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miércoles, 25 de julio de 2018

Unión (30)


Ofthar hacía ya tiempo que creía que el hombre que cojeaba y que era tío de la dama no podía ser otro que el gobernador de Limeck. Claramente era un hombre inteligente y parecía muy comprometido con la defensa, la herida que tenía en la pierna podía ser una prueba fehaciente de ello.

-   Polnok, haz que traigan a Phelbyn ante mi presencia -ordenó el hombre, que parecía molesto por algo, que Ofthar ya había empezado a intuir-. Debe dar un buen número de explicaciones.


El capitán le hizo un gesto a un par de guerreros y se marchó raudo hacia un lado de la sala, mientras observaba a todos los presentes con detenimiento.

-   Ofthar, es hora de que me presente -indicó el hombre, que seguía mirándole desde abajo, ya que permanecía sentado en el taburete-. Me llamó Usbhale, hijo de Usbholt, soy el señor de Limeck o más bien lo era. Poco ves de lo que era esta ciudad. Y pocos hombres libres han sobrevivido.
-   Yo soy… -empezó a decir la muchacha pero Usbhale habló por ella.
-   Es mi sobrina, me ayuda mucho en la dirección de la ciudad ahora que he sido herido y no puedo ocuparme de la defensa y de los heridos. Pero ahora, contigo debo hablar yo -Ofthar le pareció que la muchacha ponía mala cara, pero Usbhale le hacía un gesto para que cerrara la boca. Para Ofthar había algo sospechoso en todo ello, pero tal vez fuera solo algo entre estos parientes.
-   Siempre es bueno recibir la ayuda de los que nos son cercanos -alabó Ofthar la actitud de la sobrina, intentando que no se dieran cuenta que se había fijado en el desagrado de la muchacha.
-   Gracias, embajador -agradeció Usbhale.
-   Hay algo que me pregunto, pero no sé si podrás responderme a ello, al fin y al cabo soy un enviado extranjero -dijo Ofthar. Usbhale le hizo un gesto dando a entender que podía hacer la pregunta-. ¿Podrías hablarme de la rebelión de los esclavos?
-   Fue hace diez noches, de improviso -respondió Usbhale-. Fue una suerte que parte de la guarnición no estuviera ni dormida ni borracha. Pero muchos murieron para proteger a parte de los ciudadanos. Los esclavos iban de casa en casa, liberando a los suyos y matando a los hombres libres y sus familias. Sé que algunos esclavos murieron protegiendo a sus señores. Los supervivientes se agolparon en el cuartel, mientras los guerreros iban a intentar aplastar la revuelta. Desgraciadamente, los cabecillas sabían luchar y al final el comandante de la guarnición tuvo que retornar con el rabo entre las piernas. Tampoco pudimos hacernos con suministros. Enviamos a algunos guerreros para avisar a las granjas y a las poblaciones cercanas. Lo único bueno es que nuestros enemigos tampoco dejan a sus efectivos en la ciudad, sino que los traen cada vez que nos quieren someter.
-   Y ese error ha ayudado a que nosotros entrásemos -añadió Mhista que había escuchado serio lo que Usbhale decía.
-   Pero si sus líderes son listos, no volverá a ocurrir, Mhista -señaló Ofthar-. ¿Han hecho alguna petición?
-   ¿Petición? -repitió Usbhale-. No, no han hecho ninguna...


Las palabras del gobernador no se escucharon debido al barullo que se escuchó de repente. Era una mezcla de empujones y golpes, junto a las palabras de queja de un individuo. Usbhale no pareció alertado por la voz gritona y chirriante, tanto fue así que no se volvió como otros a ver lo que ocurría. Ofthar y Mhista, así como otros que sí se interesaron por lo que pasaba. Polnok y sus hombres regresaban con un hombre delgado, ligeramente encorvado, vestido con ropas caras y con más brazaletes de oro y plata, en los brazos que cualquiera de los guerreros de esa sala. La nariz era grande y curva, terminada en una punta, recordando al pico de un cuervo. El pelo era oscuro, al igual que sus ojos. La piel más blanquecina que los que allí se encontraban. Su aspecto parecía más el de un demonio de los hielos, que un humano, pensó Ofthar. Solo podía ser el mercader, y la cantidad de bolsas de cuero y tela que pendían de su cinturón eran una prueba de ello.

-   ¿Qué ultraje es este, Usbhale? -espetó Phelbyn al gobernador, mirándole con una mezcla de odio y temor.
-   Este joven es el guerrero que dirigía a un grupo que se ha abierto paso hasta nosotros entre las líneas enemigas -informó Usbhale al mercader-. Y lo curioso es su identidad y su historia. Te va a interesar muy mucho, Phelbyn.
-   No lo creo, la verdad -se limitó a decir Phelbyn, dando manotazos al aire.
-   Ya veremos -afirmó Usbhale-. Se llama Ofthar, hijo de Ofhar, y viene en representación de su señor ante el nuestro…
-   Pues se ha perdido por lo que veo -se burló Phelbyn, pero al ver la cara de disgusto de Usbhale decidió callarse.
-   No, no se ha perdido, Phelbyn -negó Usbhale-. Venía a nuestra ciudad para darnos un aviso, para advertirnos de una posible sublevación de esclavos. Por lo visto, en sus tierras ha habido un incidente parecido. Un grupo de esclavos se hizo los dueños de una aldea. Un lugar pequeño, no tan importante como Limeck. Pero te preguntarás por qué su incidente y nuestra situación puede ser la misma y por qué tú has sido convocado ante mí. Muy simple, el mercader que vendió los esclavos al señor de la aldea, asegura que tú se los vendiste.


El rostro de Phelbyn, pálido de natural, se había vuelto más aún. Las manos habían comenzado temblar e intentó dar un paso hacia atrás, pero chocó de inmediato con Polnok. Esa reacción era la que determinaba su culpabilidad. Pero Usbhale quería saber ante que se enfrentaban y eso solo podía contar el mercader.

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