El día
del robo llegó, como todo lo demás y Usbhalo creía que Fhin estaba con él. Pero
en esas cosas era mejor no asumir nada. Fhin se había preparado también para lo
que esa noche iba a traer. En secreto, Fhin le había pedido a Bheldur que
espiase a Usbhalo y durante el tiempo que había pasado desde que el joven le
había añadido en el negocio, hasta que esté parecía que iba a empezar, el
sigiloso Bheldur había ido conociendo muchas cosas sobre el gigantón.
Usbhalo
se parecía demasiado a cualquiera de ellos, pues era un hijo de la calle. No
había dado con ninguna familia, ni parecía tener nada a su cuidado. Había
mañanas que sus pasos terminaban en un local de dudosa reputación, donde podías
beber hasta caer en el sueño etílico o apostar sus escasos ahorros en las mesas
más tramposas de toda la ciudad. Bheldur se había tenido que disfrazar bien,
pero sobre todo impedirse sentarse en una de ellas. Pero algunos días, Usbhalo
hacía un paseo diferente. Sus botas ajadas le llevaban hasta el cementerio de
Urthal, en el barrio de los artesanos. Bheldur informó que Usbhalo se quedaba
por horas ante una serie de lápidas, cuyas piedras hace mucho que habían
perdido su lustre. El musgo y el liquen habían tomado esas rocas como su nuevo
hogar. Incluso las letras grabadas se habían reducido a unos garabatos
ininteligibles.
Le costó
semanas, pero una tarde, Usbhalo, más precavido que otras veces, le llevó a
Bheldur ante sus supuestos socios en el robo que se venía encima. lo que pudo
ver fue una constatación de una triste verdad, que Usbhalo estaba siendo
utilizado por gente de una escasa moral y aún menos ética. Localizados los
integrantes del clan de ladrones, Bheldur dejó de seguir a Usbhalo, para
centrarse en los verdaderos criminales y llevar la información a Fhin.
- Son seis, parecen peligrosos y puede ser que sean de gatillo fácil
-explicó Bheldur a Fhin, mientras realizaban una ronda. Bheldur debía ser
conciso, porque en cualquier momento podría aparecer Usbhalo, que en ese
momento hacía otra ronda con Gholma, que se encargaba siempre de los novatos-.
Puede que provoquen un baño de sangre. Pero eso no es lo mejor.
- ¿Y que lo es? -preguntó Fhin.
- No trabajan por amor al arte -contestó Bheldur-. Por lo visto les
paga un mercader o eso le escuche decir al que parece el líder. Por lo visto
estamos ante una guerra comercial sin precedentes. Por lo visto el dueño de
este almacén es un noble que quiere meter sus tentáculos en el gremio de
mercaderes. Posee intereses imperiales y va tras un importante contrato con
ellos. A un grupo de originarios, pues así se hacen llamar los comerciantes no
nobles, no le gusta este advenedizo. Han orquestado este robo para bajarle los
humos al noble.
- Bheldur no sé cómo lo haces pero has sacado mucha información
sobre la situación -indicó Fhin, pero Bheldur no notó que fuera un halago-.
Pero no has obtenido nada relevante sobre cómo salvar a Usbhalo.
- No entiendo por qué quieres salvar a Usbhalo, es un tonto que se
ha dejado convencer por unos trúhanes -se quejó Bheldur.
- Usbhalo no es más diferente que tú y yo, Bheldur -dijo Fhin, que
ya había decidido que Usbhalo se convirtiera en un camarada de ambos-. Hace un
tiempo me hice la misma pregunta. ¿Por qué te salve en ese callejón de La
Cresta? Hoy creo que lo que hice solo fue una parte de un plan superior.
Bheldur
le miró y vio que con eso zanjaba el porqué de salvar a Usbhalo. Así que debía
saber qué es lo que quería hacer Fhin.
- En ese caso, ¿cómo lo salvamos, jefe? -preguntó Bheldur.
- Lo idóneo sería que sus queridos amigos le traicionasen -indicó
Fhin, a lo que Bheldur sonrió, por lo que Fhin miró a con curiosidad a su
amigo, antes de continuar-. Te quejas de que Usbhalo se rodea de criminales, y
tú eres una buena pieza también. Cuéntame toda la información.
- Ese grupo de ladrones tienen pensado dejar en la estacada a
Usbhalo -informó Bheldur-. Van a entrar, robar algo específico, unas cajas que
deben entrar en un par de semanas. Por lo visto es la paga del ejército
imperial en la ciudad. Por lo visto, y para evitar a los bandidos, la
administración imperial envía las pagas como si fuera una mercancía normal y
así nadie intenta interceptarla. Además se libran de las costosas columnas de
caballería armada. Por lo visto mantener el imperio es muy caro y la administración
está muy llena de corrupción. El dueño de nuestro almacén se ha hecho con el
negocio de las pagas. Pero los mercaderes quieren joderle por partida doble. La
primera queda mal con la burocracia imperial y la segunda le obligan a que
restituya el oro perdido de su bolsa. Una vez que los ladrones se hayan hecho
con el oro, Usbhalo se quedará como cabeza de turco. No se le podrá sacar nada,
pues no sabe nada. Incluso le han dado nombres falsos y direcciones irreales.
Sabe cosas, invenciones de los ladrones para volver locos a los imperiales y a
nuestro jefe.
- Explícame al detalle el plan de los ladrones, Bheldur -ordenó Fhin.
Bheldur
siguió hablando con Fhin, relatando todo lo que había obtenido en sus
seguimientos y sus sesiones de estudio en otros lugares. Durante la
conversación sí que fueron llegando los elogios de parte de Fhin, en cuyo
cerebro se iba construyendo el plan de su enemigo y de esa forma encontrar el
punto óptimo para poder actuar. Sabía que necesitaría la ayuda de Gholma y
sobre todo la de Fharbo. Pero sobretodo necesitarían llevarlo todo con mucho
tiento y en secreto. Si Usbhalo se daba cuenta, podría avisar a sus amigos y
echar al joven solo retrasaría lo inevitable unos meses. Si querían acabar con
esa conspiración, debían permitir que siguiera adelante.
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