Asdhare
se acercó a una mesa que había en un costado de la sala en la que estaba y tomó
lo que parecía un odre de cuero, pero Yholet no supo de qué animal provenía. El
grakan retiró un tapón y echó un trago al contenido, que parecía agua. En la
garganta de Yholet se hizo un ligero nudo y notó que estaba áspera. Se dio
cuenta de que tenía sed. Pero sabía que Asdhare no le iba a saciar su petición,
así que se mantuvo silencioso. Cuando Asdhare terminó de beber, dejó el odre
cerrado sobre la mesa.
- Has dicho que vienes de más allá -dijo Asdhare o eso es lo que
entendió Yholet, pues el grakan había comenzado a deletrear con más claridad
las palabras-. ¿De dónde vienes entonces?
- Hay muchas ciudades en el imperio -respondió Yholet, intentando
despertar la curiosidad del grakan, que se mordió los labios superiores.
- Llevabas muchas cosas encima -terció Asdhare, señalando la mesa,
donde estaban las pertenencias de Yholet-. Una espada y un puñal, hojas débiles
y delgadas. Varias bolsas, una repleta de oro, lo que indica que eres otro
amante del brillo de ese metal. También un colgante, más riqueza para un
hombre. Y luego papeles, con vuestra letra, un lenguaje que desconozco. Pero
entre los papeles había un anillo, parece de madera o tierra -Asdhare tomó un anillo
de color tierra, muy grueso y carente de valor-. Pero este tipo de abalorio me
parece peculiar. Llevas un colgante muy vistoso y con gemas, lo que indica que
es caro. En cambio, esto me dice todo lo contrario.
Asdhare
alzó el anillo hacia el techo de la choza, para que los presentes vieran el
objeto, pero se le escapó de los y se calló al suelo. Los ojos de Yholet y
Asdhare siguieron la caída hasta que golpeó contra la tierra. Para asombro del
grakan y desesperación de Yholet, un trozo de tierra se desgajó del anillo,
revelando que tenía una segunda capa. Asdhare se agachó y recogió los dos
trozos. Los miró y frunció el ceño. Entonces empezó el laborioso trabajo de
retirar toda la capa externa, bajo la mirada de sorpresa de Kounia y la de
molestia de Yholet, que no le gustaba nada lo que estaba haciendo el grakan,
pero prefería no abrir la boca. Al final, por debajo de la tierra, que se fue
descascarillando a causa de los esfuerzos de Asdhare, apareció un anillo de
plata, con la forma de dos felinos tumbados y cuyas patas delanteras mecían una
esmeralda pequeña y sin tallar. Asdhare observó mejor la verdadera forma del
anillo, poniendo una cara cada vez más seria.
- ¿De dónde has sacado esto? Tú no puedes tener algo como esto
-preguntó Asdhare, furibundo.
- ¿Qué es hermano? -quiso saber Kounia.
- Una reliquia, una joya de antaño, creada por nuestro pueblo, tiene
el sello de los artesanos de Esgharka -respondió Asdhare-. Un blanco no puede
tener en sus manos algo tan precioso a menos que lo haya robado. Así que mejor
que hables o dejaré que Fharda regrese y te torture.
- El anillo estaba junto a mis órdenes -indicó Yholet-. Se me ha
mandado a esta zona a investigar una serie de sucesos en nuestro lado de la
frontera, pero ahora sé que están relacionados con tu pueblo.
- Nosotros no nos relacionamos con vosotros -espetó con orgullo
Asdhare.
- Eso ya lo sé, pero no me refiero a eso -afirmó Yholet-. Alguien está
preparando algo como hace veinte años.
La cara
de Asdhare se quedó petrificada, sin saber qué decir. Sabía lo que había pasado
hacía veinte años, aunque era un niño. Se lo había contado su padre, para
prepararle para el futuro. La reunión de jefes por la que se había marchado su
padre parecía que iba a tratar sobre ello.
- Sabes de lo que te hablo, Asdhare -dijo Yholet, interpretando las
reacciones faciales del grakan-. Nadie, ni mi emperador ni vosotros queréis que
se repita, ¿verdad?
- ¿Qué pasó? -preguntó Kounia, que no sabía nada, pues no había
nacido.
- Sé de lo que hablas, blanco -asintió Asdhare-. Pero estamos preparados,
si hay que luchar, lo haremos, hasta las últimas consecuencias.
- Ya -afirmó Yholet-. Pero si te dijera que esta vez, al igual que
la anterior es un nuevo intento de encontrar Esgharka. A mi emperador le
llegaron los rumores de lo ocurrido hace veinte años tarde, pero esta vez tiene
sus ojos aquí y pronto sus colmillos. Los que buscan Esgharka en este lado, lo
hacen no por enriquecerse, sino que quieren la garra. Buscan su poder para
hacerse con todo.
- ¿La garra? -intervino Kounia, totalmente perdida.
- Los tuyos no son dignos para tomar la garra -indicó Asdhare.
- La dignidad no parará a nuestros enemigos -comentó Yholet.
- ¿Nuestros? -repitió Asdhare sorprendido.
- Los que son mis enemigos, también son los tuyos y los de tu gente,
Asdhare -explicó Yholet-. Aunque igual no tienes rango suficiente para tratar
de estos temas. Tal vez debería hablar con los jefes.
- A los jefes no se los molesta por tonterías -negó Asdhare-. Te voy
a dar un día para que te lo pienses. Si me convences, tal vez puedas ver a los
jefes. Sigue con tus mentiras y te quedaras aquí. Kounia, ven conmigo.
- Estas perdiendo un tiempo precioso -advirtió Yholet, pero Asdhare
y Kounia salían por la puerta, cerrando tras ellos.
Yholet se
quedó mirando la puerta de ramas y suspiró. La conversación había ido mejor de
lo que se había pensado, pero necesitaba hablar con los jefes o toda su misión
se iría al traste. Decidió recordar que consejos le habían dado su padre, su
canciller y su emperador para estos casos, pues necesitaba convencer a ese
grakan.
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