Ofthar
hacía ya tiempo que creía que el hombre que cojeaba y que era tío de la dama no
podía ser otro que el gobernador de Limeck. Claramente era un hombre
inteligente y parecía muy comprometido con la defensa, la herida que tenía en
la pierna podía ser una prueba fehaciente de ello.
- Polnok, haz que traigan a Phelbyn ante mi presencia -ordenó el hombre,
que parecía molesto por algo, que Ofthar ya había empezado a intuir-. Debe dar
un buen número de explicaciones.
El
capitán le hizo un gesto a un par de guerreros y se marchó raudo hacia un lado
de la sala, mientras observaba a todos los presentes con detenimiento.
- Ofthar, es hora de que me presente -indicó el hombre, que seguía
mirándole desde abajo, ya que permanecía sentado en el taburete-. Me llamó
Usbhale, hijo de Usbholt, soy el señor de Limeck o más bien lo era. Poco ves de
lo que era esta ciudad. Y pocos hombres libres han sobrevivido.
- Yo soy… -empezó a decir la muchacha pero Usbhale habló por ella.
- Es mi sobrina, me ayuda mucho en la dirección de la ciudad ahora
que he sido herido y no puedo ocuparme de la defensa y de los heridos. Pero
ahora, contigo debo hablar yo -Ofthar le pareció que la muchacha ponía mala
cara, pero Usbhale le hacía un gesto para que cerrara la boca. Para Ofthar
había algo sospechoso en todo ello, pero tal vez fuera solo algo entre estos
parientes.
- Siempre es bueno recibir la ayuda de los que nos son cercanos
-alabó Ofthar la actitud de la sobrina, intentando que no se dieran cuenta que
se había fijado en el desagrado de la muchacha.
- Gracias, embajador -agradeció Usbhale.
- Hay algo que me pregunto, pero no sé si podrás responderme a ello,
al fin y al cabo soy un enviado extranjero -dijo Ofthar. Usbhale le hizo un
gesto dando a entender que podía hacer la pregunta-. ¿Podrías hablarme de la
rebelión de los esclavos?
- Fue hace diez noches, de improviso -respondió Usbhale-. Fue una
suerte que parte de la guarnición no estuviera ni dormida ni borracha. Pero
muchos murieron para proteger a parte de los ciudadanos. Los esclavos iban de
casa en casa, liberando a los suyos y matando a los hombres libres y sus
familias. Sé que algunos esclavos murieron protegiendo a sus señores. Los
supervivientes se agolparon en el cuartel, mientras los guerreros iban a
intentar aplastar la revuelta. Desgraciadamente, los cabecillas sabían luchar y
al final el comandante de la guarnición tuvo que retornar con el rabo entre las
piernas. Tampoco pudimos hacernos con suministros. Enviamos a algunos guerreros
para avisar a las granjas y a las poblaciones cercanas. Lo único bueno es que
nuestros enemigos tampoco dejan a sus efectivos en la ciudad, sino que los
traen cada vez que nos quieren someter.
- Y ese error ha ayudado a que nosotros entrásemos -añadió Mhista
que había escuchado serio lo que Usbhale decía.
- Pero si sus líderes son listos, no volverá a ocurrir, Mhista
-señaló Ofthar-. ¿Han hecho alguna petición?
- ¿Petición? -repitió Usbhale-. No, no han hecho ninguna...
Las
palabras del gobernador no se escucharon debido al barullo que se escuchó de
repente. Era una mezcla de empujones y golpes, junto a las palabras de queja de
un individuo. Usbhale no pareció alertado por la voz gritona y chirriante,
tanto fue así que no se volvió como otros a ver lo que ocurría. Ofthar y
Mhista, así como otros que sí se interesaron por lo que pasaba. Polnok y sus
hombres regresaban con un hombre delgado, ligeramente encorvado, vestido con
ropas caras y con más brazaletes de oro y plata, en los brazos que cualquiera
de los guerreros de esa sala. La nariz era grande y curva, terminada en una
punta, recordando al pico de un cuervo. El pelo era oscuro, al igual que sus
ojos. La piel más blanquecina que los que allí se encontraban. Su aspecto
parecía más el de un demonio de los hielos, que un humano, pensó Ofthar. Solo
podía ser el mercader, y la cantidad de bolsas de cuero y tela que pendían de
su cinturón eran una prueba de ello.
- ¿Qué ultraje es este, Usbhale? -espetó Phelbyn al gobernador,
mirándole con una mezcla de odio y temor.
- Este joven es el guerrero que dirigía a un grupo que se ha abierto
paso hasta nosotros entre las líneas enemigas -informó Usbhale al mercader-. Y
lo curioso es su identidad y su historia. Te va a interesar muy mucho, Phelbyn.
- No lo creo, la verdad -se limitó a decir Phelbyn, dando manotazos
al aire.
- Ya veremos -afirmó Usbhale-. Se llama Ofthar, hijo de Ofhar, y
viene en representación de su señor ante el nuestro…
- Pues se ha perdido por lo que veo -se burló Phelbyn, pero al ver
la cara de disgusto de Usbhale decidió callarse.
- No, no se ha perdido, Phelbyn -negó Usbhale-. Venía a nuestra
ciudad para darnos un aviso, para advertirnos de una posible sublevación de
esclavos. Por lo visto, en sus tierras ha habido un incidente parecido. Un
grupo de esclavos se hizo los dueños de una aldea. Un lugar pequeño, no tan
importante como Limeck. Pero te preguntarás por qué su incidente y nuestra
situación puede ser la misma y por qué tú has sido convocado ante mí. Muy
simple, el mercader que vendió los esclavos al señor de la aldea, asegura que
tú se los vendiste.
El rostro
de Phelbyn, pálido de natural, se había vuelto más aún. Las manos habían
comenzado temblar e intentó dar un paso hacia atrás, pero chocó de inmediato
con Polnok. Esa reacción era la que determinaba su culpabilidad. Pero Usbhale
quería saber ante que se enfrentaban y eso solo podía contar el mercader.
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