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domingo, 8 de diciembre de 2019

Ascenso (4)

Rhennast levantó los faldones del acceso de la tienda de Nardiok, defendida por varios soldados de la guardia que llevaban aparatoso vendajes. El interior estaba caldeado por varias estufas. Varios hombres rodeaban a Nardiok, que permanecía tumbado en su catre de campaña, enfundado en unas mantas hechas de piel animal, de oso. Junto a su lecho, agarrándole la mano se encontraba una mujer joven, de unos veinte años, rubia, de rostro redondo, con las mejillas rojizas. La muchacha se llamaba Isleyn y era la actual esposa del señor Nardiok, su última esposa. No era ni noble ni rica. Era la hija de unos criados de palacio, pero Nardiok se había enamorado de ella, y se había desposado con rapidez, alegando que eran ya pocos los años que le quedaban para disfrutar de los placeres de la vida. Sabía que no iba a darle ningún hijo, por todo lo fecundo que fuera su vientre, pues estaba seguro que él no podía engendrarlos. Isleyn parecía cariacontecida y llorosa, por lo que Ofthar se preparó para lo peor.

Los hombres allí reunidos saludaron a Ofthar. Eran cuatro. El primero, era un hombre de edad avanzada, el druida personal de Nardiok, quien le tendría que decir las respuestas que Ordhin le pediría a Nardiok para acceder al gran banquete y el paraíso. Se le conocía por Alffyn. El segundo hombre, de mediana edad, era el gran heraldo, Lukka de Bhalonov, se encargaba de los asuntos sobre política exterior del señorío. Era primo de Ofhar. El tercero era el tesorero y señor de la moneda, Fhagg de Irinat. Mientras que el cuarto era el médico particular del señor Nardiok, Parmeey de Arnha. Los cuatro hombres, de más edad que Ofthar, inclinaron sus cabezas ante su llegada, con respeto.

Rhennast se acercó al señor Nardiok y se agachó para informar de algo a su señor. Tras ello, Rhennast ordenó a un par de guerreros que le ayudaran. Parmeey se acercó al lecho a quejarse de que intentarán recostar a Nardiok, pero este levantó la mano izquierda, indicando que se encontraba bien. Ofthar observó un vendaje que le tapaba toda la parte izquierda del rostro, así como otros que le tapaban el pecho. Nardiok solo le miraba por un ojo a Ofthar. Con la mano izquierda le hizo un gesto para que se acercase.

Ofthar se aproximó al lecho y se arrodilló junto al lecho, esperando que de esa forma no tuviera que mirar hacia arriba, lo que podría fatigar demasiado a su señor.

-       Mi buen Ofthar, esta es mi última batalla -murmuró Nardiok con una voz escasa y cargada de dolor-. Pronto me reuniré con mi abuelo, con mi padre y con todos mis ancestros…
-       No lo creo, mi señor -intervino Ofthar, que no quería perder el mismo día a su padre y a su señor-. Aún os quedan muchos días de abundancia y…
-       ¡Oh, muchacho! No lo creo, ya soy demasiado mayor y… -la voz se le quebró y en su lugar apareció un quejido, seguido de unas tosecillas con esputos sanguinolentos. Sin duda la afirmación de Nardiok no estaba fuera de lugar, pues mal signo era la sangre en la saliva. Al poco recuperó la compostura y el habla-. Bien sé yo que ya no hay más lunas para mí, Ofthar.
-       ¿Cómo ha ocurrido este hecho? ¿Vos sois un gran guerrero? -inquirió Ofthar con tristeza.
-       Lo fui, muchacho, pero ya no -negó Nardiok, con una ligera amargura-. Los años no pasan en balde para nadie, mi bravo muchacho, recuérdalo para los años venideros. Los mayores no podemos volver a ser jóvenes, aunque nuestro espíritu lo crea. Pero ha sido una buena vida, no lo creas y una buena forma de morir.
-       Se contarán las gestas del gran señor Nardiok, el mejor de los descendientes de Naradhar III -intervino Isleyn.
-       No ocurrirá tal cosa, mi querida Isleyn, pues no soy ni nunca he querido ser el mejor de los descendientes de Naradhar -afirmó Nardiok, tras una sonrisa tranquila, y acariciando el cabello de la muchacha-. Mi abuelo fue el último grande de un linaje que va poco a poco desapareciendo. Pronto ya nadie recordará a mi clan, olvidado por las nuevas familias. Pero esto es el pasado, que no regresa. No debemos agarrarnos a él como si no existiera otra cosa. No, debemos mirar hacia el futuro, mis queridos amigos. ¿Ofthar?
-       Sí, mi señor -asintió Ofthar, arrodillado junto al lecho.
-       Hace años ya reuní a mi clan, a los Irinat, en un cónclave, cuando aún eras soltero -prosiguió Nardiok, mirando directamente a los ojos de Ofthar-. En esa reunión, los últimos tharn de los Irinat hablamos de este día, en el que yo retornaría con mis ancestros. Todos los presentes llegamos al mismo acuerdo, el único que ayudaría a la prosperidad del señorío, el único que no llevara a una guerra civil. Designamos a mi sucesor. En esa jornada se habló mucho, se debatió y se aprobó mi idea. Tanto Rhennast como Fhagg pueden asegurar que mis palabras son ciertas, pues ambos estaban presentes.
-       Vuestra palabra es suficiente para mí, mi señor -se apresuró a decir Ofthar, mostrando sus sentimientos y agarrando la mano derecha de Nardiok y besándola.  
-   Como tu padre, leal hasta el último momento -suspiró Nardiok, lleno de gozo-. Siempre he envidiado a Ofhar, por tener el hijo que siempre quise como mío, Ofthar. Por ello debes saber que eres mi heredero y el clan Irinat te reconocerá como nuevo señor de los ríos a mi muerte. Cuando mi alma se marche, los Bhalonov seréis los nuevos defensores de esta tierra, y tú, uno de los últimos que poseen la sangre de Naradhar, su legítimo monarca, no lo dudes, pero no busques la unificación, pues es una aventura sin sentido que solo lleva a la muerte y la desolación.

Nardiok empezó a respirar entrecortadamente y a toser. Parmeey se acercó para ver las constantes de su señor, pero puso mala cara. Estaba seguro que Nardiok había acortado un poco más su tiempo de vida, por alzarse y gastar sus escasas energías hablando con Ofthar.

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