Pronto
los días se empezaron a volver rutinarios para Bheldur y Fhin. Descansaban por
las mañanas, levantándose para comer y prepararse para el turno nocturno. El
trabajo en el almacén se había metódico, hacían siempre lo mismo. Fharbo les
puso al principio bajo las órdenes de Gholma, pero con el tiempo ambos jóvenes
recibieron las guardias propias. En sí, esto a Fhin y a Bheldur les pareció
mejor que llevar siempre al grandullón. De esta forma, ambos se fueron
conociendo mejor, o más bien Fhin fue conociendo a su compañero de fatigas, ya
que Bheldur tenía el problema de tener la lengua muy suelta. Ambos pronto
fueron elogiados por el capataz por sus buenas maneras y sobre todo cuando
ayudaron a los otros guardias a expulsar a unos ladrones. Sus dotes para la
batalla ayudaron bien y mucho a un par de veteranos. Desde ese día, el resto de
los guardias, hombretones como Gholma, empezaron a saludarles con respeto.
Gholma
iba todas las semanas a La Cresta, a visitar a Fibius, que le daba noticias
para los muchachos sobre la situación dejada por ellos. Con el paso del tiempo,
su supuesta relación con la muerte de Vheriuss había pasado totalmente
desapercibida. Las familias seguían en guerra, pero ahora la más deteriorada
era la de los Serpientes, que se había envalentonado con casi todas las demás,
ya que la mayoría se habían atribuido haber acabado con el jefe rival. Aun así,
seguían apareciendo muertos muchos ciudadanos no relacionados con las familias,
víctimas colaterales de estas guerras.
Ni
Fibius, ni Gholma querían hacer responsable de la muerte de tantos inocentes a
Fhin, pero él sí lo sentía así. Una noche, mientras paseaba junto a Bheldur,
tras el último informe de Gholma, el callado Fhin se sinceró con Bheldur.
- Mucho me temo que mis manos están manchadas de sangre -le dijo
Fhin a su amigo-. Salvarte a ti ha provocado la muerte de muchos. Mis acciones
han llevado la pesadumbre a muchos.
- Las cosas les hubieran ido igual de mal -terció Bheldur, que no le
gustaba ver a su amigo triste-. En este mundo los que están abajo son siempre
pisoteados. Da lo mismo lo que hagas. Aunque creas que lo has provocado, no
suele ser así. El destino se lo iba a hacer igual, solo que las cosas han
cambiado y parece que las has provocado tú.
- Pero me gustaría que eso no volviese a pasar -se quejó Fhin,
apesadumbrado.
- Aunque tú no hubieras matado a Vheriuss, otro lo hubiera
perpetrado -prosiguió diciendo Bheldur-. Y los ciudadanos lo hubieran sufrido
igual. Hubieran muerto unos cuantos. Nada de lo que has hecho cambiaría lo que
les iba a ocurrir. Los vecinos se ponen de lado de unos u otros y por ello son
atacados. Por ejemplo, si yo quiero la protección de los Serpientes, aunque mi
negocio este en el territorio de otros, les pagó por ello. Pero si empieza la guerra
soy el primero en morir. O me he hecho el inseparable de un miembro de una
familia y empieza la guerra, yo soy más fácil de eliminar que los propiamente
dichos altos mandos. Las matanzas y los ataques empiezan desde el primer
momento y van a saco.
Fhin se
quedó pensativo con esa forma de ver la sociedad y cómo se relacionaban los
grupos de criminales con la población normal. No se lo dijo a Bheldur, pero
esperaba que algún día, ellos dominaran la Cresta, imponiendo un orden en tanto
caos creado con los años. De todas formas, necesitarían más que sus ideas y la
buena voluntad de Bheldur hacia él. Fhin ya había comenzado a calcularlo y
estaba seguro que debía encontrar más colaboradores para su visión. Incluso eso
lo veía difícil, pues Fhin no solía encontrarse con otros jóvenes. El almacén
era una cárcel como cualquier otra.
Aun así,
había decidido no tirar la toalla y le pidió a Bhall que le ayudase en tan
colosal prueba. Y tras meses, empezó a pensar que el dios de su pueblo era tan
sordo como el de los imperiales. Pero una noche, apareció un nuevo joven para
el turno de noche. Era un muchacho de diecisiete años, grande y fuerte. Fharbo
le puso con ellos, para que le fueran enseñando el negocio. Lo que el capataz
no sabía, es que el joven era en verdad un agente doble, internado allí para
preparar un palo.
El joven
se hacía llamar Usbhalo. Era grande, pero no alcanzaba ni a Fhin, ni a Bheldur,
pero en cambio era ancho. Se le notaba musculoso y hábil con las armas o por lo
menos lo parecía cuando jugaba con ellas en las manos. En un par de ocasiones,
Bheldur le afeó esa forma de proceder, pues al capataz no le gustaba que se
desenvainaran sin motivo. Usbhalo miraba con cara neutra a Bheldur, cuando este
se hacía pasar por su hermano mayor, pero Fhin vio algo en sus ojos desde el
principio, algo que no le gustó demasiado. Por ello, decidió poner todo su
intelecto a observar al recién llegado, sin hablarle mucho, ni enmendarle la
plana como Bheldur.
Debido a esa actitud neutra, una tarde, Usbhalo se acercó a Fhin.
- Si me ayudas, te puedo hacer un hombre muy rico, Fhin -le dijo
Usbhalo, poniendo su brazo sobre el hombro de Fhin, cuando estaban sentados en
taburetes en el vestuario-. Solo tienes que mirar a otro lado cuando mis amigos
entren en el almacén.
Fhin se
limitó a quedarse impertérrito, por lo que Usbhalo entendió que estaba de
acuerdo con él.
- Mis amigos se van a hacer con un envió que llegará en un par de
días -continuó Usbhalo-. Dará oro para todos. Yo les abriré el paso y tú
estarás en otro lado. El memo de Bheldur puede irse a paseo. Al final todos
contentos. Yo siempre me encargó de mis amigos. Soy muy caritativo.
Otra vez,
Fhin decidió quedarse como si nada, lo que Usbhalo interpretó que se metía en
el asunto. Y ese fue el gran error de Usbhalo, que no se daba cuenta de lo que
ocurría en realidad. Ni notó que Fhin no estaba aceptando nada, ni había
advertido que sus supuestos amigos le estaban utilizando. Pero aun así seguiría
adelante con su plan, un robo que ninguno de los jóvenes olvidaría para nada.
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