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domingo, 29 de diciembre de 2019

El conde de Lhimoner (30)

El viaje desde el cuartel hasta la plaza del Maestro Orghona resultó muy silencioso. El prefecto desde que se había subido a su montura y había espoleado su caballo, salió a toda prisa, dejando atrás al sargento, al capitán y a una escuadra de guardias atrás. El sargento Fhahl iba respondiendo a las preguntas de Ahlssei a medida que este se las hacía. De esta forma, el capitán se había ido enterando de cosas.

En primer lugar, la presencia de la escuadra de caballería se debía a las órdenes internas de la milicia, dictadas por el general en persona. Debido a los incidentes que parecía que se empezaban a aplacar debido a la presencia de la milicia por las calles, los oficiales de capitán para arriba debían ir acompañados de una escuadra de escolta. El prefecto tenía el grado de coronel, por lo que precisaba, le gustara o no de su escolta. Por otro lado, les vendrían bien esos hombres para mantener la plaza vacía de curiosos, mientras los estudiosos realizaban su trabajo, sobre todo a esas horas, tan cercanas a la noche, cuando empezaban a salir gente de reputación dudosa.

Por otro lado, Ahlssei supo cómo le había ido la investigación al sargento. Primero había hablado con el muerto, con el maestro Farhyen, que no había reconocido al sacerdote que creía que había tomado el libro de religiones antiguas, en el retrato que él le había enseñado. Por su parte, le había dado una descripción bastante detallada de otro individuo, otro sacerdote. Fhahl había escrito todo en el librito que llevaba siempre encima, por orden del prefecto. Después se había dirigido hasta el burdel, donde la madame había reconocido al sacerdote retratado como el otro cliente de la prostituta muerta. La mujer no había tenido ninguna duda e incluso había llamado a varias trabajadoras que repitieron la identificación. 

Ahlssei sabía que según el informe del sargento llegase a las manos del prefecto, el ayudante del sumo sacerdote sería detenido e investigado. Estaba realmente sorprendido, pues Beldek había vaticinado hacía días que el sacerdote menor no era trigo limpio y que posiblemente le tendrían que investigar e incluso interrogar. Hasta qué punto el prefecto era un adivino o como él no había sido capaz de darse cuenta de esa relación. Aunque ahora mismo Beldek iba rápido a la plaza de la biblioteca. Ahlssei estaba seguro de cuáles eran los sentimientos del prefecto. Incluso él sentía un poco de congoja por la muerte del bibliotecario y eso que él solo le conocía desde hacía un día.

Al aproximarse a la entrada de la plaza de la biblioteca, los guardias que mantenían a una creciente turba alejada del cuerpo, se tuvieron que emplear para abrir un paso libre a los que llegaban, pero sobre todo a la montura del prefecto, pues este estuvo a punto de arrollar a los presentes, sin contemplaciones. Hubo bastantes quejas por los ciudadanos que fueron quitados del medio, mediante empujones y amenazas de detenciones o golpes. Pero al ver pasar el caballo del prefecto que no había disminuido su paso ni un ápice, los desplazados cambiaron la diana de sus quejas e increpaciones contra el malvado oficial que no tenía derecho a tratarlos así. El ambiente se volvió más tenso de lo que estaba, para disgusto de los miembros de la milicia que estaban encargados de mantener el orden. Solo la llegada de la escuadra de caballería, que según cruzó el cordón, dio la vuelta y desenvainaron su sables, como advertencia, hizo que muchos de los ciudadanos templaran sus ánimos e incluso se marcharan de allí.

Ahlssei pudo ver que ya habían llegado los estudiosos de Beldek y ya se habían encargado de la investigación de la plaza. Un sargento, que no era Shiahl estaba hablando con Beldek, que ya había desmontado. Ahlssei lo imitó y se acercó a donde estaba el prefecto. 

-       …lo encontró el sargento Fhahl, señor -escuchó Ahlssei que decía el sargento, con la cara seria-. Hemos seguido sus órdenes antes de que se marchara a avisarle, señor. Los estudiosos han llegado hace unos minutos y se han puesto manos a la obra, señor.
-       ¿Le han robado? -preguntó Beldek, con tono áspero.
-       No lo parece, señor, la bolsa con varias monedas de oro y plata sigue colgada de su cinturón. Pero no la hemos abierto, solo he sopesado su peso.
-       Bien, bien, sargento -señaló Beldek-. ¿Algo más que indicar, sargento?
-       He visto el cuerpo y no sé la forma de la muerte, señor -indicó el sargento-. No me ha parecido ver heridas de ningún tipo en su cuerpo, no hay hemorragias ni nada parecido. Hubiera dicho que parece una muerte natural, pero el sargento Fhahl ha dicho que no. No lo entiendo.
-       El sargento Fhahl lo ha catalogado así porque él lo ha visitado esta tarde y estaba perfectamente de salud, hace un par de horas -intervino Ahlssei, que no estaba seguro que el prefecto pudiera responder claramente a ese asunto.
-       Entendido -dejó caer el sargento-. Si no me necesitan para nada más, estoy con los miembros del piquete. 
-    Vaya sargento -asintió Ahlssei, que se volvió a Beldek-. ¿Qué opina?

Desgraciadamente el prefecto pareció mantenerse en silencio. Ahlssei prefirió no sacar a su superior de su letargo, pues sabía demasiado bien que ese hombre era mucho mejor cuando se concentraba en la resolución del caso, que en otros momentos. Cuando quisiera hablar, ya lo haría. 

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