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domingo, 15 de diciembre de 2019

Ascenso (5)

Ofthar se puso de pie y dio algunos pasos hacia atrás, cuando Parmeey le pidió espacio. Los ruidos que empezó a hacer Nardiok se fueron transformando en una serie de quejidos y estertores que terminaron en el silencio más total. Parmeey se volvió a agachar y miró a Alffyn que asintió y se aproximó al lecho. Parmeey le pidió a Isleyn que dejara a su esposo a solas con el druida. Rhennast la ayudó a levantarse y la acompañó hasta un sillón que había junto a una mesa.

Tanto Ofthar, como los miembros de la corte de Nardiok se mantuvieron alejados del lecho mientras el druida realizaba sus tejemanejes con los dioses. Al final tomó la espada de Nardiok y se la colocó entre sus manos, cerrándolas alrededor del pomo. Tras un momento llamó a Parmeey y Rhennast. Ambos hombres estuvieron sobre el cuerpo de Nardiok, y se inclinaron ante él. Ambos se pusieron de pie y se acercaron a donde se encontraba Ofthar. Rhennast llevaba algo entre las manos, algo pequeño, pero que parecía muy valioso.

-       ¡El señor Nardiok ha muerto! -anunció Rhennast, mientras se arrodillaba ante Ofthar-. ¡Larga vida al señor Ofthar!  
-    ¡Larga vida! -corearon todos los presentes, desde los consejeros, los guardias e incluso la viuda de Nardiok, mientras se arrodillaban ante Ofthar.

Rhennast abrió sus manos y presentó ante Ofthar el anillo de Nardiok, el anillo de Naradhar III, el anillo del rey. Ese anillo de sello era un objeto necesario para aquel que quisiera hacerse señor de todo el sur, como lo había sido Naradhar y el resto de señores de las cascadas, los reyes del sur. Como el padre de Nardiok lo había obtenido era un misterio, pero era el elemento más valioso de todos los tesoros que pudiera tener Nardiok. Ofthar tomó el anillo y se lo puso en el dedo corazón de la mano derecha, en el mismo lugar que Nardiok lo había llevado, junto al anillo de su clan, que estaba en el anular.

Ofthar se fijó que los asesores y el propio Rhennast esperaban algo, alguna palabra o algún gesto, al fin y al cabo, ahora él era el señor de esa tierra.

-       Rhennast, haz que se presenten aquí Mhista y Rhime -ordenó Ofthar-. Alffyn, Parmeey, queda en vuestras manos preparar la ceremonia de marcha. El resto de asesores, espero que sigáis a mi lado, a menos que hayáis decidido otra cosa.

Rhennast no dijo nada y se marchó de las mismas. El druida y el médico regresaron junto al lecho y acompañaron a la dama Isleyn. Lukka y Fhagg se acercaron a Ofthar.

-       Por ahora y hasta que las cosas se hayan calmado, seguiré asesorándote como lo hacía para el señor Nardiok. Pero cuando volvamos a estar en paz y en armonía, pediré el relevo. Me gustaría pasar los últimos años que me puedan quedar rodeado de mi familia -habló Fhagg, que era el más mayor de los consejeros-. Pronto tendré nietos y quiero enseñarles a cazar y a luchar.
-       Así lo haremos, Fhagg -asintió Ofthar, quien pronto tendría que buscar un nuevo tesorero, pues la guerra contra el señor de los pantanos podría terminar bien pronto.
-       Yo seguiré a tu lado, mi señor -anunció el heraldo con voz fuerte, a lo que Ofthar asintió con la cabeza y le dio una palmada en la espalda. 
-    En ese caso, podéis retiraros, hasta después de los funerales del señor Nardiok y de mi padre -indicó Ofthar, que se dirigió hacia la mesa de campaña del señor Nardiok, donde había un mapa de la región.

Los dos asesores hicieron una reverencia y se marcharon. Ofthar pudo observar tranquilo los mapas. No eran muy elaborados, pero quien los había dibujado había sido lo suficiente preciso con las distancias y algunas características del terreno. Las colinas estaban bien representadas.

Ahora lo más importante era saber qué fuerza le quedaba, el número de heridos y los muertos. Los funerales tendrían que hacerse allí mismo y las cenizas ya se entregarían a las familias. Pero tenía muchas cosas más que hacer. Debía preparar guardias y piquetes alejados del campamento. Todo debía hacerse rápido, pues el enemigo podía recuperarse pronto de la sorpresa de la derrota y regresar con ganas de más. Ellos estaban aún medio groguis por la violencia y la sangre. Debía poner en marcha a su ejército o lo que quedaba de él. La muerte del señor Nardiok había sido rápida, no tanto como la de su padre, pero lo suficiente.

Una vez terminadas todas las cosas en el campo de batalla debía decidir su siguiente paso. Solo había un camino posible, recuperar la capital del señorío de los prados. Isma. Si conseguía expulsar a Whaon y sus mercenarios de Isma, lo más seguro es que tendría que invadir los pantanos para poder llegar a un acuerdo con el beligerante señor Whaon. Aunque por otro lado podría tomar los pantanos y anexionarlos a su territorio, al fin y al cabo él era descendiente de Galanenon, el tercer hijo de Naradhar III y antiguo señor de los pantanos. Tenía el derecho de sangre de asumir el puesto de señor de los pantanos. Tendría que decidir lo que hacer y rápido. Pero lo primero era terminar con lo que tenía entre manos en el campo de batalla en el que estaba y luego liberar Isma.

Estaba tan ensimismado en el mapa y en sus opciones, que no se dio cuenta que Parmeey había dejado la tienda momentáneamente, para regresar acompañado de varios siervos con telas y oleos. Debían preparar la mortaja ceremonial de Nardiok, bajo las indicaciones del druida. Ahora mismo los siervos encargados de adecentar a los muertos, tenían que estar muy atareados. Cuando empezaron a preparar el cadáver de Nardiok, Parmeey se marchó, llevándose a la desconsolada viuda, pues la tradición marcaba que no podía ver al muerto hasta que estuviera perfectamente preparado para la ceremonia. Solo los druidas y sus siervos tenían el privilegio de ver el cuerpo del muerto. Claramente, se trabajaba en secreto, los mortales no consagrados no podían ver lo que hacían, pero hicieron una excepción con Ofthar, al fin y al cabo, ahora era él el señor de todos. 

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