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domingo, 8 de diciembre de 2019

El conde de Lhimoner (27)

Cuando ya estaban bajando por la escalinata del cuartel del estado mayor, Ahlssei rompió el silencio que había establecido Beldek en el despacho del general.

-       ¿A qué ha venido eso? La investigación está lejos de terminar. Además es una investigación conjunta entre la milicia y la guardia imperial. El general no puede pasar por encima del emperador -se quejó Ahlssei-. ¿Quién diablos es el conde de Zornahl?
-       El general solo quería oír que íbamos a atrapar al asesino, con eso tiene suficiente por ahora -murmuró Beldek-. Pero que el conde de Zornahl se haya puesto a dar por culo es otro asunto. Yhurino de Zornahl es un aristócrata enemigo de la milicia y el orden establecido. Siempre se pone del lado de las masas cuando tenemos un caso gordo. Por lo visto fue siempre un enemigo del general. Se llevan mal y el conde es un grano purulento en la espalda del general. Se dedicará a zancadillear nuestra investigación, por muy imperial que sea, con tal de fastidiar al general. Pero lo que no entiendo es como se ha extendido la información sobre las muertes tan rápido. Eso es algo que no me gusta.
-       No sabría que decirle a eso, pero le puedo hablar al canciller sobre el conde de Zornahl -indicó Ahlssei, con una sonrisa maquiavélica entre los labios.
-       Es mejor no meter al canciller en esto... -empezó a decir Beldek, pero se calló al ver que se acercaban los sirvientes con sus caballos. No siguió con su conversación hasta que ya estuvieron sobre las monturas alejándose de escalinata-. El canciller ya conoce a Yhurino y no va a querer líos con él. Pero nosotros deberemos tener cuidado con ese hombre. ¿Qué le pasa, capitán? Tiene una cara preocupada. Venga lance esa pregunta que lleva tiempo atormentándole. Desde el momento que lo ha insinuado el general.
-       ¿Cómo se ha dado cuenta? ¡Oh! ¡Vale! -exclamó sorprendido Ahlssei-. Me gustaría saber cuál es la relación que le une con el emperador. Claramente dudo que usted y el emperador sean amantes, como ha llegado a indicar el general. Pero sí que se llevan mejor que otras personas.
-       El general rara vez se muerde la lengua, como ya ha sido testigo, pero no se crea que piensa lo que dice -explicó Beldek-. Su gran problema son sus accesos de ira. Cuando está bajo el rigor de esa fuerza alocada, dice todo lo que tiene en su mente, incluso sus recuerdos plagados de rencor. Sabe que tanto el general como yo estuvimos en la batalla de Hermult. Pero él se quedó paralizado cuando la batalla nos era aciaga. Como les ocurrió a otros tantos nobles y oficiales superiores. En cambio y eso es lo que más le duele, es que yo y algunos más no. Aunque él solo sabe una parte de la verdad, pues su unidad quedó en un flanco de la batalla y a día de hoy es general porque no se acobardó como otros, como el propio conde de Zornahl. Pero lo que ninguno de los dos saben es que yo recibí un regalo que me mantuvo muchos meses en mi lecho. Tengo en la espalda una gran cicatriz, de un ataque que hubiera segado la cabeza de nuestro emperador, príncipe heredero en ese momento.
-       ¡Usted fue el estratega! -exclamó sorprendido Ahlssei, que había atado bien los datos-. Usted hizo que todo el ejército sobreviviera en ese funesto día. No solo salvó al emperador, sino también al general y al resto de los aristócratas. ¿Por qué no llegó a general, solo es un prefecto?  
-   Digamos que yo no estaba con ganas de ascender más de la cuenta, capitán -dejó caer Beldek-. Supongo capitán que ya se ha dado perfectamente cuenta de que en esta ciudad todo es política. Es fácil subir, pero también bajar.

Las palabras de Beldek le parecieron como una crítica velada al propio imperio, pero Ahlssei conocía demasiado bien a lo que se refería el prefecto. Lo había visto demasiadas veces desde su posición. La guardia no sólo protegía al emperador, también se deshacía de aquellos que importunaban al Divino o al estado. Incluso los miembros de la guardia que intentaban prosperar demasiado, en ocasiones también recibían parecido trato.

-       Pero estos hechos ya son algo del pasado, capitán y nosotros tenemos un caso enigmático que resolver -indicó Beldek, que quería cortar el posible debate sobre la levedad del sistema político imperial-. Y algo que me sigue intrigando es que en el pueblo se haya corrido la información de este caso. Mis chicos no creo que se hayan ido de la lengua. Lo que hace pensar que alguien sabe más de lo que parece.
-       ¿Podría haber sido el asesino? -inquirió Ahlssei.
-       Es una posibilidad, pero por qué querría el propio causante de todo este asunto darse bombo sobre él -afirmó Beldek-. Mucho me temo que este caso va a complicarse más. No me gusta nada.  
-   En verdad es un asunto curioso, prefecto -reconoció Ahlssei- ¿Supongo que usted ya está ideando un plan de acción para contrarrestar este contratiempo?

Una sonrisilla que apareció en su rostro era el preludio de que el prefecto ya tenía algo en la cabeza. Ahlssei estaba seguro que Belden había permitido esa sonrisa a propósito, pues de normal el hombre era tan serio y adusto que no permitía que nadie supiera lo que tiene en la mente. Tal vez, pensó Ahlssei, que se estaba ganando la confianza del prefecto. No estaba del todo seguro, pero si era así, se mostró ligeramente contento.

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