Cuando ya estaban bajando por la escalinata del
cuartel del estado mayor, Ahlssei rompió el silencio que había establecido
Beldek en el despacho del general.
-
¿A qué ha venido eso? La investigación está lejos de terminar.
Además es una investigación conjunta entre la milicia y la guardia imperial. El
general no puede pasar por encima del emperador -se quejó Ahlssei-. ¿Quién
diablos es el conde de Zornahl?
-
El general solo quería oír que íbamos a atrapar al asesino, con
eso tiene suficiente por ahora -murmuró Beldek-. Pero que el conde de Zornahl
se haya puesto a dar por culo es otro asunto. Yhurino de Zornahl es un
aristócrata enemigo de la milicia y el orden establecido. Siempre se pone del
lado de las masas cuando tenemos un caso gordo. Por lo visto fue siempre un
enemigo del general. Se llevan mal y el conde es un grano purulento en la
espalda del general. Se dedicará a zancadillear nuestra investigación, por muy
imperial que sea, con tal de fastidiar al general. Pero lo que no entiendo es
como se ha extendido la información sobre las muertes tan rápido. Eso es algo
que no me gusta.
-
No sabría que decirle a eso, pero le puedo hablar al canciller
sobre el conde de Zornahl -indicó Ahlssei, con una sonrisa maquiavélica entre
los labios.
-
Es mejor no meter al canciller en esto... -empezó a decir Beldek,
pero se calló al ver que se acercaban los sirvientes con sus caballos. No
siguió con su conversación hasta que ya estuvieron sobre las monturas
alejándose de escalinata-. El canciller ya conoce a Yhurino y no va a querer
líos con él. Pero nosotros deberemos tener cuidado con ese hombre. ¿Qué le
pasa, capitán? Tiene una cara preocupada. Venga lance esa pregunta que lleva
tiempo atormentándole. Desde el momento que lo ha insinuado el general.
-
¿Cómo se ha dado cuenta? ¡Oh! ¡Vale! -exclamó sorprendido
Ahlssei-. Me gustaría saber cuál es la relación que le une con el emperador.
Claramente dudo que usted y el emperador sean amantes, como ha llegado a
indicar el general. Pero sí que se llevan mejor que otras personas.
-
El general rara vez se muerde la lengua, como ya ha sido testigo,
pero no se crea que piensa lo que dice -explicó Beldek-. Su gran problema son
sus accesos de ira. Cuando está bajo el rigor de esa fuerza alocada, dice todo
lo que tiene en su mente, incluso sus recuerdos plagados de rencor. Sabe que
tanto el general como yo estuvimos en la batalla de Hermult. Pero él se quedó
paralizado cuando la batalla nos era aciaga. Como les ocurrió a otros tantos
nobles y oficiales superiores. En cambio y eso es lo que más le duele, es que
yo y algunos más no. Aunque él solo sabe una parte de la verdad, pues su unidad
quedó en un flanco de la batalla y a día de hoy es general porque no se
acobardó como otros, como el propio conde de Zornahl. Pero lo que ninguno de
los dos saben es que yo recibí un regalo que me mantuvo muchos meses en mi
lecho. Tengo en la espalda una gran cicatriz, de un ataque que hubiera segado
la cabeza de nuestro emperador, príncipe heredero en ese momento.
-
¡Usted fue el estratega! -exclamó sorprendido Ahlssei, que había
atado bien los datos-. Usted hizo que todo el ejército sobreviviera en ese
funesto día. No solo salvó al emperador, sino también al general y al resto de
los aristócratas. ¿Por qué no llegó a general, solo es un prefecto?
- Digamos
que yo no estaba con ganas de ascender más de la cuenta, capitán -dejó caer
Beldek-. Supongo capitán que ya se ha dado perfectamente cuenta de que en esta
ciudad todo es política. Es fácil subir, pero también bajar.
Las palabras de Beldek le parecieron como una crítica
velada al propio imperio, pero Ahlssei conocía demasiado bien a lo que se
refería el prefecto. Lo había visto demasiadas veces desde su posición. La
guardia no sólo protegía al emperador, también se deshacía de aquellos que
importunaban al Divino o al estado. Incluso los miembros de la guardia que
intentaban prosperar demasiado, en ocasiones también recibían parecido trato.
-
Pero estos hechos ya son algo del pasado, capitán y nosotros
tenemos un caso enigmático que resolver -indicó Beldek, que quería cortar el
posible debate sobre la levedad del sistema político imperial-. Y algo que me
sigue intrigando es que en el pueblo se haya corrido la información de este
caso. Mis chicos no creo que se hayan ido de la lengua. Lo que hace pensar que
alguien sabe más de lo que parece.
-
¿Podría haber sido el asesino? -inquirió Ahlssei.
-
Es una posibilidad, pero por qué querría el propio causante de
todo este asunto darse bombo sobre él -afirmó Beldek-. Mucho me temo que este
caso va a complicarse más. No me gusta nada.
- En
verdad es un asunto curioso, prefecto -reconoció Ahlssei- ¿Supongo que usted ya
está ideando un plan de acción para contrarrestar este contratiempo?
Una sonrisilla que apareció en su rostro era el
preludio de que el prefecto ya tenía algo en la cabeza. Ahlssei estaba seguro
que Belden había permitido esa sonrisa a propósito, pues de normal el hombre
era tan serio y adusto que no permitía que nadie supiera lo que tiene en la
mente. Tal vez, pensó Ahlssei, que se estaba ganando la confianza del prefecto.
No estaba del todo seguro, pero si era así, se mostró ligeramente contento.
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