comida de Olghat era muy sabrosa. Y la muchacha sería alguna nueva promesa de Jane. Claramente la había enviado como pago por la información y la comida, porque necesitaba algo de rodaje. La muchacha tendría dieciocho o diecinueve años, de pelo castaño recogido en un moño, ojos verdes claros, pechos pequeños o medios, pero no tan grandes como los de Jane. La cintura y las ingles eran más gruesas que el resto de su complexión. Sería de un metro sesenta y seis de altura.

-       Me llamo Jonik, sargento -se presentó la muchacha.

El hombre se sonrió por la jugada de Jane. No solo la había vestido como una recluta, siguiendo algún tipo de lasciva fantasía, sino que la había instruido para que respondiese como uno de ellos. La recluta y el sargento instructor, pensó el hombre y se rio en su interior.

-       Bien, Jonik, empieza con tu instrucción -dijo el hombre, tomando la bandeja con la comida. Al ver que la chica no sabía qué hacer, añadió-. Ahí tienes la barra, haz lo que sabes que hacer, recluta.

Jonik asintió con la cabeza, se subió en la peana y comenzó con su baile. El hombre la seguía con la vista, mientras acababa con su hambre y con la comida de la bandeja. Francamente no sé podía hablar mal de la comida tharkaniana y menos de Olghat. Pero él rara vez y solo en broma, se metía con lo que quedaba de su escuadra. Había servido con grandes soldados, con hombres y mujeres que lo habían dado todo por la victoria. En muchos casos, estas habían sido efímeras y pírricas. Y habían acabado con dolorosas pérdidas. Al final, se había impuesto no hacerse amigo de los reemplazos, a los que había usado como escudo para Jane, Olghat y Marcus, mientras él buscaba la muerte. Pero la parca siempre se tornó una compañera de viaje que a una cita final. El hombre había oído una vez que la muerte siempre regresa de visita por las noches, a día de hoy, no había noche que no viniera a verle y siempre la invitaba a un ruso blanco.

La muchacha tenía estilo y potencial, pero aún tenía que pulir muchas cosas. El baile no era perfecto, pero el hombre no podía dudar que le excitaba o por lo menos algo en su entrepierna estaba más juguetón que antes. A la hora de quitarse la ropa, se había hecho un pequeño lío, y casi se cae de la peana. Pero ahora se mecía sobre la peana dando vueltas a la barra, con casi todo su cuerpo, sudoroso al aire. Sin ropa seguía siendo apetecible. El hombre estaba deseoso de poder rozar con sus dedos la piel, ligeramente morena de Jonik, que seguro era suave y juvenil.

-       ¿Qué te ha dicho la jefa sobre lo que tenías que hacer, Jonik? -preguntó el hombre.
-       Me ha dicho que no me fuera hasta que el sargento me enseñara todo lo que sabe -respondió Jonik, solícitamente-. Que cumpliese las órdenes del sargento sin rechistar.  
-    En ese caso quítate eso -el hombre señaló la única prenda de ropa que aun llevaba en su cuerpo-. Y siéntate aquí.

Jonik se quedó mirando a donde apuntaba su dedo en ese momento. Parecía que se iba a negar, pero se quitó las braguitas y se sentó sobre las piernas del hombre. Este se acercó a su oído derecho y le dijo algo. Jonik empezó a moverse, rozando con su cuerpo al hombre.

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