El viaje desde el cuartel hasta la plaza del Maestro
Orghona resultó muy silencioso. El prefecto desde que se había subido a su
montura y había espoleado su caballo, salió a toda prisa, dejando atrás al
sargento, al capitán y a una escuadra de guardias atrás. El sargento Fhahl iba
respondiendo a las preguntas de Ahlssei a medida que este se las hacía. De esta
forma, el capitán se había ido enterando de cosas.
En primer lugar, la presencia de la escuadra de
caballería se debía a las órdenes internas de la milicia, dictadas por el
general en persona. Debido a los incidentes que parecía que se empezaban a
aplacar debido a la presencia de la milicia por las calles, los oficiales de
capitán para arriba debían ir acompañados de una escuadra de escolta. El
prefecto tenía el grado de coronel, por lo que precisaba, le gustara o no de su
escolta. Por otro lado, les vendrían bien esos hombres para mantener la plaza
vacía de curiosos, mientras los estudiosos realizaban su trabajo, sobre todo a
esas horas, tan cercanas a la noche, cuando empezaban a salir gente de
reputación dudosa.
Por otro lado, Ahlssei supo cómo le había ido la
investigación al sargento. Primero había hablado con el muerto, con el maestro
Farhyen, que no había reconocido al sacerdote que creía que había tomado el
libro de religiones antiguas, en el retrato que él le había enseñado. Por su
parte, le había dado una descripción bastante detallada de otro individuo, otro
sacerdote. Fhahl había escrito todo en el librito que llevaba siempre encima,
por orden del prefecto. Después se había dirigido hasta el burdel, donde la
madame había reconocido al sacerdote retratado como el otro cliente de la
prostituta muerta. La mujer no había tenido ninguna duda e incluso había
llamado a varias trabajadoras que repitieron la identificación.
Ahlssei sabía que según el informe del sargento
llegase a las manos del prefecto, el ayudante del sumo sacerdote sería detenido
e investigado. Estaba realmente sorprendido, pues Beldek había vaticinado hacía
días que el sacerdote menor no era trigo limpio y que posiblemente le tendrían
que investigar e incluso interrogar. Hasta qué punto el prefecto era un adivino
o como él no había sido capaz de darse cuenta de esa relación. Aunque ahora
mismo Beldek iba rápido a la plaza de la biblioteca. Ahlssei estaba seguro de
cuáles eran los sentimientos del prefecto. Incluso él sentía un poco de congoja
por la muerte del bibliotecario y eso que él solo le conocía desde hacía un
día.
Al aproximarse a la entrada de la plaza de la
biblioteca, los guardias que mantenían a una creciente turba alejada del
cuerpo, se tuvieron que emplear para abrir un paso libre a los que llegaban,
pero sobre todo a la montura del prefecto, pues este estuvo a punto de arrollar
a los presentes, sin contemplaciones. Hubo bastantes quejas por los ciudadanos
que fueron quitados del medio, mediante empujones y amenazas de detenciones o
golpes. Pero al ver pasar el caballo del prefecto que no había disminuido su
paso ni un ápice, los desplazados cambiaron la diana de sus quejas e
increpaciones contra el malvado oficial que no tenía derecho a tratarlos así.
El ambiente se volvió más tenso de lo que estaba, para disgusto de los miembros
de la milicia que estaban encargados de mantener el orden. Solo la llegada de
la escuadra de caballería, que según cruzó el cordón, dio la vuelta y
desenvainaron su sables, como advertencia, hizo que muchos de los ciudadanos
templaran sus ánimos e incluso se marcharan de allí.
Ahlssei pudo ver que ya habían llegado los estudiosos
de Beldek y ya se habían encargado de la investigación de la plaza. Un
sargento, que no era Shiahl estaba hablando con Beldek, que ya había
desmontado. Ahlssei lo imitó y se acercó a donde estaba el prefecto.
-
…lo encontró el sargento Fhahl, señor -escuchó Ahlssei que decía
el sargento, con la cara seria-. Hemos seguido sus órdenes antes de que se
marchara a avisarle, señor. Los estudiosos han llegado hace unos minutos y se han
puesto manos a la obra, señor.
-
¿Le han robado? -preguntó Beldek, con tono áspero.
-
No lo parece, señor, la bolsa con varias monedas de oro y plata
sigue colgada de su cinturón. Pero no la hemos abierto, solo he sopesado su
peso.
-
Bien, bien, sargento -señaló Beldek-. ¿Algo más que indicar,
sargento?
-
He visto el cuerpo y no sé la forma de la muerte, señor -indicó el
sargento-. No me ha parecido ver heridas de ningún tipo en su cuerpo, no hay
hemorragias ni nada parecido. Hubiera dicho que parece una muerte natural, pero
el sargento Fhahl ha dicho que no. No lo entiendo.
-
El sargento Fhahl lo ha catalogado así porque él lo ha visitado
esta tarde y estaba perfectamente de salud, hace un par de horas -intervino
Ahlssei, que no estaba seguro que el prefecto pudiera responder claramente a
ese asunto.
-
Entendido -dejó caer el sargento-. Si no me necesitan para nada
más, estoy con los miembros del piquete.
- Vaya
sargento -asintió Ahlssei, que se volvió a Beldek-. ¿Qué opina?
Desgraciadamente el prefecto pareció mantenerse en
silencio. Ahlssei prefirió no sacar a su superior de su letargo, pues sabía
demasiado bien que ese hombre era mucho mejor cuando se concentraba en la
resolución del caso, que en otros momentos. Cuando quisiera hablar, ya lo
haría.
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