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domingo, 1 de julio de 2018

La odisea de la cazadora (33)


Entonces Vyridher escuchó una voz en su interior, le decía que podía luchar, que ella le podía dar la fuerza para luchar por la arboleda, que solo debía permitírselo, dejarle entrar y le haría más fuerte que el chamán, que ningún elfo de la arboleda, qué decir del mundo, sería un referente para su raza. Vyridher la escuchaba, absorto, llenó de interés, pero su conciencia aun impedía a la voz que consiguiera su objetivo.

-   No sé, Armhiin siempre hace lo que debemos, lo mejor para todos, es un líder bueno -pensó Vyridher, sin darse cuenta que el tiempo parecía paralizado, que nadie del consejo se movía.
-   Se burla de ti, te va arrebatar tu reino, tu arboleda, ¿para qué? -presionó la voz en su interior-. No lo hace siempre, te deja de lado, se junta con guerreros, cazadores, sanadores, pero dónde están aquellos que nutren la arboleda. Nunca te tiene en cuenta, no te llama para regir la vida, y cuando lo hace solo eres un mero adorno. No quiere que demuestres que eres un elfo como los de antaño, poderosos.
-   No, te equivocas, él es un gran elfo, un mhilderein, no puedes…
-   No lo es y lo sabes, te la ha quitado, ha hecho todo lo posible para que quede en manos del guerrero -la voz había dado con algo que le era más preciado que la arboleda-. Y es la segunda vez, primero la madre y ahora la hija, no las puedes tener, él no te las permite. Yo te daré la fuerza para que la cazadora caiga en tus manos.


Vyridher se había quedado tan paralizado como el mundo que le rodeaba. La voz interior había encontrado su secreto más profundo, que adoraba a Lybhinnia, como lo había hecho con su madre. Era un amor enfermizo y vengativo. Pero ambas pasaron de él y su sentimiento se convirtió en odio. Un dolor salió de lo más profundo de sus entrañas, el dolor que sintió cuando la madre de Lybhinnia murió, su pecho estaba a punto de explotar. Entonces recordó que Armhiin se había opuesto a sus quejas sobre la unión de la madre de Lybhinnia con el elfo extranjero. Y ahora Armhiin protegía de igual modo a Lybhinnia y se la había negado de nuevo.

-   Yo… yo… -musitó Vyridher.
-   ¡Pídelo y te lo daré! -la voz rebotó por todo su cerebro, destruyendo las últimas defensas erigidas por su conciencia y su raciocinio.
-   Dame el poder para ser el único -ordenó Vyridher, fuera de sí.


Todos los elfos del consejo volvieron sus rostros a Vyridher cuando este lanzó un alarido muy estridente, al tiempo que se ponía de pie, con los ojos cerrados. Los abrió de improviso y se habían vuelto negros en su totalidad. Armhiin se quedó consternado, pues no había vaticinado este problema.

-   No huiremos como si fuéramos unos perros -dijo Vyridher, pero su voz se había crispado, y no parecía la misma-. Armhiin miente, engaña, solo busca su gloria. La arboleda será defendida, no habrá nada que la pueda tocar, pues yo la cuido, no tú, vil serpiente.
-   ¿Qué dices, Vyridher? -preguntó Dhearryn, poniéndose de pie y acercándose al cuidador-. ¿Has perdido las últimas nociones de realidad?
-   Tú eres el único perdido, herrero -respondió Vyridher, al tiempo que se acercaba a Dhearryn y le golpeó en un costado.


Para asombro de todos los presentes, Dhearryn fue lanzado por el aire y cayó sobre varios de los sentados. Todo se convirtió en un jaleo. La mayoría de los cazadores y los guerreros se levantaron y avanzaron contra Vyridher, que les miraba con odio. Varias elfas intentaban levantar a Dhearryn, que se dolía del costado. Ulynhia hablaba de costillas rotas, lo que era algo difícil de comprender, pues Vyridher no era ni la mitad de fuerte que el herrero. Solo Armhiin sabía ante lo que se enfrentaba y decidió combatirlo.

-   Quitaros de en medio -ordenó Armhiin, al tiempo que tomaba su cayado y apuntaba con él a Vyridher-. Yo me enfrentaré a este mal, vosotros proteged a los demás. Gynthar, Lybhinnia, formad a vuestros compañeros.
-   Sí, ven a tu final, Armhiin el cobarde -espetaba sonriendo de forma maliciosa Vyridher.
-   Vas a liberar a mi amigo de tus redes, pues él no es tuyo -aseguró Armhiin, tras lo que empezó a recitar una canción, una vieja oración a Silvinix, con la que se creaba una marca de protección.
-   Canta lo que quieras, anciano, él ya me ha entregado su cuerpo, le he ofrecido a la cazadora y me ha abierto la puerta a su interior -se burló Vyridher-. Yo nunca devuelvo nada, y ahora servirme o morid.


El cuerpo de Vyridher avanzó, rápido, en dirección a Armhiin, pero chocó de improviso, contra una barrera que no había, que no podía ver, pero que le impedía moverse. Lo intentó otra vez, pero volvió a ser repelido. Vyridher gritó de impotencia y de ira. Siguió lanzándose contra la barrera, intentando superarla, pero para su desdicha, no lo conseguía. Armhiin seguía murmurando palabras, mantenía el hechizo y eso volvía más iracundo a Vyridher o más bien a aquello que lo había tomado como su marioneta. El resto de elfos se habían separado de allí, mientras los guerreros y los cazadores formaban un muro junto al chamán, protegiéndolos.

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