Beldek ordenó que tanto el sargento Fhalh como Shiahl
se reunieran con él y Ahlssei en su despacho, a donde se dirigió con paso firme
cuando llegaron a su cuartel. Beldek se acababa de sentar en su sillón, cuando
golpearon la puerta. Tras un entren veloz, los dos sargentos cruzaron al
interior. Primero Shiahl y tras él Fhahl. El mayor le entregó un papel a
Beldek. El prefecto sonrió al ver el retrato del asistente del sumo sacerdote.
-
Señores, la ciudad se ha convertido en un hervidero -comenzó a
decir Beldek, dejando el retrato encima de la mesa y haciéndole un gesto a
Ahlssei para que le echara un vistazo-. La población ya sabe de los asesinatos
que estamos investigando. El conde de Zornahl lanza arengas contra nuestro
general. Conocer la identidad del que se ha ido de la lengua no es nuestra
responsabilidad ahora mismo. Debemos resolver el caso. Por lo tanto, Shiahl,
quiero que investigues con quién se está relacionando ahora el conde de
Zornahl, se ha enterado de todo muy rápido y no me gusta. Como siempre ten
cuidado y no te dejes ver demasiado. Vete ya.
-
A sus órdenes -respondió Shiahl dando un taconazo al suelo y
marchándose a toda prisa.
-
Fhahl, toma este retrato y llévalo a que lo vean los testigos del
burdel y al maestro Farhyen de La Orghona -ordenó Beldek-. Si le reconocen como
el segundo cliente y el que buscó un tomo de lectura peculiar, tendremos un
sospechoso que detener e interrogar. Puede ser sargento que reciba formación especial
en interrogatorios de parte de un guardia imperial. Vamos Fhahl a trabajar.
- Sí,
señor -asintió Fhahl, taconeando como Shiahl, pero sin la veteranía del otro
sargento.
Cuando la puerta se cerró tras la marcha de Fhahl,
Ahlssei se dejó caer en un sillón cercano a la mesa del prefecto.
-
¿Una clase de interrogatorio? -dijo con una mueca de espanto
Ahlssei-. No creo que nuestra forma de interrogación sea del gusto del prefecto
o la milicia.
-
Puede que sí o puede que no -respondió Beldek, echándose hacia atrás
en el sillón-. No nos crea que somos corderitos, capitán. El sargento Shiahl es
duro y no se amedrenta si hay que torturar. Pero nosotros se los tenemos que
dejar presentables al cadí y al verdugo.
-
¿Qué hacemos ahora, prefecto? -Ahlssei no quería seguir con una
cuenta conversación que no llevase a ninguna parte.
-
Mucho me temo capitán, que nos toque esperar -indicó Beldek-.
Hemos lanzado un sedal y hay que esperar. Si quiere puede ir a la cantina del
cuartel. Le servirán un vino modesto y algo de picar. Somos modestos, pero las
cosas son buenas.
-
Gracias por la información, prefecto -agradeció Ahlssei-. No sé si…
-
No se preocupe capitán, si llega alguna información pertinente le
haré llamar -le cortó Beldek, que señaló unas carpetas de cuero apiladas-. Desgraciadamente
yo tengo papeleo que revisar. Las labores propias de un escriba. No ascienda
mucho en la guardia o quedará relegado a una mesa. Vaya y descanse…, creo que
los soldados juegan a los dados.
- ¡Hum,
dados! Eso sí que me interesa -claudicó Ahlssei-. Nos vemos.
El capitán se puso de pie y se dirigió hacia la
puerta, levantando la mano como saludo de despedida. Beldek no le hizo
demasiado caso, pues ya había abierto la primera carpeta de cuero. Una a una
fue revisando todo lo referente a la organización de su unidad. En una carpeta
estaban los gastos de armas y pertrechos. En la siguiente, las pagas de sus
hombres, así como las peticiones de pagas extras por seguimientos y guardias.
Había informes que explicaban los gastos concienzudamente. El siguiente informe
de su pila, era el de las pensiones de huérfanos y viudas de su unidad. Siempre
le entristecía recordar los nombres de los miembros de la milicia caídos en
acto de servicio. Beldek había creado un fondo que se llenaba con oro de su
bolsillo, junto con otro que recaudaban de aquellos criminales que detenían.
Las viudas y los hijos recibían un pequeño estipendio por su condición. Beldek
era el encargado de revisar las cuentas y la situación de las viudas. Ya había
habido algún caso de picaresca, mujeres que se habían casado pero querían
seguir recibiendo la paga o hijos que trabajaban. No siempre era bueno dar por
dar.
También había peticiones de traslados de presos,
cambios de guardias, menciones para los milicianos, informes de otros casos e
investigaciones abiertas. Su departamento se dedicaba a más cosas que a los
crímenes más abyectos, aunque el prefecto sí que solía tomar los más raros, los
que necesitaban de una mente ágil para su resolución. Por un momento, cuando
terminó con un informe sobre la asignación de las guardias en el cuartel,
Beldek pensó que era hora de contratar un escriba que le ayudase, tal vez un
veterano, pero al ver la pila de carpetas que aún le quedaban, suspiró y volvió
a sus quehaceres.
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