Beldek había estado tan liado que no había podido ir a
la cantina a almorzar, sino que tuvo que hacer que el guardia de su puerta
fuera a traerle un tentempié. Pero de eso hacía ya mucho y empezaba a tener de
nuevo hambre. Casi había terminado con el papeleo cuando escuchó unos golpes en
su puerta. Tras dar permiso para que entrase quien fuera, apareció Fhahl, con
una cara seria.
-
¡Ah, sargento! ¿Ha conseguido que alguna de las personas que tenía
que ver haya reconocido a nuestro amigo del retrato? -preguntó Beldek-. Pero
espere, ¡Guardia! ¡Guardia!
Por el hueco de la puerta apareció la cabeza del
soldado asignado delante de su despacho.
-
¿Llamaba, señor? -preguntó el soldado, aunque los gritos de Beldek
se tenían que haber oído de lejos.
-
Sí, por favor, puede ir a buscar al capitán Ahlssei, el guardia
imperial que me sigue a todas partes -pidió Beldek, aunque era más bien una
orden camuflada con cortesía-. Estará en la cantina. Pregunte allí.
-
A sus órdenes, prefecto -respondió el soldado antes de esfumarse
como el rayo.
-
Bueno, sargento, esperemos al capitán y me cuenta las nuevas
-indicó Beldek, pero vio que el sargento no quería esperar tanto, y puso una
mueca de desagrado-. ¿Ocurre algo, sargento? ¿Nadie ha sido capaz de
identificar al del retrato?
-
No señor, no es eso lo que pasa… -murmuró con voz baja Fhahl.
-
¡Por el amor de Rhetahl! Sargento si quiere decirme algo, hágalo.
No me gusta que mis hombres no se atrevan a contarme las cosas -espetó Beldek,
perdiendo un poco la paciencia que solía tener-. Cuénteme lo que ocurre,
sargento.
-
Las identificaciones han ido bien, ese no es el problema -explicó
Fhahl, moviéndose en el sitio que estaba-. Lo que pasa es que al regresar al
cuartel, me he encontrado con una de nuestras patrullas en la plaza del maestro
Orghona, señor. Unos vecinos han alertado a la guardia de la presencia de un
cadáver junto a la fuente. Es el maestro Farhyen de Ahltor, señor.
-
¡Por Rhetahl! -exclamó Beldek, dejando caer la carpeta que tenía
en las manos sobre la mesa y levantándose de un salto.
-
He cerrado la plaza con nuestros hombres, ya he ordenado a un
equipo de estudiosos a la plaza, señor -informó Fhahl, ante un silencioso
prefecto. Sentía mucho ser portador de tan aciagas noticias, pues sabía que el
bibliotecario era un buen amigo del prefecto.
- Sargento,
por favor, prepare mi caballo y el del capitán Ahlssei -ordenó Beldek con cara
de pocos amigos-. Me personaré en la plaza inmediatamente.
Fhahl asintió con la cabeza y se marchó a llevar a
cabo las órdenes de su superior. Cuando salía se cruzó con el capitán Ahlssei
que venía sonriente. No era para menos, había desplumado a dos miembros de la
milicia a los dados. Luego con el dinero había pagado varias rondas de los
muchachos que había allí. De ese modo aunque hubiera enfadado a los soldados a
los que había ganado, se había ganado al resto con las invitaciones, incluidos
a los que les había aligerado las bolsas. Pero casi al final, varios habían
sido llamados para llevar a cabo un servicio y la cantina se había quedado
bastante vacía.
-
¿Me ha hecho llamar, prefecto? -preguntó alegre, pero al ver la
cara de cansancio, mezclada con una congoja importante, se puso serio-. ¿Ha
ocurrido algo grave?
-
¿Se acuerda del maestro Farhyen, el bibliotecario de la Orghona?
-inquirió Beldek, tomando su sable de caballería que se había quitado para
sentarse en su sillón.
-
¿Su amigo?
-
Ha aparecido muerto junto a la fuente que hay frente a La Orghona
-siguió hablando Beldek, como si no hubiera escuchado la pregunta de Ahlssei-.
Me acaba de informar el sargento Fhahl. Me dirijo inmediatamente hacia allí. He
pedido que preparen su caballo, pues supongo que me quiere acompañar.
-
Sí, prefecto.
-
En ese caso, Fhahl ya tendrá nuestras monturas en el patio de
armas -Beldek se dirigió hacia la puerta con una celeridad que Ahlssei no había
visto antes en ese hombre.
- Supongo
que cree que la muerte del maestro está relacionada con el caso que nos atañe,
¿no es así, prefecto? -preguntó Ahlssei que seguía al prefecto.
La pregunta del capitán parecía haber dado en el
blanco. Beldek no quería reconocerlo, pero en su fuero interno estaba casi
seguro que la muerte del bibliotecario, se podía deber a que él había estado
indagando en La Orghona. El responsable de los asesinatos tenía que ser una
persona inteligente, no se podía estar enfrentando a un loco o a un tonto.
Parecía saber lo que se hacía y además sabía leer. El asunto del tomo
desaparecido era algo que corroboraba su hipótesis. Por lo tanto, estaba seguro
que ahora el asesino estaba limpiando los cabos sueltos, eliminando a aquellos
que le habían visto. En ese caso la madame del burdel podría correr la misma
suerte que su amigo Farhyen. Tendría que poner guardias alrededor del burdel,
algo que no iba a sentar muy bien en La Sobhora. Pero no podía permitir que ese
asesino siguiera correteando por la ciudad a su libre albedrío, matando a
placer. Era un problema tras otro.
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