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miércoles, 25 de diciembre de 2019

El dilema (4)

El hombre no habló de nada sobre el trabajo hasta que la camarera trajo todo lo que le había pedido y se marchó con las monedas de plata que pagaban todo. Alvho que iba a sacar la cantidad que le correspondía, se sorprendió al ver que su acompañante, que tenía fama de agarrado, pagaba todo. Sin duda tenía la intención de que Alvho se marchase lo antes posible de la población, pues su presencia le incomodaba.

-       Por lo que he oído, en Thymok se está reclutando todo tipo de hombres y mujeres y valiosos -empezó a decir el hombre-. Según la información que me ha llegado hay una persona en la ciudad, un druida que está haciendo tambalear el status quo de la sociedad. Dicen que hasta el señor Dharkme se está viendo influenciado por las palabras de este druida.
-       ¿Qué tipo de personas están contratando? -inquirió Alvho, mientras se metía una cucharada de estofado, que sin duda era de la noche anterior, pero que recalentado seguía igual de bueno.
-       Matones fuertes y otros más habilidosos -contestó el hombre-. Parece ser que el druida está bien protegido. Han intentado hacer que se modere, pero no lo están consiguiendo. Los mediadores que han enviado no han llegado ni aproximarse a su persona. Los pagadores están muy descontentos, incluso sus intereses se están poniendo en peligro por culpa de los que protegen al druida.
-       No creo que en Thymok haya tanto problema para eliminar a un druida. ¿Por qué ese sujeto no es el druida mayor, verdad?
-       No, no lo es -negó el hombre.
-       Pues no sé qué tipo de matones imbéciles están usando, pero en la ciudad de Thymok todo se puede eliminar sin problemas -comentó con pena Alvho-. Si le tocas las narices a alguien poderoso no duraras mucho.  
-   Ya, pero supongo que el problema reside en que el druida y sus seguidores residen en el barrio exterior -señaló el hombre.

El barrio exterior, pensó Alvho, eso lo cambiaba todo, los matones enviados desde dentro de la ciudad brillaban como luciérnagas. Los residentes detectaban a los que no eran como ellos a la legua. Ahora entendía porque los ricachones de la ciudad, pues no podrían ser otros los que estaban tras la vida del druida, no podían eliminarlo. No tenían un hombre que se camuflara en las sombras y que no lo detectarán los miembros de las bandas. Alguna banda debía estar protegiendo al druida.

-       Entiendo el problema -afirmó Alvho-. ¿Cuánto ofrecen?
-       Cien monedas de oro -dijo el hombre, que contempló la cara de asombro de Alvho, era una cantidad de oro muy alta por la vida de un druida del montón-. Pero quieren que la población vea el cuerpo muerto, no debe ser una simple desaparición, quieren que la chusma aprenda una lección.
-       Tan considerados como siempre, los poderosos -musitó Alvho-. ¿Quién sería el contacto en caso de querer tomar el encargo?  
-   En Thymok, el líder del gremio -indicó el hombre-, lo encontrarás en la posada “Orkkon sagrado”. Pregunta por Attay.

Curioso mote para un líder del gremio. Attay hacía referencia a una bestia primigenia, un ser peludo, blanco como la nieve que se arrastraba por la tierra, devorando la vida, hasta que el gran Ordhin ordenó a Attinor que lo eliminase. Se dice que Attay y Attinor lucharon a muerte. Al vencer a Attay, el cuerpo de esta se deshizo liberando su naturaleza ponzoñosa que había disuelto la tierra, creando el Olghalssemun, el mar del sur.

-       Es un buen trabajo, ¿verdad? -añadió el hombre.  
-   Lo es, pero también peligroso -indicó Alvho-. Pero no te preocupes, Orkk, hoy mismo voy a dejar la población. Así podrás respirar tranquilo.

El hombre le miró con detenimiento. Había pensado que había llevado la conversación con toda la calma que había podido, pero sin duda en algún punto se había auto delatado. Eso quería decir que era ya hora de ir dejando la jefatura del gremio en alguien más joven y que pudiera esconder mejor sus sentimientos que él. La edad era una buena consejera, pero hacía a los hombres más precavidos y miedosos. La idea de que los que habían salido mal parados por las acciones de Alvho, descubrieran su identidad le llenaba de temor, tenía familia y pronto sería abuelo, quería pasar sus últimos años sin pensar que alguien quería vengarse de él o de su familia. Ya era hora de que el gremio lo dirigiera otra persona. Alvho podría haber sido un buen candidato, pero era un extranjero allí. Lo que era verdaderamente una pena. 

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